viernes, 17 de mayo de 2013

Comunidad Umbría - Oppenheimer


Una breve historia inspirada en el Mechanicum del universo de Warhammer 40k. ¡Espero que os guste!


Un chirrido de código binario despertó al anciano, que se había quedado dormido sin darse cuenta sobre la mesa. Lo primero que vieron sus ojos fue el rostro sin facciones de su ayudante artificial. Los sensores que le permitían ver y escuchar parpadeaban con un llamativo color naranja, indicativo de que había una alarma a la que su amo tenía que prestar atención.

- ¿Qué hora es?  - dijo, desperezándose. Inmediatamente, en la superficie transparente que recubría su ojo artificial apareció una secuencia de números en código hexadecimal - ¿Tan tarde? Maldita sea, te tengo dicho que no me dejes dormir tanto…

Se levantó con lentitud, mientras el servidor ayudante continuaba informando de las tareas pendientes en un irritante binario. Una de las modificaciones sinápticas que tenía instaladas su creador en el córtex cerebral le permitía comprender la transmisión de datos del androide.

- Retrasa dos coma cinco horas las pruebas de resistencia del proyecto Gamma-Cinco – dijo, mientras se retiraba una sustancia blancuzca de la comisura de los labios y se dirigía con pasos lentos al laboratorio principal. Durante el trayecto, se cruzó con algunos jóvenes ayudantes, modificados en mayor o menor grado, que le dedicaban fingidos saludos de respeto. Aunque era una auténtica eminencia en física dentro de la Fortaleza, sabía que era objeto de burlas por su avanzada edad – Y programa una intervención para las dieciséis coma dos horas para un ajuste del temporizador interno. No quiero volver a quedarme dormido, ¿qué hubiera pasado si alguno de los Supervisores me hubiera hecho llamar?

Cuando era joven, había sido nombrado una de las grandes promesas de la Fortaleza. Carente de cualquier tipo de alteración en su ADN que podría haber llamado la atención de los genetistas del Estado, fue educado para convertirse en un ciudadano de provecho de la sociedad. Sin embargo, desde temprana edad sus intereses fueron dirigidos hacia la Mecánica Ondulatoria. Siglos después desde la aparición de los primeros grandes estudiosos de la Física, aún había preguntas sobre el Universo que no tenían respuesta, y él se prometió a sí mismo que hallaría esas respuestas.

Sin embargo, había un gravísimo problema al que no podía encontrar solución: el paso del tiempo. Por mucho que se esforzara en desentrañar las grandes incógnitas del Universo, por muchos tratamientos médicos que eliminaran las toxinas y excedentes de su cuerpo, tarde o temprano se convertiría en polvo y huesos. Pronto se dio cuenta de que aunque su mente fuera mucho más brillante que la que sus colegas del laboratorio, cada año había más y más jóvenes con grandes ideas que le eclipsarían tarde o temprano.

Los implantes artificiales sólo solucionaron sus problemas en parte. Si bien el cristalino sintético de su ojo derecho le permitía obtener información automáticamente de la red inalámbrica sin necesidad de moverse de su escritorio, o la ampliación estándar de memoria le había facilitado la adquisición de información, sus movimientos eran lentos. Cada vez le costaba más realizar el camino que separaba su residencia particular de los laboratorios, y a menudo se daba cuenta de que no sabía qué estaba haciendo hacía dos minutos.

Así que acumuló cada crédito de su sueldo para poder costearse uno de los más caros y revolucionarios tratamientos que la tecnología U.S.I. podía ofrecer: una implantación completa de un esqueleto artificial. Su mente podría seguir funcionando como antes, y ahora iría montada en un carruaje de última tecnología.


- Hay un mensaje que aún no me has transmitido – dijo, mientras observaba con deleite el arrugado panfleto que siempre llevaba encima, en el que podía leerse la información relativa a una implantación artificial completa – Suéltalo, no te hagas el remolón. No creo que sea tan malo.

