miércoles, 27 de octubre de 2010

Sólo en la Nieve

Los que me conocéis sabéis de mi gusto por los MMORPG. El último al que estoy enganchado es el AION, el cual os recomiendo. Lo que viene a continuación es un relato inspirado por la mitología que envuelve a este juego.


Cuentan los textos antiguos que cuando el mundo era Uno, si trepabas a la más alta de las montañas podías morir congelado. No consigo concebir algo así. Ahora mismo, en uno de los picos más altos de las heladas montañas de Beluslan, si extiendo las puntas de mis garras soy capaz de percibir el calor del núcleo que se alza sobre nuestras cabezas. Ahí arriba, cuando los soles se esconden tras el manto, incluso puedo ver las luces del mundo de nuestros enemigos naturales, el pueblo de los Elyos.

Los odio. Odio su forma de vida. Su aspecto. La blancura de su piel y de su plumaje. Odio el dorado de sus cabellos. Y sin embargo no puedo evitar sentir una desgarradora tristeza al recordar que una vez fuimos un mismo pueblo. Los odio porque está en mi naturaleza. Si un Elyo se atreviera a aventurarse en las tierras de Asmodea y lo encontrara, no dudaría ni un instante en usar todos los medios a mi alcance para acabar con su vida, y sé que él haría lo mismo. Pero, ¿por qué?

¿Por qué estamos condenados a una guerra infinita, hasta que los soles se apaguen, y el Ojo de Reshanta desaparezca?

Sacudo la cabeza y abandono esos sombríos pensamientos de mi mente. Tengo una misión y debo cumplirla sin demora. Extiendo mis alas, negras como la voluntad de nuestros Señores, y me dejo caer, envolviendo mi cuerpo con el viento helado. Roza mi cara con la amenaza de cortarla como una cuchilla, pero me ayuda a centrarme en la tarea encomendada.

Desciendo silencioso, ayudado por las corrientes de aire que se entrecruzan en la ladera de la montaña. Abajo, a unas centenas de metros de distancia, espera mi enemigo.

Los Balaur.

Enemigo ancestral. Los mismos textos que nos hablan de la destrucción del Antiguo Mundo, nos hablan de estos demonios sedientos de sangre. El odio que mi pueblo siente hacia los Elyos no es nada comparado con la guerra que mantiene en el Abismo contra los Balaur. El pueblo de Elysea también lucha contra ellos, y es en esos momentos en que se cumple un viejo proverbio: El enemigo de mi enemigo, es mi amigo. Me invaden unos sentimientos contradictorios cuando lucho codo con codo junto a uno de esos guerreros de alas blancas contra los Balaur. Sé que debería recelar, pero me siento liberado al saber que sus radiantes espadas no buscarán mi cuello durante unas horas. Y sé que muchos de mis hermanos opinan lo mismo. ¿Acaso soy un traidor por albergar tales pensamientos?

Nuevamente me obligo a olvidar y detengo mi lenta caída. El campamento está cerca, a sólo un par de decenas de metros en vertical. Clavo mis garras en la fría piedra y me concentro. Escucho a la montaña, sus latidos. La piedra clama por liberarse y desgarrar hueso y músculo. Mis maestros me enseñaron a escuchar los silenciosos gemidos de las fuerzas de la naturaleza, encadenadas a nuestro alrededor, pugnando por salir.

Sonrío. Una deliciosa sensación de poder me embarga cuando libero sus ataduras y, primero pequeños, y luego gigantescos pedazos de montaña, se liberan de la pared de roca, arrastrando tras de sí polvo, ramas y nieve.

Los Balaur tardan en percatarse de la avalancha. No se esperaban que alguien se atreviera a acercarse tanto a ellos. Pero no tengo miedo de ellos. No tengo miedo de salir herido. La recompensa por el éxito supera con creces el dolor que cualquier enemigo pueda causarme. Observo con satisfacción cómo una sábana de rocas y nieve arrasa el campamento sin contemplaciones. No hay supervivientes.

Con un gesto seco, separo mis garras de la pared de roca y me dejo envolver nuevamente por el gélido frío invernal. Sólo unos pocos kilómetros me separan de mis hermanos de Legión, que esperan impacientes mi informe.

Aprovecharé esos minutos en silencio para pensar sobre mi futuro en esta guerra…

viernes, 30 de julio de 2010

Proyecto Zombie - Capítulo 3

El combate fue breve pero intenso. Cuando se dejaron de escuchar los guturales gritos de los infectados sedientos de sangre, sólo quedó la quietud de la noche. Marie giró sobre sí misma buscando a su descomunal amante, pero no encontró rastro de Behemoth. ¿Dónde se había metido? Se permitió unos minutos para recuperar el aliento, y comprobó con rápidas patadas que los caídos realmente lo eran. No podía permitirse errores.

No era la primera vez que el coloso desaparecía, pero le sorprendía que se evaporase tras un enfrentamiento. Normalmente acudía a ella en cuanto le era posible, preocupado hasta el extremo por la salud de su compañera. La amaba, y ella lo sabía, lo que le arrancó una sonrisa en los labios. Pese a que físicamente había cambiado enormemente, en el fondo seguía siendo el mismo chico que había conocido hacía unos años antes.

Registró los cadáveres en busca de algo de valor y regresó a la guarida para asearse e intentar descansar. Los ataques a media noche interrumpían su más que precario descanso, y eso la irritaba. Cuando Behemoth volviera, quizás le pediría unos de sus deliciosos masajes para relajarse.

La niña dormía. Le sorprendía la facilidad que tenía para mantenerse en los brazos de Morfeo pese a la situación que se cernía a su alrededor. Si fuera ella, pensó Marie, estaría muerta de miedo.

- Quizás realmente sólo necesites recuperar horas de sueño – dijo a media voz, mirándola dormir arrugando la naricita.

El cielo estaba especialmente hermoso esa noche, y Marie se sumió en un apacible descanso con la esperanza de despertarse en los brazos de su querido coloso.
A unos cientos de metros de allí, Behemoth resoplaba con dificultad mientras un nutrido grupo de criaturas en evidente estado de descomposición lo arrastraba con cuerdas calle abajo. ¿Por qué no lo había devorado allí mismo?

Estaba desorientado, y sentía como si no fuera más que una muñeca de trapo. Su descomunal fuerza se había evaporado de repente, cuando sintió una corriente de aire frío a su espada, tras destripar a un infectado sin piedad. Antes de que pudiera darse la vuelta, se desplomó golpeando el suelo con la cabeza y partiendo algunas baldosas. No podía llamar a Marie, ya que había perdido la facultad del habla tras las fumigaciones, y observó con impotencia cómo esos otrora descontrolados e impredecibles seres sedientos de sangre se organizaban para atarle por los pies con gruesas sogas y arrastrarle, perdiéndose en las sombras de la noche.

Eso no era habitual. ¿Organizados? No podía ser.

De repente, un gruñido se alzó en la columna de viaje, y todos se detuvieron. Behemoth aprovechó para observar el camino que habían elegido. Pese a que no podía moverse, aún poseía sus facultades mentales, e hizo un mapa mental del recorrido. Habían salido de la avenida donde se encontraba su refugio en dirección sur y como, debido al imponente tamaño del cazador, no podían atravesar las estrechas callejuelas, discurrían por las calles principales.

Entonces supo el lugar al que se dirigía la macabra columna de viaje.

Al Mar de Ceniza, el hogar de los siniestros Sabuesos.

martes, 1 de junio de 2010

Proyecto Zombie - Capítulo 2

Marie se despertó sobresaltada cuando su compañero de cama tuvo un espasmo y abrió los ojos. La pequeña lamparita de gas seguía funcionando, y sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la diferencia de luz. Ni siquiera se habían planteado apagar las luces por la noche: los infectados parecían poder oler su aroma y sentir el calor de sus cuerpos, y no importaba si estaban completamente a oscuras. Así que dejaban siempre la lámpara encendida para estar precavidos ante cualquier ataque.

Y parecía ser que ése era uno de esos días.

Los gorgoteos se escuchaban abajo, en la calle. Behemoth se levantó silenciosamente, algo sorprendente para alguien de su tamaño, y asomó el rostro. La avenida, en otra época una de las principales vías de acceso de la ciudad, ahora no era más que una explanada llena de restos de coches calcinados y cadáveres a medio descomponer. Pero un ojo experto, curtido por los meses de continua caza de esos seres caníbales, distinguía las sutiles figuras que acechaban en las sombras.

Tres. No, cinco. Siete. Parecía una emboscada en toda regla.

- ¿Cuántos? – dijo Marie entre susurros, comprobando los cargadores de su SPS.

El gigante respondió con unos breves golpes en el marco de la ventana, indicando el número. Su figura, recortada contra la luna, recordaba a las gárgolas de las catedrales góticas de hacía unos siglos. Su cuerpo musculoso era capaz de partir a un infectado por la mitad de un solo golpe, y su piel endurecida resistía hasta las mordeduras y arañazos. Pero Marie no era tan resistente. Había tenido que aprender a utilizar armas de fuego, pese a que las odiaba cuando era más joven. Pero no temía: sabía que su guardaespaldas, su amante, siempre estaría a su lado para protegerla.

- Lista – añadió, echando un último vistazo a la joven que Behemoth había recogido unos días antes. Dormía plácidamente, aunque en ocasiones se movía inquieta en sueños, quizás recordando algún incidente del que nunca hablaría abiertamente.