El ayudante tenía algunos comportamientos casi humanos, y el anciano había llegado a cogerle especial cariño. Aunque no fuera más que una inteligencia artificial básica que se encargaba de coordinar su agenda, responder sus mensajes y ayudarle con el papeleo, le trataba con mucha más consideración que mucha gente. Y en ese momento parecía reticente a leer el último mensaje de la bandeja de entrada.

- Vamos, montón de chatarra – dijo, bromeando – Transmite.

Tras lo que pudo interpretarse como un gesto de resignación, el ayudante empezó a transmitir el código binario. La sonrisa dibujada en el rostro del científico desapareció inmediatamente en cuanto los receptores del implante cerebral tradujeron el código. Su labio inferior empezó a temblar, y una lágrima asomó tímidamente antes de caer por su mejilla surcada de arrugas.

Todas las intervenciones con la tecnología U.S.I. pasaban por un Comité. Ese Comité se encargaba de estudiar cada caso, debatiendo si el sujeto era apto para la intervención, si era un gasto adecuado para la institución y qué escala de riesgos eran asumibles. En el caso de la intervención para la que el anciano científico había estado ahorrando toda su vida, la respuesta fue clara: debido a su avanzada edad, el Comité consideraba que los riesgos eran demasiado elevados, y que lamentándolo mucho denegaban la intervención. Adiós, y muchas gracias.

Adiós y muchas gracias. Con esa insípida frase se despedían de él, y le quitaban de un plumazo todos los sueños y grandes planes que tenía. En ningún momento se había planteado que fueran a denegarle la intervención, ¿por qué? Conocía perfectamente casos de personas mucho mayores que habían sido admitidos en otros tratamientos similares, y a menudo el dinero deslizado en el bolsillo adecuado agilizaba incluso casos mucho más graves. Entonces, ¿qué había sucedido? ¿Era prescindible ya? ¿Se había acabado su tiempo?

Los días siguientes no salió de su dormitorio. Su ayudante había considerado adecuado comunicar a los Supervisores que su amo no se encontraba en buen estado de salud, y que pasaría algunos días en cama. Nadie se preocupó por confirmarlo. En realidad, el anciano había abandonado todas las ganas de seguir viviendo y se había tumbado mirando al techo esperando a que su corazón dejara de latir. ¿De qué servía seguir esforzándose, si apenas le quedaban unos pocos años de vida?

La respuesta llegó una semana después. El reloj de su retina indicaba que quedaba apenas una hora para el amanecer, aunque los primeros rayos de sol ya se filtraban por las cubiertas superiores. Un suave golpeteo proveniente de la puerta principal resonó por toda la casa, y el ayudante, que normalmente estaba tranquilo, se mostró muy alarmado. Los sensores de su amago de cráneo parpadeaban en rojo, indicando que había una situación de extrema peligrosidad. ¿Qué importaba siquiera? El anciano cerró los ojos nuevamente, pensando que probablemente sería algún comunicado de sus Supervisores, indicándole que había sido despedido. Ya no le importaba nada.

Dos segundos después, un desagradable olor llegó hasta sus fosas nasales procedente de la puerta de entrada. El ayudante empezó a emitir un chorro de código binario de emergencia, pero el anciano no le dio importancia, aunque sí que le llamó la atención el repugnante olor. Parecía el del metal oxidado, aunque era imposible que algo así sucediera en la Fortaleza, donde las instalaciones se revisaban periódicamente para evitar problemas estructurales. Al extraño olor le siguió un sonido burbujeante, y finalmente, el familiar sonido de la puerta de la entrada abriéndose.

- ¿Hay alguien ahí?- preguntó, incorporándose con dificultad. Su espalda estaba llena de pequeñas heridas provocadas por estar tumbado sin moverse durante horas, y el colchón estaba salpicado de manchas de sangre reseca – Si has venido a robar, te has equivocado de sitio, muchacho.