Desde que la acogieron, apenas había intercambiado unas palabras con la pareja. Permanecía callada, completamente quieta en un rincón, con las rodillas pegadas al pecho. Dejaba la mirada perdida, con la vista fija en un lugar lejano, sumida en sus recuerdos. Su cuerpo, ahora limpio y aseado gracias a los cuidados de Marie, parecía aún más frágil, blanco y delgado como una rama joven pero, ¿quién no lo parecía en un mundo como ese?

La madera que cubría el marco de la ventana crujió cuando el gigante se apoyó en ella para saltar hasta el suelo. La distancia de unos cuantos metros no era un obstáculo para él, y estaba claro que no podría utilizar las escaleras del edificio. Marie, agarrada a su cuello, cerró los ojos hasta que el estruendo y el temblor indicaron que habían aterrizado. Aún no se había acostumbrado a esos vuelos sin motor.

La luna brillaba en el cielo, y daba a la escena una apariencia fantasmal, como de pesadilla. Las criaturas que acechaban no se lo pensaron dos veces: con un grito gutural, más animal que humano, salieron de sus escondites y corrieron hacia ellos. Marie bajó al suelo de un salto, y sin pensarlo dos veces, abrió fuego con su semiautomática contra todo lo que se moviera. La SPS no era una pistola especialmente buena, de fabricación española, pero era la única a la que había podido echar el guante. El chasquido que resonaba con cada disparo era ciertamente molesto, pero eso no importaba cuando te enfrentabas a ese tipo de seres. Las balas impactaban contra ellos, abriendo grandes agujeros en sus cuerpos putrefactos, y no tardaban en caer cuando las heridas eran demasiado para ellos.

Uno al suelo. Dos.

Behemoth no podía utilizar pistolas ni rifles. De hecho, tampoco los necesitaba. Cuando comprobó que Marie estaba bien protegida tras una improvisada barricada hecha de chatarra, se abalanzó a grandes zancadas hasta tres infectados que le esperaban, mirándole con unos ojos que hacía tiempo no expresaban nada más que rabia y hambre. Haciendo un barrido con el brazo, derribó a dos de ellos, y el sonido de huesos rotos que acompañó a los cuerpos al caer indicaba que ya no hacía falta preocuparse.
El tercero aprovechó el giro del gigante para saltar hasta su pierna, gruesa como una viga, intentando arañarle y morderle, arrancarle una pequeña parte de carne. Pero no pudo. Antes de que sus putrefactos dientes rompieran el tejido de cuero que llevaba Behemoth, una gigantesca mano agarró su cabeza y lo alzó en el aire. El formidable puñetazo que vino después destrozó literalmente al infectado, desparramando trozos de hueso y órganos en descomposición por el asfalto.

Tres más. Cinco.

- ¡Recarga! – gritó la cazadora tras la barricada, y le hizo una señal con la mano a Behemoth.

miércoles, 28 de abril de 2010

Zeke Manozlimpiaz

Tras un tiempo inactivo vuelvo a la carga con una nueva historia. Esta vez es de un Goblin que hará todo lo posible por obtener fama y fortuna. Como podréis comprobar, está escrito con el típico "zezeo" que atribuyo a los pielesverdes. Que la disfrutéis.


Berto Manozlimpiaz no era un buen tipo.

Ya zabez, de ezoz que te cruzaz por la calle y zabez que no ez trigo limpio, y mejor que te cambiez al otro lado. Zuz ojilloz rojoz parecían evaluar a todo el que pazaze frente a elloz, y zuz dientez amarillentoz manejaban con zoltura un palillo que había vizto tiempoz mejorez.

De hecho, cualquier extranjero que miraze a zu familia ze preguntaría cómo alguien azí habría zido capaz de conzeguir una pareja, e incluzo de engendrar una familia numeroza. Pero bueno, qué zabrán ezoz tipoz, loz goblinz zomoz azí. Zi tu bolza eztá llena de oro, cualquier coza ez pozible.

La verdad ez que a mí loz pequeñoz me daban láztima. Eze cabrón de Berto lez daba una palizaz de órdago, y no me extrañaría que a la mujer también. Pero zu padre era conzejero auxiliar de zegunda categoría de reemplazo del antiguo Barón, y bueno, tú no zabez el preztigio que ezo da en una zociedad como la nueztra. El cazo ez que ze encargaba de malgaztar el dinero de zu difunto padre a manoz llenaz, y a la pobre familia no lez daba ni loz buenoz díaz.

Loz hijoz zalieron todoz medio tontoz, debido a que, como ya te he dicho, a Berto ze le iba mucho la mano, pero hubo uno, zólo uno, que pareció ezcapar máz o menoz ilezo. Eze muchachote ze llamaba Zeke, como zu abuelo, y dezde ziempre ze afanó en ezcapar de laz patadaz de zu padre. Creo recordar incluzo que, entre copa y copa, un día me confezó que no lo hacía por zupervivencia, zino porque el odio que profezaba a zu padre era tal, que zólo quería hacerze máz grande e inteligente que él, y aplaztarlo como una mozca.

Pero noz eztamoz adelantando mucho, hablamoz de hará no muchoz añoz… veintitantoz. Zeke empezó zu carrera como “comerciante” dezpiztando alguna moneda aquí y otra allí del tezoro de zu padre. Ezo le permitió empezar con una floreciente empreza de pezcado frezco. Laz malaz lenguaz dicen que entoncez recibió incontablez palizaz de loz marineroz del puerto, pero ¡qué zabrán elloz! Yo te digo que eze tipo eztaba deztinado a zer algo grande.

Loz añoz pazaron, y de un pequeño puezto de pezcado, Zeke había obtenido una pequeña fortuna comprando y vendiendo zuztanciaz ilegalez. Ya zabez, Loto Negro, Polvo de Hongo Púrpura… ezaz cozaz tarde o temprano pazan factura, y nueztro amigo no iba a zer diztinto. Loz jefazoz ze enteraron de que había eztado pazando de contrabando cozaz azí zin pagar zu correzpondiente impuezto, y le zubieron al primer barco que viajaba al continente.

Zin dinero, zin comida, y zobre todo, zin contactoz, Zeke puzo el pie en tierra en medio de lo que penzó que era un gigantezco conflicto bélico… quiero decir, una auténtica oportunidad para recuperar zu pozición de nuevo. Ezoz tipoz de la Horda fueron loz primeroz que aceptaron no matarle de un hachazo, azí que ze azeguró de que ziempre eztaba cerca zuya, ya zabez, por precaución. Pero lo que comprobó realmente era la imprezionante demanda de productoz que ezoz tipoz necezitaban. Armaz, armaduraz, alimento, agua. ¡Agua! ¿Me haz oído bien? Un ejército entero que necezitaba todo aquello que él podía ofrecer, y cazi zin ezforzarze.

Azí que ahí eztaba él, hablando con otroz como él que habían decidido viajar fuera de laz Izlaz por una u otra razón, zin un zitio real donde ir, y zin nada que hacer. Pero Zeke ziempre había zido paztor, y no oveja, azí que no tardó en reunirloz un grupito baztante variopinto y ofreció zuz zervicioz como “Contratizta”. No entraré en detallez, pero ze oyó durante muchoz añoz, incluzo ya cuando había acabado la guerra, el término “ezclavizta” o “timador” pero yo por aquel entoncez ya lo conocía, y te digo que no ez de eze tipo de perzonaz, no como zu padre. Ademáz, todoz ezoz tipoz zabían de zobra a lo que ze enfrentaban cuando no leían la letra pequeña del contrato.

No me mirez azí, ya ze que no te he contado lo que hizo con zu padre, erez un anziozo, ¿zabez?

Ya te he dicho que durante la tercera guerra Zeke hizo un buen nombre como… bueno, “hombre de negocioz” azí que no le coztó convencer a loz Príncipez de que zu vuelta a laz Izlaz no zería perjudicial. Ezo, y una buena zuma de oro, por zupuezto. Regrezó a zu caza, y comprobó cómo prácticamente zu familia zeguía igual. Zu padre zeguía ziendo un zapo abotargado que no hacía máz que vivir de laz rentaz, zu madre una pequeña criatura azuztadiza, y zuz hermanoz meroz peonez mutiladoz o ciegoz debido a laz obraz de ampliación de loz túnelez. Quedó completamente decepcionado, penzó en llegar cuando zu padre eztuviera en lo máz alto y aplaztarlo como un guzano.

Pero no fue azí, pero ya había gaztado demaziado oro y demaziado tiempo como para dejarlo azí. Con una ligera zonriza, ze plantó delante de Berto con una zonriza zádica en el roztro, y le entregó un papel. Aún zigo zin zaber qué ponía, pero he oído rumorez zobre que le llevaban al Circo de Gladiadorez, o quizáz que el dinero que había gaztado realmente no era zuyo y que debía milez de piezaz de oro a loz Príncipez. El cazo ez que zu padre zalió corriendo por loz túnelez como zi hubiera vizto al mizmízimo Arthaz, y ze lanzó a una foza de lava. Lo demáz ez irrelevante, creo que dejó algo de dinero a zu madre por loz zervicioz preztadoz durante la infancia y volvió aquí.

Pero lo bueno no dura ziempre, azí que la guerra acabó, y con ella el negocio de Zeke. Como no había con quién pegarze, zuz “ayudantez” decidieron largarze y empezar por libre, y volvió al principio. Bueno, no del todo, tenía aún algo de dinero de lo que le había quedado traz zu viaje a laz Izlaz, y pudo comprar una pequeña granja de cerdoz cerca de la nueva capital, y ze la alquiló a un par de orcoz con ganaz de trabajar. No ze qué hizo luego, yo le perdí la pizta unoz mezez dezpuéz. Creo que intentó hacer un buen negocio con el tema del Portal y Draenor, pero creo que loz militarez le dijeron que por ahí ni loco.

Azí que eza ez la hiztoria de cómo acabé aquí, prezo. Me explico, ze que nada de ezo te explica que eztemoz en una maldita celda del puerto, ni que tenga el ojo morado, ni que eze tipo de ahí me acabe de pegar una paliza de campeonato. Pero ezo tiene una explicación máz corta. Zeke reapareció hará unoz mezez y me ofreció emprender de nuevo un comercio en ezta época, que zi el mercado emergerá de nuevo y mil cozaz máz. Pero yo ya eztaba en un aprieto, debía algo de oro y fue como ver la luz al final del túnel. Digamoz que me olvidé de darle la vuelta en par de encargoz que me hizo.

Azí que nada, ahora te dejo, probablemente no noz volvamoz a ver porque eze tipo eztá cogiendo unaz tenazaz, pero ha zido un placer. Creo haberlez oído hablar de que tú ibaz a zer vendido por partez, azí que ezpero que no le hayaz inzultado, o peor aún, le hayaz intentado engañar.

martes, 6 de abril de 2010

Una Sombra en la Noche

Mi actual trabajo me permite tener tiempo para leer y escribir, y el texto que viene a continuación es fruto de una de esas largas noches. Es algo sombría, y muy metafórica, pero espero que os guste.


Silenciosa, vuela la sombra por el jardín, con el único preaviso de un chasquido lastimero.

Ni las ramas ni las hojas se interponen en su viaje, de camino a la sangre y a la muerte.

Y yo, inocente y distraído, sigo mirando a tu ventana esperando verte, sin saber que esa maldita busca mi cuello y el sonido de mi cuerpo al caer.

Y tú, con el corazón destrozado por la próxima noticia que recibirás, anhelas que el miedo rompa mis pasos y vuelva por donde he venido.

Pero sabes que eso nunca pasará, porque te amo.

Y entonces el búho canta su siniestra canción nocturna, y noto cómo me falta el aire de repente.

Abro los ojos de par en par, esperando despertar, pero lo único que veo es una larga sombra que adorna mi cuello, y la sangre carmesí disfrazada de tinta negra corriendo por mi pecho.

Y entonces lo comprendo, y tengo miedo, porque sé que moriré sin verte de nuevo.

lunes, 22 de marzo de 2010

Proyecto Zombie - Capítulo 1

La gigantesca mole apenas podía entrar en el refugio, pero en su situación, cualquier refugio sería pequeño. Dejó con suavidad el bulto que llevaba en las manos sobre la mesa de madera y se retiró mientras Marie se abalanzaba sobre él.

- Te he echado de menos. No vuelvas a salir sin decirme nada, ¿vale?

El gigante asintió con solemnidad, conocedor de los sentimientos de su mujer. Pero, ¿acaso ella no lo comprendía? No tenía nada que temer de las fieras que se escondían ahí fuera, sedientas de carne fresca. Era tan alto como una casa, y casi tan ancho, y estaba empezando a cogerle el gusto a usar armas de corto alcance, como mazas y porras. Nadie podía con él.

- Me alegra que estés bien – dijo ella agarrando su brazo, ancho como una viga - ¿qué has traído?

La muchacha se aproximó al objeto que había traído Behemoth. Mediría casi un metro de largo, y estaba envuelto en tela de arpillera, que crujía con tan sólo tocarla. Con curiosidad, desenvolvió el bulto, y pegó un gritito cuando observó el interior.

Una niña, no tendría más de seis años, toda sucia y delgada. No vestía más que unos harapos, y el pelo se le pegaba al rostro con una mezcla de sudor y lágrimas. Era obvio que no se lavaba hacía mucho tiempo, y Marie arrugó la naricita cuando se aproximó a mirar de cerca de la niña. Luego se volvió lentamente hacia su compañero.

- ¿Dónde la has encontrado?

Behemoth gesticuló a su mujer con dificultad. No hacía mucho tiempo que había perdido la voz debido a la mutación, y nunca encontraban tiempo para practicar el lenguaje de signos que aprendían de un viejo libro. Después de un largo rato moviendo los dedos con rapidez, Marie le interrumpió.

- ¿El Puente? ¿Más allá del puente? – el gigante asintió – Pero esa es tierra de nadie, ni siquiera los infectados se mueven por allí.

No obtuvo más respuesta que un encogimiento de hombros, y volvió a dirigir sus atenciones a la pequeña. Respiraba, con dificultad, pero respiraba, al fin y al cabo. Tenía las plantas de los pies llenas de heridas, y las uñas de las manos rotas, probablemente de cavar en busca de alimentos. ¿Cómo había podido sobrevivir a toda esa situación?

Mientras su compañero se sentaba mirándolas a ambas con solemnidad, Marie tomó algo de agua sucia (que reutilizaban una y otra vez para su aseo personal) y un paño, y limpió el rostro de la pequeña con dulzura, como sólo sabe hacer una mujer que ha cuidado antes a un bebé. Cuando acabó con la cara, pasó a las manitas y el pequeño cuerpo, momento en el cual Behemoth aprovechó para asomarse a la terraza. El sol, verdoso y brillante, se alzaba en el cielo, descargando sus rayos con fuerza. La primavera viene con ganas, pensó.

El silencio de la habitación fue roto por los gemidos de la pequeña. “Sueña”, le dijo Marie entre susurros, y acunó a la niña en sus brazos con mimo hasta que volvió a sumirse en sus sueños.

domingo, 21 de marzo de 2010

Proyecto Zombie - Marie

Introducción – Marie

Últimamente no sueño con nada, y no sé si eso es bueno o malo. Antes, cuando nada de esto ocurría, a menudo tenía sueños abstractos, incluso podría categorizarlos de pesadillas. Pero ahora no hay nada.

La cama está fría, se ve que ha vuelto a marcharse de madrugada. Debe de ser un verdadero suplicio no poder dormir, pero al menos tiene el detalle de quedarse conmigo hasta que me duerma. Probablemente haya ido a por comida, o quizás agua. Apenas nos queda nada de ambas.

Cuando regrese, le diré de ir al otro extremo de la ciudad. Estoy segura de que aquella noche vi luces en el cielo, como las que ponían en las discotecas. Si no me equivoco, quizás encontremos supervivientes allí, y a plena luz del día no creo que ellos se nos acerquen. ¿Cómo se llamaba esa película de Will Smith? A los nuestros les pasa igual, no les gusta la luz, pero son jodidos de ver por la noche, se esconden como chacales.

Creo que limpiaré esto un poco, aunque no se cuánto tiempo más no quedaremos aquí. Deberíamos buscar a más gente, pero no creo que a él le haga mucha gracia. Desde que… bueno, le afectaron las fumigaciones no es el mismo, es mucho más retraído, y estoy segura de que cree que es un monstruo o algo así. Demasiado bien le conozco. Todavía me acuerdo de los primeros días. Fue como una fiebre muy seria, y llegué a pensar que estaba infectado. No sabía qué hacer. Y estoy segura de que no he llorado más en toda mi vida. Estaba ahí, tumbado, con una fiebre altísima que le hacía delirar, y luego, nada. Se recuperó de la noche a la mañana, y poco a poco, como si con él no fuera la cosa, se convirtió en… bueno, le gusta el sobrenombre de Behemoth. A mí me resulta ridículo.

Todavía no se por qué a mí no me afectaron. Supongo que cada persona tiene una tolerancia distinta a los fármacos. Uhm, se me ha rasgado la chaqueta, debería conseguir un parche, o con suerte, una nueva. ¿Serán seguros los almacenes del polígono industrial? Recuerdo que durante la época en que él me enseñó a conducir había por allí algún almacén de las tiendas del centro. No creo que les importe si me llevo una. Con suerte habrá alguien allí escondido. ¿Cuándo fue la última vez que vimos a alguien vivo? Creo que fue ese tipo de Getxo, el que estuvo comiéndole la cabeza con los extraterrestres. Menudo gilipollas.

Uhm, ¡ostia, el generador se ha parado! ¿Cuánto tiempo llevará así? ¿Y por qué él no me ha avisado? Joder, joder, joder… como se nos haya puesto mala la carne, estamos jodidos. A ver Marie… como ponían en las instrucciones, tira de esto un… par de veces, a ver si arranca de nuevo. Vale… funciona. A ver el refrigerador… mierda, a tomar por culo los congelados… al menos la carne ha aguantado algo más. Tenemos que conseguir ir a un sitio mejor, no puedo estar constantemente con el miedo a que se pare el generador.