Intentó contactar con los sistemas de emergencia, pero descubrió que no podía. Era como si la red estuviera deshabilitado. Estaba confundido, era la primera vez que sucedía algo así. Con un gesto de su mano indicó al ayudante cibernético que cerrara la puerta, y la criatura se lanzó a cerrarla inmediatamente. No disponía de armas en la casa, y se maldijo por ser tan descuidado. Aunque vivían en una sociedad perfecta, no estaba de más ser un poco más precavido.

El sonido de unos pasos acercándose se hizo cada vez más fuerte, hasta que se detuvieron ante la puerta del dormitorio. Al contrario que la de la entrada, ésta era de plástico reforzado, un modelo que imitaba a la madera, así que el anciano calculó que no tardarían más que unos segundos en abrirla. Sin embargo, en vez de forzarla, se escuchó una voz al otro lado.

- ¿Señor Andersen, señor? – la voz tenía un ligero acento británico, aunque quedaba casi eclipsada por la reverberación que provocaba el sintetizador de voz que había sustituido sus cuerdas vocales – Hemos venido a hablar con usted, por favor. ¿Le importaría abrir la puerta?

No venían a robarle o matarle. Si fuera así, no habrían tenido tantas contemplaciones. Además, le llamaba la atención la educación con la que ese tipo le trataba, y su lado más orgulloso hizo que confiara en él. Hacía mucho que no le hablaban con tanto respeto. Además, sabía su nombre. Tuvo que insistirle a su ayudante varias veces para que abriera la puerta, puesto que parecía convencido de que detrás de la puerta se escondía una grave amenaza.

En el marco de la puerta apareció un tipo corpulento vestido con un traje de ciudadano estándar, de negro impoluto de los pies a la cabeza. Tenía el cráneo afeitado, y los ojos de un artificial violeta, lo que indicaba que, al menos en parte, el hombre usaba tecnología U.S.I. Nada más entrar en el dormitorio, se hizo a un lado, y dejó pasar a otro hombre, que apenas había sido visible tras el que parecía su guardaespaldas.  Su aspecto era mucho menos agresivo, vestía una túnica de archivero color hueso, y el fino bigotito bajo su nariz le daba un aspecto cómico. Estaba sonriente, y dedicó unos segundos a observar la habitación antes de dirigirse al científico. Ambos hombres llevaban el mismo símbolo grabado en las ropas: los Adoradores de USI.

- Debo confesarle que me esperaba unos aposentos algo más… adecuados para alguien con sus conocimientos, señor Andersen – dijo, mirando con expresión divertida los restos de comida en el suelo y la ropa sucia en el rincón – Una mente como la suya se merece una mansión como poco.

El desconocido no se quedaba quieto, paseaba arriba y abajo por la habitación ante la atónita mirada del anciano. Cada vez que se acercaba al ayudante cibernético, éste se echaba hacia atrás y emitía un tímido código binario de alarma, como si fuera un perro asustadizo.

- Verá, ha llegado a nuestro conocimiento el fallo del Comité ante su solicitud – dicho esto, el hombre dedicó una mirada comprensiva al anciano – Un grave error, si me permite decirlo. Dejar que una mente como la suya, tan privilegiada, se pierda por un simple cálculo de estadísticas y probabilidades es una metedura de pata.

No le salían las preguntas de la boca. ¿Cómo era posible que supieran el fallo del Comité, si era secreto, y él no se lo había dicho a nadie? ¿Qué querían los Adoradores de USI de él?

- Verá, estoy aquí porque mis jefes están muy interesados en que alguien con su potencial no desaparezca – el hombre se sentó en la cama junto a él. Estando tan cerca, el científico pudo ver sutiles modificaciones en su retina y en las puntas de los dedos, como pequeños transmisores – Nosotros disponemos de… medios que no están al alcance de todo el mundo, y creen que usted es más que merecedor de nuestros recursos.

Tenía muchas dudas, pero a la vez que se formulaban en su cabeza, el hombre las respondía inmediatamente. Era como si su mente fuera un libro abierto y él sólo tuviera que posar sus ojos en las páginas.