¿Quién viene? Ah genial, es él, y ha encontrado agua, y ¿qué es ese bulto que lleva encima?

viernes, 19 de marzo de 2010

Proyecto Zombie - Behemoth

Hace poco tiempo, mi musa me dijo que estaría genial que escribiera algo sobre un mundo post-apocalíptico, debido a una infección zombie, al estilo 28 Días Después. No puedo negar que me picó la curiosidad, y decidí hacer mi propia versión. Aún no tiene nombres, pero escribo cada poco algunos capítulos, fáciles de leer y de corta duración. Cuando acabe todo, creo que los encuadernaré o algo. Espero que os guste.


Introducción - Behemoth


Como cada mañana, el sol aparece tímido entre las ruinas de la ciudad. Hacía tiempo que su color, visto a través de los ojos de cualquier ser humano sano, era casi verdoso. Ninguno sabíamos si ese era el color real, o quizás fue un efecto secundario de la contaminación sobre la atmósfera. Quizás algún científico podría dar más datos en la televisión, pero hace años que no hay. Ni televisión, ni agua corriente, ni luz eléctrica. Aquellos afortunados que tenían un generador independiente ahora son los que dominan el cotarro… o aquellos que fueron lo suficientemente rápidos como para hacerse con uno.


Es increíble cómo ante una situación catastrófica igual que la que sacudió el mundo hace tiempo, volvió a los seres humanos a su estado más primitivo. Si antes me hubierais preguntado, os habría dicho que todo pasaría como en las películas: la gente se reuniría en grupos cada vez más numerosos, y fundarían colonias, protegidas por grandes muros y gente armada. Como en Mad Max, o en Mensajero del Futuro. Buf, mira que hacía malas películas ese tipo. ¿Qué habrá sido de él?


Lo malo de no necesitar dormir es que tengo demasiado tiempo para pensar, quizás termine volviéndome loco. Pero al menos ella puede descansar tranquila sin un cuchillo bajo la almohada. Es fabulosa, me sigue queriendo pese a que me he convertido en un auténtico monstruo. Si le pudiera preguntar, me abofetearía por insinuar lo contrario, estoy seguro. Aún me sorprende lo bien que supo afrontar toda esta situación. Cuando todavía había televisión e Internet, salían videos de gente que se volvía loca y clamaba por el fin del mundo. Desgraciadamente, no estaban en lo cierto.


Cuando era más joven, siempre me imaginaba qué haría yo en una situación como la de los protagonistas de las películas. Quizás me atrincheraría en casa, rodeado de comida, y aguantaría hasta morir o convertirme en uno de esos zombies. O reuniría un grupo de valientes y saldría a cazarlos. No se, nunca lo sabré.


Ah, mira, ahí van un par. ¿Cuánto aguantan sin comer carne? Aquel tipo del norte dijo que había encadenado uno a la verja de su casa, y que aguantó dos semanas sin comer hasta que cayó muerto del todo. Era un tipo majo, aunque sus teorías conspiratorias sobre el comienzo de todo esto me ponían de los nervios. ¿A quién se le ocurre pensar que es todo culpa de los extraterrestres? Todo el mundo sabe que fue, como casi siempre, un descuido. Un brote de un virus mutado, y todo a tomar por culo. Me hizo gracia cuando empezaron a dar las noticias por televisión, me recordó al asunto de la Gripe A del 2009. Todo un camelo, pensé.


Pero cuando empezamos a ver a los primeros infectados, eso ya fue otro cantar, ¿eh pequeña? Recuerdo que aquel día te torciste el tobillo cuando huíamos de ellos en el centro comercial. Menuda matanza. La gente no sabía que hacer y se quedaban parados como pasmarotes a la espera de que les comieran vivos. Fue asqueroso. Y luego vinieron los helicópteros y las fumigaciones. Habría sido bastante útil si hubieran esperado a que los que no habíamos sido infectados saliéramos de las ciudades. Pero bueno, ahora todo eso da igual, creo que me hicieron más bien que mal, supongo. Al menos ahora puedo protegerte debidamente.


Creo que saldré a dar una vuelta, a ver si encuentro algunas garrafas de agua. Te vendría bien agua limpia, y no lo que bebemos últimamente.


lunes, 1 de marzo de 2010

Arändiel 2/2

Segunda parte y final de la breve historia de Arändiel, el semielfo.


Pronto el muchacho destacó en una habilidad que significó un gran cambio en su vida. Bien, ahora es cuando decís “Eh, habías dicho que el protagonista de esta historia no era nadie especial”, pero estaríais equivocados. La habilidad que Arändiel desarrolló fue la de desaparecer. Pero no volverse invisible, no, sino esconderse como un ratón en cualquier esquina, con tal de estar solo y que nadie lo molestase. Durante esos períodos de paz, donde Arändiel podía ser verdaderamente libre, aprovechaba para dar rienda suelta a sus pequeñas aficiones. Una de ellas, y a la que le dedicaba mucho más tiempo que las demás, era la de montar y desmontar una y otra vez pequeños artilugios, como cajas de música y rompecabezas de madera. Le apasionaba la exactitud con que funcionaban los artefactos mecánicos. Era muy distinto a la magia arcana. En la magia, debes aprender complejos rituales, administrar la energía de tu entorno, e infinidad de cosas más que a él le resultaban de lo más aburridas.

Así que aquí nos encontramos, un medio elfo de manos y mentes inquietas, sometido al control caso absoluto por una madre que no admitía más órdenes que las suyas. Como bien supondréis, porque es algo que ocurre muy a menudo, cuando más fuerzas las cosas a ir contra su propia naturaleza, más se revelan. Así que llegamos al momento que os comentaba al principio de nuestra historia. La decisión que tomó nuestro protagonista, y que cambió su vida. Una mañana lluviosa, Arändiel cogió un petate y sus cosas y tomó la calle hasta la plaza. Y de la plaza, bajó hasta el mercado. Y del mercado… bueno ya sabéis, se fue de Ventormenta. ¿Dónde, os preguntaréis? Pues con Arthur, su padre, por supuesto. Quizás él no sería tan agobiante como lo era Camila.

Ahora, cojamos el libro de la vida de Arändiel y pasemos unas cuantas páginas. No nos saltaremos nada importante, quizás su primer amor, o el primer artefacto que fabricó. Si os interesa, volveremos a ellos en otro momento.

Bien, veamos… sí podríamos seguir por aquí. Pasaron los años, Arändiel ahora tiene unas treinta y cuatro revoluciones, equivalentes a acabar la adolescencia para un muchacho normal y corriente. Arthur ya es demasiado mayor para trabajar en la herrería, y su hijo decidió que no seguiría toda la vida aporreando el yunque, así que contrataron a un par de chicos jóvenes del pueblo. A su edad, Arändiel ya era todo un muchacho alto, de pelo azabache largo y rebelde, y unos ojos inquietos. Sus manos blancas siempre se estaban moviendo y una pequeña pelusa apareció en su mentón. Aún practicaba la magia arcana, pero para fines bastante triviales, como mover grandes rocas, o servirse el café. 

Una mañana, Arändiel se había levantado al alba inquieto. La noche anterior se había acostado pensando en un artefacto que, a su modo de ver, ayudaría a su padre a moverse por la casa. Se durmió pensando en ello, pero al alba, cuando los primeros gallos de la villa cantaron, él saltó de la cama de paja y corrió a su pequeño taller, lleno de artefactos a medio fabricar. Allí comenzó a fabricarlo, usando madera y latón para ello. Sin darse cuenta, de manera instintiva, utilizó sus poderes arcanos para manipular los pequeños engranajes del artefacto, y sonrió. ¡Por fin había algo que sacar de provecho del tiempo viviendo con Camila! Apenas habían pasado unos minutos, cuando salió corriendo para decírselo a su padre.

¿Sabéis esa sensación en la que algo os dice que  todo va mal… pero no sabéis qué? Eso le pasó a nuestro amigo. Llamaba a su padre, pero éste no respondía. Su corazón comenzó a encogerse poco a poco por el miedo, hasta que llegó a la salita que hacía las veces de sala de estar y comedor, y allí lo vio. Sentado en un sillón viejo, yacía Arthur, su padre, con una sonrisa sin alegría surcando su rostro. En sus manos tenía una carta manuscrita.

Arändiel no sabía qué hacer, ni qué decir. Se sentó a su lado, y tomó la mano de su padre entre las suyas. No derramó ni una sola lágrima, pero os puedo asegurar que en su interior todo era llanto y dolor. La única época en la que había sido feliz daba a su fin con la muerte de Arthur. ¿Qué haría ahora un semielfo como él, ni mago ni herrero, para ganarse la vida? De pronto le dio por mirar la carta que sostenía el difunto entre sus dedos, y la leyó:

 

Querido Arthur:

Ya no puedo aguantar más esta forma de vida. Me

alejé de la aventura, el saqueo y el pillaje por ser feliz

junto a ti. Ahora no estás a mi lado, y nuestro hijo hace

dos días que salió por la puerta de mi casa, para nunca

más volver.

Ya no hay nada que me ayude a vivir aquí.

Me marcho a Therarmore, con unas primas de mi madre.

No es la vida que siempre quise, pero al menos no

estaré sola. He decidido vender la casa para costearme

el precio del pasaje, pero he dado instrucciones para que

te hagan llegar una parte, para que puedas criar

a nuestro hijo sin problemas.

Dile a Arändiel que le quiero, aunque

me temo que nunca se lo he demostrado.

Con cariño, Camila.

 

Siempre había pensado que su madre no le quiso, y por eso nunca intentó contactar con él tras su marcha. Parecía que sí le había afectado. Ahora Arändiel no tenía a nadie, ¿qué podría hacer? Su madre vivía lejos, pero la idea de cruzar el océano no le interesaba lo más mínimo. Quizás volvería a Ventormenta, y vendería la casa de su padre. Empezar de nuevo, marcándose su propio ritmo…

Tampoco era tan mala idea, ¿verdad?


sábado, 27 de febrero de 2010

Arändiel 1/2

Ahora mismo una sensación agridulce recorre mi cuerpo. Estoy contento, porque finalmente acabé la historia que tenía en mente. Pero también estoy algo chafado, ya que el lugar al que lo envié no aceptaba relatos de más de 5 páginas, por lo que tuve que acortarlo. Afortunadamente, puedo seguir escribiéndolo por mi cuenta, y para vosotros. Espero que os guste la historia de Arändiel.


Todas las grandes historias tienen comienzos sencillos. Quizás empiezan con palabras como “Érase una vez” o “En el principio”. Lo importante de estas historias es cómo te vas introduciendo en ellas como si de una bañera de agua caliente fuera, sintiendo cómo cada vez te sientes más cerca de sus protagonistas.

La historia que nos ocupa no será una de esas grandes historias, ni siquiera su protagonista será un héroe de brillante armadura y espada llameante, como los de muchos otros libros. No, la historia de nuestro protagonista será la de cualquiera de vosotros, que por una causa u otra, elegisteis un camino en vuestra vida del cual os arrepentís. Por mucho que pasen años y años, seguís lamentándoos de haber hablado con esa chica y no con la otra, o de haber robado esa chuchería en el puesto de la esquina, avergonzando a tu madre.

Pero para poder empezar con nuestra historia, deberíais de saber dónde nos encontramos. El mundo donde todo se desarrolla se llama Azeroth. Este mundo, lleno de criaturas mágicas y aventuras legendarias que los bardos repiten sin cesar en las plazas de los pueblos, es relativamente joven, comparado con la vida de otras miles de estrellas en el cielo. Si lo mirásemos desde arriba, podríamos distinguir tres grandes continentes: Tierras del Este, Kalimdor y Rasganorte. El principio de nuestra historia tendrá lugar en el más oriental de los tres, Tierras del Este, donde los humanos del Reino de Ventormenta se instalaron finalmente tras años de conflictos por doquier. Esta tierra, que alberga cualesquiera clima y formaciones geológicas, también es el lugar donde Humanos, Elfos, Gnomos y Enanos de la Alianza, permanecen en constante lucha contra los No Muertos y Elfos Renegados, criaturas de la denominada Horda.

Pero alejémonos de las fronteras en guerra, y viajemos hacia el interior del reino de los seres humanos. Aquí florecen pequeñas villas y aldeas con facilidad, disfrutando de territorios casi inexplorados a salvo de las amenazas externas. El Ejército de Ventormenta, numeroso e implacable, protege a los aldeanos de cualquier enemigo, ya fuera mundano o mágico. En una de esas aldeas nació hace no muchos años, un joven muchacho al que bautizaron con el nombrel de Arändiel. Su madre, una elfa Quel´dorei de rasgos afilados acogió al recién nacido entre sus brazos nada más salir de su vientre, y derramó lágrimas de alegría. Su marido, un fornido herrero humano, de barba rala y mandíbula prominente, observaba desde el quicio de la puerta a la madre y al pequeño, orgulloso de ambos.

¿Y cómo es que terminaron casados un humano y una elfa, preguntaréis? Pues para responder a ello tendría que engatusar a un Dragon de Bronce que, dicen, poseen la capacidad de viajar en el flujo del Tiempo. Pero todo ello son conjeturas, y nos llevaría mucho tiempo discutir acerca de la viabilidad de tal teoría. Así que intentaremos imaginar qué situación pudo darse para que ambos se conocieran.

Podríamos imaginarnos que ambos formaron parte de un grupo de aventureros. Uno de esos variopintos grupos que entran en catacumbas apestosas, o cavernas oscuras en busca de tesoros inimaginables. Seguro que en más de una ocasión lucharon contra ogros, e incluso contra fantasmas y demonios. Probablemente, al poco de conocerse, surgió un pequeño conflicto entre ellos. Quizás discutieron acerca de quién derrotó a más enemigos en la última incursión, o tal vez acerca de quién era capaz de beber más cerveza antes de desmayarse. El caso es que, como suelen decir, el roce hace el cariño, y estoy seguro de que ambos terminaron dejando de lado sus disputas, y se enamoraron. Y como la vida de un aventurero tiene que acabar tarde o temprano, la vida de estos dos probablemente acabó comprando una granja y una herrería en una aldea alejada de cualquier peligro, dispuestos a envejecer juntos y criar una familia. Todo esto, por supuesto, no son más que conjeturas, pero me arriesgaría a decir que no se diferencia mucho de la realidad, porque si no, no estaría contando esta historia, ¿verdad?

¿Por dónde iba? Ah, sí, hablábamos del nacimiento del joven Arändiel. Sus primeros días de vida fueron toda una aventura para él. Abrir los ojos, descubrir que tiene cinco dedos en una mano… ¡y cinco en la otra! Esos sí que son los mejores días de alguien, no como ahora, lleno de responsabilidades y obligaciones. A lo que iba, que me temo que me estoy despistando. El problema fue que el nacimiento del joven mestizo no trajo alegría a la granja, sino todo lo contrario. Su madre, Camila, obsesionada con que un muchacho de sus características fuera infeliz entre esas gentes de mente estrecha, discutía casi a diario con su padre, Arthur, que mantenía una postura contraria. Así que, ni corta ni perezosa, cuando el muchacho no contaba los cinco años, Camila hizo las maletas y viajó hasta la capital, Ventormenta.

¿Y de donde sacó el dinero una granjera para poder instalarse en la ciudad más poblada del planeta? Resultaba que Camila, en tiempo de aventurera, era una hechicera de lo más habilidosa, y obtuvo un cargo en la institución mágica por excelencia del Reino, la llamada Torre Arcana. Nada espectacular, ya que era responsable de dar clase a niños pequeños, de la edad de su hijo, pero suficiente para costearse una vivienda de dos pisos en una zona tranquila. 

Pero echemos un vistazo al joven Arändiel. El niño, sobreprotegido por su madre, había crecido flacucho y pálido, completamente distinto al resto de niños de su edad. Tenía los ojos muy azules, casi blancos, y las orejas puntiagudas. Hablaba con una musicalidad extraña, que recordaba al sonido que hacen los ríos durante el deshielo, y sus movimientos eran elegantes y suaves, como una prenda de ropa mecida por el viento. Arändiel, incapaz de tomar decisiones por sí mismo debido a la actitud protectora de Camila, ingresó en la Torre Arcana para formarse en sus estudios académicos. A su madre no le costó mucho que le aceptaran, ya que era de sangre élfica e hijo de una hechicera, si bien no destacaba especialmente en la manipulación de energía.

Contrario a lo que podríamos pensar a estas alturas, la etapa escolar de Arändiel fue de lo más dolorosa para él, aunque especialmente para sus posaderas. El hecho de ser tan pálido y retraído provocaba las burlas de sus compañeros, que le daban patadas y empujones siempre que tenían la oportunidad, o incluso conjuraban cubos de agua sobre su cabeza cuando las enseñanzas de la Torre comenzaron a dar sus frutos. Esto no hacía más que enfurecer a su madre que, lejos de intentar comprender a su hijo, le reñía por no defenderse. Alguien de su sangre no podría ser maltratado de esa manera.


viernes, 12 de febrero de 2010

Dualidad

Hoy, y espero que otros días también me atreva a hacerlo, os regalaré una imagen. Cuando escribo estas historias, me gusta decorarlas con imágenes hechas por mí (usando métodos de edición por ordenador, no tengo tan buena mano) para ambientarlas, y para la última aventura de Samuel también ocurrió así. Estoy de lo más orgulloso, recibí algo de ayuda, claro, pero eso no le quita nada de mérito al asunto.

Espero que os guste.



jueves, 11 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Contraofensiva) 5/5

Quinta entrega, y final de la historia. ¿Qué le sucederá a Samuel en la Catedral Negra?


- Aún no lo entiendes, ¿verdad? – dijo, señalando al techo.

Samuel, con el rostro perlado de sudor, alzó la mirada y leyó las runas que estaban grabadas en la fría piedra del techo.

 “Aquel que lee estas palabras ha dejado atrás la vida , pues al observar el Orbe de la Vida Eterna, brinda su arma al servicio del Exánime. Te saludo, Caballero Oscuro”

 - Pues estás muy equivocado, bicho. No tengo intención de servir a nadie más que al Rey que sirvo ahora, y a mis propios ideales – dijo, orgulloso

 - Intención – respondió el Lich, poniendo su mano sobre el Orbe, que comenzó a brillar con fuerza – Eso significa decisión. Nosotros no queremos decisión, Samuel, ¡queremos servidumbre!

 Como respuesta a las palabras del hechicero, del orbe comenzaron a surgir cientos de imágenes. Samuel empuñando la espada, asesinando a sangre fría a Allison, a Triskiel, a Thomas. Recorriendo el Castillo de Ventormenta hasta encontrar a Varian, y asesinándolo como Arthas mató a su padre. Samuel cayó de rodillas, extenuado.