- No tendrá que pagarnos nada, no se preocupe, sólo con su trabajo. ¿Usted quería seguir trabajando, verdad? Pues así será. Nosotros pondremos a su disposición los medios más avanzados en tecnología U.S.I. y usted sólo tendrá que seguir desentrañando los misterios del Universo.


No necesitó llevarse equipaje. Vestido únicamente con su pijama, dejó que el hombre del bigotito le acompañara hasta la puerta mientras el otro se quedaba atrás. Parecía que estuviera en un sueño, como si flotara en nubes de algodón guiado de la mano de aquel hombre desconocido que leía sus pensamientos tan fácilmente. Al llegar a la entrada, observó que la cerradura tenía un agujero del tamaño de un puño, como si el metal se hubiera corroído. Ni siquiera le importó.


Un elegante mensaje en código binario le despertó. Lo primero que vieron sus ojos era la realidad a su alrededor, más nítida y clara de lo que había sido nunca. Podía distinguir el sonido del vuelo de una mosca en la habitación contigua, y podía contar cada mota de polvo que flotaba en el espacio frente a él. Extendió la mano, y observó que no temblaba como antes. En la retina aparecieron decenas de datos relativos a humedad, tensión superficial y elasticidad, y se dio cuenta de que estaba arrodillado. ¿Cuánto tiempo llevaba en esa posición? ¿Dónde estaban sus ropas? ¿Por qué no sentía ni frío ni calor?

Miró al techo, y ya no estaba en aquel sitio, sino que se encontraba en otra habitación, mirando un espejo de cuerpo entero. Aunque no era él, porque no reconocía al joven que le miraba en la superficie de cristal. No podía tener más de veinte años, tenía un cuerpo atlético y sano, y llevaba un traje elegante, probablemente muy caro. ¿De dónde había salido el traje?

- Te adaptas extremadamente bien – dijo una voz a su espalda. Cuando se giró, estaba sentado en una mesa de terraza, tomando lo que parecía una infusión de hierbas. El sol brillaba en lo alto, más allá de las cubiertas de la Fortaleza, y la gente sonreía a su alrededor, disfrutando de un agradable día. Frente a él, un hombre de aproximadamente cuarenta años le miraba con una sonrisa en los labios. Llevaba un traje color burdeos, con el cuello redondeado. De su cuello colgaba un medallón con el símbolo de los Adoradores de USI – Tómate tu tiempo, no lo fuerces. Ya te dije que aunque dispongas de los conocimientos, llevarlos a la práctica es complicado. ¿O todavía no lo he dicho?

Parecía que hubiera dicho una broma, porque sonrió más abiertamente y tomó un sorbo de la bebida ante él – Probablemente aún tengan que adaptarse los cogitadores de memoria, así que no te preocupes, todo llegará tarde o temprano.


Asomado a la ventana de una de las torres más altas de la Fortaleza, el anciano que había sido observaba la ciudad a sus pies. Ahora ya recordaba todo lo que había sucedido: la negativa del Comité a dejar que se sometiera a la operación, la oferta de los Adoradores de USI, la operación, el dolor, las semanas en estado de coma… todo. Había estado a punto de morir, pero las características de su nuevo cuerpo, añadido a sus conocimientos, habían resultado en algo increíble. Ahora comprendía mucho mejor que nunca las complejidades del Universo. Podía extender la mano y atravesar el Tejido de la Existencia y alterarlo a su antojo. Pensaba que era una eminencia en Física Cuántica, y sin embargo ahora comprendía que ni siquiera se había acercado a comprender lo que era la Realidad. Gracias a USI, ahora tenía los medios para ir donde quisiera y hacer lo que quisiera.

Y podría hacerlo durante siglos.

Tomó con dos dedos el medallón que colgaba de su cuello, lo besó tiernamente y lo guardó de nuevo tras la camisa.

Y luego, el joven en que ahora se había convertido, simplemente se desvaneció como si nunca hubiera estado allí.