 - Sus recuerdos morirán, Samuel. Tu nombre será borrado del mundo, porque será consumido por el Exánime. 

 - Forjamos nuestro propio destino, Wulgreth, por eso somos fuertes. ¿Para qué quiero gloria? Ya tengo lo que siempre quise. El descanso eterno de mis padres, y recuperar mi apellido. No tienes nada que quiera, ni me tendrás a mí.

 -  Nada es Eterno, Samuel, Sólo la Muerte. Sólo el Rey Exánime.

 - Esto se ha acabado, Wulgreth – dijo, alzando la mano e intentando destruir el orbe con el poder de la Luz. Al instante, el Lich chasqueó los dedos, y la mano de Samuel ardió y se volvió negra. Volvió a intentarlo, y la otra mano le sucedió igual.

 - ¿Ese es todo el poder de la Luz? ¡Observa el auténtico poder! – dijo, mientras centenas de cadáveres se alzaban en el suelo de la catedral. Con un movimiento de muñeca, pulverizó a varias decenas, y dirigió sus titilantes almas hasta su boca – Delicioso… ahora es tu turno, Samuel Strongshield.

 Las fuerzas de Samuel se agotaban, y vio con el rostro enfurecido que no era rival para el Lich. Sonrió tristemente, y alzó el rostro.

 - Bien, Wulgreth. Si esto tiene que acabar… prefiero que sea a mi manera.

 Y diciendo esto, sacó un puñal de su bota, y se atravesó el pecho con un quejido. Pronto la sangre comenzó a manar a borbotones.

 - Ah… te has apuñalado. ¿Quieres saber una cosa? – dijo, acercándose a él y mirándole a los ojos – Aquí no mueres. Derramarás tu sangre y luego, sólo queda el dolor. 

 Extendiendo la mano, Wulgreth atravesó el pecho de Samuel, y lo alzó el aire, mirándolo distraído. Lo lanzó al suelo, haciéndolo rebotar, mientras el León de Acero sentía cómo perdía la consciencia y la volvía a recuperar una y otra vez debido al dolor. Wulgrethle perforó y curó una y otra vez, mientras le miraba con gesto impávido. Le destripaba, y luego volvía a recomponerle.

 - Tengo todo el tiempo del mundo, Samuel. Parece que llevamos meses, pero en tu mundo sólo ha pasado un segundo… Helaré tu alma y olvidarás a tus seres queridos. Sólo escucharás mi Voz.

 Samuel, agonizando, intentaba aferrarse a los recuerdos de Thomas, de Allison, de sus amigos y compañeros, para no caer en la locura. Pero cada vez era más y más difícil. El Lich volvió a atravesarle el pecho, y lo lanzó lejos. Samuel voló. Voló durante una eternidad mientras se desangraba, hasta que cayó de nuevo como un juguete roto, desparramando su sangre por doquier, en el mismo punto en que fue lanzado.

 Luego… oscuridad, y unas manos que le agarraban con fuerza. 

 ¿Serían los demonios que venían por él?


miércoles, 10 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Contraofensiva) 4/5

Cuarta entrega. ¿Quién vencerá en el igualado combate contra el Campeón No Muerto?


- ¡Señor! – gritó Gez, y furioso, se lanzó contra el esqueleto presa de la ira, lanzando golpes fuertes e imprecisos

 El esqueleto no podía contener las rápidas embestidas de Gez, así que lo golpeó con el pomo de la espada, y giró su muñeca para decapitar al soldado. Pero este se agachó en el último instante, y el golpe, cargado de energía sombría, impactó contra el techo del puente, haciéndolo tambalearse.

 El estruendo fue ensordecedor. Mientras retiraban a Samuel como podían del alcance de los escombros, los soldados observaron cómo el esqueleto era sepultado por trozos gigantescos de piedra y mármol. Lo único que quedó visible fue la hoja de su negra espada, alzándose como un brote tierno entre las rocas y el polvo.

 - Demonios chicos, ¿qué ha habéis hecho? – dijo Samuel, aún aturdido, y levantándose con dificultad. Sacudiendo la cabeza, alzó la mano y sonrió – es igual, lo importante es que le habéis detenido.

 Se tomaron unos minutos para relajarse y curar las heridas, mientras la voz del Lich no cesaba de repiquetear en sus cabezas, con promesas de Poder e Inmortalidad. Pero a su contante molestia se unió el susurro de la Espada Negra. Ésta buscaba un nuevo dueño, y como una serpiente, se introducía en los pensamientos de los soldados. Samuel quedó serio, y los miró. La mayoría eran jóvenes que no habían conocido mujer. Otros, quizás con el alma demasiado frágil como para intentar dominar el poder de la espada. No podía permitir que cayera en manos de alguien débil.

 - Cabo, trae al Padre Olivetti.

 Minutos después, el sacerdote acudió y Samuel estuvo discutiendo con él. Los soldados observaron curiosos cómo el Teniente intentaba convencerlo de algo, a lo que él se negaba categóricamente.

 - Es una insensatez, Teniente. Deberíais custodiarla, y dejar que otro la purificase.

 - No hay tiempo, Padre. Si alguien tiene que sacrificarse, seré yo – alzó el rostro – Cabo, venid. Padre, curadme las heridas.

 Cogió a Gez del hombro y le susurró al oído.

 - Quiero que me hagas un favor, si ves que me convierto en alguien que no soy yo, matadme.

 - Pero mi señor, yo…

 - Cabo… Gez, hazme ese favor, ¿vale? No podría soportar convertirme en… eso. Vamos, organiza a los hombres.

 A regañadientes, el Cabo Gez Gronik reunió a los hombres y les explicó la situación. Mientras tanto, el sacerdote terminó de curar sus heridas, y Samuel comenzó a trepar por los escombros, con destino la Espada Negra. Cuando llegó a ella, torció el gesto y la observó. Emanaba poder sombrío, y no estaba seguro de poder vencerla… pero había que intentarlo. Concentró todas sus fuerzas, cerró los ojos mientras murmuraba una plegaria…

 Y tocó la espada.

 En cuanto lo hizo, el mundo se detuvo a su alrededor. El frío congeló su mente y su cuerpo, y se vio transportado a otro lugar, a otro tiempo quizás. Una catedral sombría e imponente apareció ante él, y fue llevado por manos invisibles ante el altar, que se alzaba tenebroso con una esfera roja como la sangre, que palpitaba en lo más alto. Ante él, apareció el Lich, que portaba la Espada Negra.

 - Samuel. Te has presentado ante el Señor de la Muerte y le has ofrecido tus servicios. La Muerte escoge a sus Campeones, y esta espada es símbolo de tal.

 - Te equivocas, Wulgreth – interrumpió Samuel – Vengo a destruir el corazón de la espada… y a ti con ella. No quiero tus dones ni tu inmortalidad.

 - ¿Destruir? – respondió con su cavernosa voz – Iluso inmortal, ¿te crees superior a los tuyos? Los humanos siempre habéis sido fácilmente tentados por el poder…

  - No soy más fuerte que nadie por mí mismo, abominación. Lucho por mi familia, mis amigos, por mi Reino. Esa es mi fuerza. Y por toda esa gente, se que venceré.

 - ¡El reino está muerto! – gritó el Lich – Tu familia morirá en tus manos, porque ahora tu alma me pertenece. Porque has dado tu alma a la espada, como ya hizo el caballero que la portó antes que tú, hace cuarenta años, y el anterior a él, cuando la primera Espada de la Perfidia fue forjada por almas humanas.

 - No me importa de quién fuera la espada, Lich… sé a qué vengo, y lo voy a hacer – dijo, dando un paso hacia delante.

 Con suma lentitud, el Lich extendió un dedo y con él atravesó el hombro de Samuel, que observó aterrorizado cómo entraba limpiamente, sin que él pudiera hacer nada. Con un quejido de dolor, detuvo su avance.


martes, 9 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Contraofensiva) 3/5

Tercera parte. ¿Subumbirán nuestros protagonistas al poder del Rey Exánime?


- ¡Escuchad mi voz! La muerte os espera, vuestra sangre ya me alimenta… ¿Por qué postergar vuestro sufrimiento? Observad a mis huestes, no sufren, no sienten daño… Eternos, inmortales al paso del tiempo. Os lo ofrezco todo, a cambio de servidumbre al Gran Señor. Observad vuestro débil mundo, ruinoso y traicionero. Aquel que llamáis Rey busca vuestra muerte. Os ha enviado a morir. ¡Sólo desea vuestra perdición!

 Algunos soldados comenzaron a dudar ante sus palabras, pero una nueva amenaza captó su atención. Gemidos y quejidos en el exterior del Cuartel les instaron a salir a investigar, mientras la constante voz del Lich resonaba en sus cabezas. El espectáculo era dantesco: aquí y allá, soldados y aldeanos gritaban mientras se tapaban los oídos en un vano intento por hacer desaparecer la voz de sus mentes. Los ensangrentados guerreros salieron del fuerte y observaron la escena, intentando calmar a los afectados. Una voz llamó su atención:

 - ¡Escuchadme, hermanos! ¡Corred por vuestras vidas! ¡Nada ni nadie puede hacer frente a este poder!

 Samuel, enfurecido, mandó a sus hombres a contener al alborotador, y cuando éste fue reducido, vio cómo los aldeanos se rebelaban, intentando linchar a los soldados.

  - ¡Herejes! – gritaban - ¡Habéis intentado asesinar al Padre Olivetti!

 - Mierda – pensó el León de Acero – menuda metedura de pata, Sam

 Cogiendo la antorcha del inconsciente predicador, se subió a una mesa, y se dirigió al pueblo, lo suficientemente alto como para que escucharan su voz por encima de la fatalista propaganda del Lich.

 - ¡Escuchadme, hermanos y hermanas! Hemos venido aquí para ayudaros. ¡Hemos venido a combatir a vuestro lado! Disculpad lo sucedido al sacerdote, ha sido un tremendo error, error que solucionaré ahora mismo – dijo, bajando de la mesa – pero os necesitamos, hermanos y hermanas. El enemigo es fuerte, vosotros mismos estáis comprobando hasta qué punto es taimado y traidor   - dijo señalándose la cabeza, hasta que llegó al sacerdote, y le puso la mano encima – No somos herejes.

 Una tenue luz emanó de la palma de la mano de Samuel, y pronto el sacerdote recobró el conocimiento, y retrocedió aterrorizado. 

 - Disculpe, padre, ha sido todo un tremendo error.

 Continuaron charlando, mientras Samuel intentaba convencerlos de que prestasen su ayuda y de que no les linchasen por herejes. Su fama y renombre sirvieron de algo, puesto que muchos le habían visto en los Torneos, o habían leído sobre él. Mientras tanto, siguiendo sus órdenes, los soldados se reagruparon y formaron un pequeño campamento para recuperar fuerzas y tratar heridas.

 - Seríais de mucha ayuda, Padre. Mis hombres están gravemente heridos.

 Con el ceño fruncido, el sacerdote finalmente aceptó a regañadientes. Su deber como creyente importaba más que sus temores, y Samuel organizó a sus hombres por gravedad para tratar sus heridas. Pasaron las horas, y tras dejar a los gravemente heridos en Villa Oeste y avisar a Ventormenta de lo sucedido, dejaron las monturas y partieron a pie hacia la linde del bosque. La voz del Lich no cesó en ningún momento de atormentarlos, y algunos soldados y aldeanos  tuvieron que ser atados para no volverse locos.

 El verde paisaje de Elwynn pronto dio paso a los eriales de Páramos de Poniente. Frente a ellos, el Puente del Oeste, que permitía cruzar el río Elwynn de camino al oeste. Allí, grande como una montaña, se alzaba una figura sombría, flanqueada por decenas de no muertos tambaleándose.  Tomando el Filo del León con fuerza y canalizando el poder de la Luz, Samuel habló a sus soldados.

- No tenemos tiempo que perder, muchachos. Yo me encargaré del grandote, y vosotros aniquilad a esa escoria, Cuando acabéis con ellos, ayudadme a terminar el trabajo.

 Y diciendo esto, dio un paso adelante, y con un rugido de rabia, lanzó una oleada de pura energía luminosa contra el gigantesco esqueleto que les hacía frente, portando una enorme y sombría espada. Como una flecha, la oleada de energía recorrió en apenas un pestañeo la distancia que los separaba, pero el Campeón no Muerto giró su espada y golpeó la descarga luminosa, dividiéndola y arrasando a los zombies que le flanqueaban.

 - ¿Crees que será tan fácil, mortal? – dijo, riendo con su gutural voz

 Samuel corrió hacia él enarbolando el Filo del León y el Defensor del Reino, su espada y escudo, mientras flechas certeras volaban hacia los secuaces del Campeón. La batalla prometía ser gloriosa, y así fue. Poderosos golpes de cada uno hacían temblar la estructura, y parecía que no iba a tener fin, hasta que Samuel esquivó una de las embestidas del Campeón y cercenó de un solo tajo ambos pies, haciéndole caer. Cuando iba a darle el golpe de gracias, mientras sus soldados combatían a oleadas de enemigos que se levantaban cada vez que caían, el Campeón derribó a Samuel con el plano de la espada, haciéndole rodar.

 - ¡Eres mío, mortal! – dijo el Campeón, alzando su espada.

 Pero justo cuando iba a caer, Samuel escuchó dos chasquidos, y al instante, la mano que sostenía la espada estalló en pedazos, así como la calavera del guerrero, mostrando un brillo rojizo en su interior. Miro asombrado, y vio a Vyncent y Asdrúbal, que habían sido alertados por Gez, sonriendo orgullosos de tal hazaña. El cabo corría hacia Samuel con intención de ayudarle, pero frenó en seco al ver que el enemigo caía. El júbilo inundó los corazones de los guerreros, júbilo que se disipó al momento. Desvaneciéndose como la bruma, el Campeón desapareció y apareció de nuevo al comienzo del Puente del Oeste, intacto.

 - ¡Mi Rey me hace invulnerable! – dijo, arremetiendo contra Samuel

 Con un rugido, Samuel empuñó el Filo del León, y saltó contra el Campeón, adelantándose a sus movimientos, y haciendo estallar su cráneo nuevamente de un solo golpe. Ambos, Gez y Samuel, pudieron observar una brillante joya roja en su interior, momentos antes de que volviera a desvanecerse y recomponerse.

 - ¡Gez, la joya! ¡Acabad con ella cuando vuelva a caer! – dijo Samuel, sin percatarse de que el Campeón corría a grandes zancadas en su dirección.

 Fue visto y no visto. El mandoble del Campeón voló e impactó en el abdomen de Samuel, haciéndole volar por los aires y cayendo pesadamente en el puente con un repiqueteo del metal de su armadura.

domingo, 7 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Contraofensiva) 2/5

Segunda parte de Contraofensiva, la aventura de Samuel contra la Plaga. ¿Qué encontrarán nuestros héroes en los sótanos del Fuerte de Arroyoeste?


En torno a un pedestal, y rodeados de litros de sangre, vísceras y trozos de cadáveres, tres hechiceros de negras túnicas entonaban un siniestro salmo. Uno de ellos se giró y sonrió, y con un giro de muñeca envió una oleada de energía sombría contra ellos, derribándolos.

 - ¡Vamos Leones! – gritó Samuel, levantándose aturdido, y lanzándose contra el hechicero, abriéndose paso a empujones contra los esqueletos que se alzaban para detenerlo.

 Pero éste estaba bien preparado, y sonrió lascivamente cuando Samuel saltó, y el León de Acero pronto comprendió por qué. Una sinuosa garra surgió del techo, y éste pudo bloquearla en el último instante con el escudo, haciéndole caer y rodar hasta una mesa llena de cráneos. Esos malditos nigromantes habían cosido extremidades a los techos, dándoles la apariencia de grotescos candelabros. Los soldados saltaron con un valiente rugido contra los esqueletos que comenzaban a surgir de cada rincón, y los arqueros los derribaban a distancia, intentando abatir a los hechiceros. Pero no había tiempo que perder, los Nigromantes comenzaron a entonar otro canto, y Samuel no iba a permitir que terminaran de lanzar el hechizo. Canalizó el poder de la Luz en la espada, tal y como había aprendido en la Abadía de Villanorte, y pronto se cubrió de un blanco fulgor. Los hechiceros, alertados, le señalaron alarmados.

 - ¡La Luz! ¡Acabad con la Luz!

 Pronto todos los esqueletos dejaron de acosar a los soldados y avanzaron hacia Samuel sedientos de sangre. Derribó cinco, diez esqueletos con cada golpe de mandoble, pero eran demasiados, y pronto quedó reducido, aplastado por el peso de las decenas de cadáveres que le acosaban.

 - ¡Señor! – gritó el Cabo Gronik, saltando desde la escalera, espada en mano, seguido por varios Leones - ¡Vamos, muchachos!

 Un quejido ahogado alertó a los nigromantes, y aterrados vieron cómo uno de sus compañeros se ahogaba en su propia sangre mientras la flecha de Asdrúbal, el silencioso arquero voluntario, le atravesaba la garganta. Cayó entre gorgoteos, dando a los héroes una oportunidad para abrirse paso hasta Samuel, que ya se alzaba con dificultades intentando quitarse de encima los cadáveres putrefactos. Las flechas volaban sin cesar, y los hechiceros canalizaban sombríos poderes que derribaban a los blindados soldados y a los certeros arqueros. 

 De repente, el Cabo Gronik vio algo inusual bajo una escalera. Un caldero que emanaba un sombrío poder.

 - ¡Asdrúbal, ayúdame a volcarlo! – dijo mientras lo cogía de una de las oscuras asas de hierro

 - ¡No! – gritó uno de los hechiceros - ¡No tocaréis el caldero de la plaga! – y diciendo esto, invocó una esfera de sombras en la palma de su mano, y la lanzó contra Asdrúbal, haciendo que éste impactara con el caldero, volcándolo. 

 Al instante, el icor verdoso que contenía empezó a manar, y pilló de sorpresa a la única hechicera del grupo, envolviéndola en sus sombrías energías, descomponiéndola, y finalmente, haciéndola desaparecer con un gemido.

 - ¡Malditos patanes! ¡Os mataré! – el último de los hechiceros estaba desbocado, y lanzaba energías oscuras como proyectiles a todo lo que se movían, derribando enemigos y amigos por igual.

 El contenido del caldero seguía extendiéndose, mezclándose con un gorgoteo con la sangre que decoraba el suelo.

 - ¡Vamos, salid de aquí! – ordenó Samuel - ¡No dejéis que esa sustancia os toque!

 Los esqueletos, debilitados ante la caída de dos de sus señores, no eran más que un mero estorbo para los guerreros, que se abrían paso como podían, mientras esquivaban los ataques del enloquecido nigromante. A punto de llegar a las escaleras, Samuel vio cómo Asdrúbal y el Cabo Gronik caían, tras haber sido lanzados violentamente contra la pared por un hechizo. Empujando a los soldados hacia las escaleras, Samuel volvió a por ellos, y con una sonrisa comprobó como Vyncent, el explorador, no iba a permitir que cargara él con todo el peso. Juntos, los ayudaron a subir las escaleras, mientras las últimas palabras del hechicero tomaban forma de maldición, y finalmente, desaparecía.

 Recuperando el aliento en la plana baja, vieron cómo los esqueletos restantes se desmoronaban en el suelo, tras mitigarse el poder que los mantenía en pie. Unos minutos de paz era lo que necesitaban para recuperar fuerzas y reagruparse. Minutos que no tendrían.

 Pronto una tenebrosa voz habló a Samuel en lo más profundo de su ser, y al mirar a sus compañeros, comprobó que no era al único al que le sucedía. Se vio transportado a una llanura helada infinita, y ante él, cientos, miles de no muertos le esperaban, criaturas sin forma volaban en círculos sobre ellos, y al instante, una espectral forma se materializó ante él. Era un Lich. El Lich que les atormentaba desde hacía unos días, y que se había infiltrado en Ventormenta.

 - Escuchad mi Voz, patéticos mortales. Estáis en mi tierra, en mi dominio. Escuchadme, veis mis legiones… No podéis ganar a la Muerte. No podéis derrotar al Rey de Reyes, aquel que domina a la Muerte. La Luz es engaño. La Luz no da milagros. Nosotros traemos a los muertos a la vida. Nosotros damos la inmortalidad y el verdadero Poder. Estáis en las tierras heladas del Rey… Es hora de que deis juramento. Dadle felicidad al Exánime, y vuestras vidas serán perdonadas.

 Al instante, y sin dudar, las voces de sus compañeros de unieron a la de Samuel, rechazando su poder y plantándole cara. La espada de Samuel refulgía de poder Luminoso, mostrando siniestras sombras en el rostro de los soldados, y eso les llenaba de coraje. La voz no tardó en contraatacar.

sábado, 6 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Contraofensiva) 1/5

Ahora mismo acabo de terminar la crónica de lo sucedido ayer, en una partida de Rol en WOW que duró la friolera de 7 horas. No puedo más que compartirla con vosotros, ya que estoy muy orgulloso. Ahí va la primera parte. 


El sonido de los cascos de los caballos contra la piedra, salpicada aquí y allá por brotes de hierba, era lo único que se escuchaba en el Bosque de Elwynn. Los soldados y voluntarios se dirigían al oeste, hacia los Páramos de Poniente por orden del Rey. El Azote amenazaba la estabilidad del Reino y era necesario frenarlo.

 Samuel estaba molesto. Molesto por haber sido dejado en ridículo frente a sus hombres por el Rey. Molesto por haber sido objetivo de una estratagema vil que los mantuvo ocupados. Molesto por no poder tener una excusa. Pero debía de alejar esos pensamientos y centrarse en la batalla que tenían delante. Probablemente serían cientos de No Muertos a quienes se enfrentaban, y no eran un enemigo sencillo de combatir.

 -         Recordad que luchamos contra el Rey Exánime, Arthas el Traidor. Aplastad a vuestros enemigos, y rematadlos en el suelo. No hagáis prisioneros… porque no recibiréis tal honor.

 Los soldados estaban inquietos, pero ver a su Teniente aparentemente tranquilo les calmaba. Era un hombre curtido, sus posibilidades de sobrevivir aumentaban ligeramente si era él quien iba al frente. Pero pronto esa leve paz se turbó. Sombras, susurros y murmullos se arremolinaban a su alrededor ocultas en el bosque. La aldea de Villa Oeste, última población antes de Páramos, se alzaba ante ellos, ofreciéndoles algo de paz.

 Pero pronto se dieron cuenta de que nada iba bien. Los soldados vagaban sin rumbo, torpes y lentos. Los pocos ciudadanos que había fuera se ocultaban en sus casas, y las cerraban a cal y canto. El Fuerte de Arroyoeste, objetivo estratégico esencial del Reino, se alzaba imponente proyectando su sombra contra la población, siniestra y sombría. Samuel desmontó, y desenvainando el Filo del León, regalo de los parameños, avanzó hacia el Cuartel.

 -         Atentos todos, preparaos – dijo el Cabo Gronik

 No tardó uno de esos erráticos soldados en pararse frente a él, con la mirada ausente asomando en la visera del casco.

 -         ¿Qué ocurre aquí, soldado? Dame una explicación – dijo Samuel

 El soldado ladeó el rostro, y con la mirada perdida, respondió.

 -         Soldado. Explicación.

 Dando un paso atrás, Samuel comprendió lo sucedido. Dio la voz de alarma, e inmediatamente decenas de soldados, corrompidos por el poder sombrío del Azote, salieron de cada rincón, y de cada callejón, enarbolando sus armas como buenamente podían, contra los bien preparados Leones de Ventormenta. A la señal de Vyncent, explorador del Ejército, una oleada de flechas volaron hacia Samuel, atravesando limpiamente a los soldados que cargaban contra él. Pronto los Leones avanzaron, derramando la sangre de cada enemigo que se alzaba contra ellos. Samuel, furioso por tener que luchar contra los suyos, golpeaba con el plano de la espada y con el escudo, incapaz de asesinar a seres humanos inocentes.

 La batalla pronto quedó dividida en dos grupos. Mientras el grueso de las fuerzas se enfrentaba a los soldados hechizados, Samuel, Gez, Vyncent, Asdrúbal, Thordlin y un grupo surtido de Leones avanzaron cautelosamente hacia el interior del Fuerte, con la intención de aniquilar toda presencia enemiga. Ésta no se hizo esperar, y pronto oleadas y oleadas de No Muertos surgieron de la fortaleza para devorar a los Héroes. Espadas y flechas danzaron como la guadaña en el trigal, arrasando las tropas enemigas e internándose cada vez más en Arroyoeste. Los zombies, esqueletos y ghouls parecían no tener fin, y pronto comprendieron que realmente se enfrentaban al Azote. Nadie en este mundo sería capaz de manejar unas fuerzas así.

 Pero pese a la superioridad numérica del enemigo, los Leones avanzaban sin cuartel, recibiendo no más que algunas heridas superficiales. Las garras y colmillos putrefactos no eran nada contra el hierro y el acero templado de sus armas y armaduras. No tardaron, no sin esfuerzo, en llegar a la sala de Mando, dejando tras de sí sangre, entrañas y vísceras extendidas cual alfombra por todo el suelo.

 -         Bien, recordad que quiero que decapitéis a cada cadáver que veáis en el suelo. No os confiéis, no dudéis. Prefiero que me tachen de cruel a perder a uno de mis hombres por un descuido – dijo Samuel, mientras revisaba los papeles en busca de algún informe sobre el enemigo

 Eso era lo peor, la espera. Recuperar el aliento mientras pensabas qué paso sería el siguiente. Quienquiera que fuera el causante, no se encontraba en lo más alto, y Samuel pronto comprendió que se habían equivocado de camino. Pero ya no hacía falta preocuparse, pues pronto comenzaron a surgir aullidos y gemidos procediendo de las escaleras laterales. El enemigo se había reagrupado, y ahora tocaba atrincherarse y resistir el ataque.

 -         ¡Arqueros, a cubierto tras de mí. Leones, formación de muralla. No dejemos que trepen! – dijo Samuel, situándose al fondo de la sala.

 El enemigo no tardó en hacer aparición, y de qué manera. Corriendo como ratas asustadas, decenas de no muertos, corrompidos y emanando energía sombría, se abalanzaron desde las dos puertas laterales contra los soldados, mientras los chasquidos de las cuerdas de los arcos sonaban casi al unísono. No tenían tiempo para perderlo, tenían que llegar a Páramos de Poniente y estaban perdiendo cada segundo que pasaban en el fuerte. Samuel invocó el poder de la Luz, y lo usó para barrer esqueletos y zombies como la brisa mueve las hojas, abrasándolos y reduciéndolos a cenizas. Sus Leones, envalentonados por su Teniente, lucharon con renovadas fuerzas, aniquilando a los enemigos.

 El suelo quedó alfombrado con los cadáveres de amigos y enemigos por igual, así que era hora de tomar la iniciativa.

 -         Los que no puedan seguir, descansad, los demás, ¡seguidme! – dijo Samuel, alzando la espada y lanzándose escaleras abajo, en dirección al sótano.

 Los enemigos corrían hacia ellos, desesperados por frenar su avance, y Samuel comprendió que iban por buen camino. Abrió de una patada la desvencijada puerta que daba al sótano, y bajó junto a unos pocos hombres, mientras el resto protegían la planta baja. La temperatura era terriblemente baja allí, obviamente por razones no naturales. El vaho que emanaba de sus bocas les daba una apariencia fantasmagórica, y no tardaron en percibir un hedor inaguantable, que provocó algún que otro vómito. Pero no habían errado el tiro.