lunes, 8 de diciembre de 2014

Comunidad Umbría - Un Paseo por la Catedral de la Noche

Estas líneas a modo de prólogo sirven de base para un personaje con el que estoy jugando ahora mismo. No puedo dar muchos más detalles, ya que precisamente la gracia del mismo reside en que nadie sabe lo que es realmente, pero espero que os guste.


Las dos figuras paseaban una junto a la otra por el claustro de la tenebrosa catedral que coronaba la montaña. Había sido erigida en honor de antiguos dioses ya desconocidos, y hasta que su nuevo señor se instaló allí, estuvo abandonada durante siglos. Grotescas criaturas aladas sobrevolaban la zona, esperando encontrar una víctima desprevenida en la que clavar sus garras y dientes, pero sin embargo no se atrevían a rondar al señor de la catedral ni a sus siervos. Tal era su poder. Tal era su maldad.
¿Qué sabes de mí, Milosh? – dijo la mayor de las dos figuras. Era un ser impresionante, de más de tres metros de altura y enfundada en una armadura negra como la noche. Una espada de filo carmesí golpeaba su cadera a cada paso, y el cráneo rematado en dos grandes cuernos retorcidos fortalecía su imagen tenebrosa. Sus ojos, dos pozos profundos moteados de amarillo, miraban al frente, y su boca llena de colmillos afilados se curvaba en una eterna mueca semejante a una sonrisa. Astheon, Señor de la Guerra de los Reinos Infernales de Gushtan y Sumo Sacerdote de la Catedral de la Noche, disfrutaba del temblor nervioso del frágil demonio que caminaba su lado, visiblemente atemorizado por la cercanía de su señor.
Sé que sois el más poderoso de los demonios del Infierno, mi señor, y que es un honor para mí serviros como palafrenero. Sé que sois señor de estas tierras desde el principio de los tiempos, y que vuestros enemigos tiemblan con sólo nombraros – Milosh no era sabio, ni audaz ni poderoso, pero intuía que lo que su amo buscaba era una ración de adoración pura. Agachó la cabeza y esperó que sus palabras contentaran al Sumo Sacerdote.
Un lúgubre silencio, roto únicamente por el golpeteo de la espada sin vaina de Astheon contra su pierna, se instaló entre ellos. Su señor no había dado señas de estar complacido o descontento, pues la escalofriante sonrisa de su rostro nunca permitía conocer sus verdaderos pensamientos. Finalmente, cuando pasaron por segunda vez ante una estatua en honor a un dios sin nombre, el demonio astado habló.
Yo antes servía a otro señor, Milosh – dijo, mirándole de forma feroz. En sus ojos se adivinaba una advertencia – y borra esa expresión de sorpresa de tu rostro, sé perfectamente que lo sabías. Tu trabajo en la biblioteca te ha dado acceso a información que creía olvidada, y es por esto que mantenemos esta conversación.
Lentamente, el pequeño demonio comprendió por qué su señor le había mandado llamar. No era un honor, sólo estaba averiguando los límites de lo que había aprendido. Sólo si caminaba con pies de plomo sobreviviría a aquel paseo por el claustro.
Su nombre poco importa ya, pues hace tiempo que huyó lejos de mis garras como una rata cobarde, pero cuando gobernaba estos reinos era el ser más temible y poderoso que hayas conocido jamás. Se medía de igual a igual en astucia con los Grandes Señores de más allá de las Colinas de la Sangre, y su crueldad sólo era comparable al poder que enarbolaba a su antojo. Con sólo un gesto de su mano podía hacer reventar la cabeza a un ogro dragón, y sus libidinosas palabras eran capaces de convencer ejércitos enteros para luchar a su favor. Nadie sabe de dónde apareció, sólo era un tipo desconocido que venía de ninguna parte y por el que nadie apostaría nada. Sin embargo, en apenas uno año estaba ahí abajo, a la cabeza de un ejército mixto de mutantes, bestias y demonios, arengándolos para prepararse para derrocar al señor de Millaverkun.
Godormoys, señor de Millaverkun, era un mito en aquellas tierras. Violento, cruel y sanguinario, y con un prestigio tal que nadie se atrevía a plantarle cara. Que hubiera alguien capaz de reunir un ejército para atacarle era impensable. Milosh miró de reojo a su señor, sorprendido por la reverencia con que el Señor de la Guerra hablaba del antiguo Rey de Gushtan. Si no supiera lo que pasó en realidad entre ellos, habría jurado que Astheon lo adoraba como a un dios, y que habría arriesgado su propia vida por él. No obstante, había tenido la osadía de leer textos prohibidos. Y esa osadía le había llevado a esa situación.
- Sabía que cuanto más ascendía en poder, más enemigos se granjeaba. No obstante, no era como esos estúpidos que suben la escala de la gloria sin percatarse de a quién están pisando. Se aseguraba de repartir el botín entre sus más poderosos lugartenientes para mantener su lealtad, y doblegaba a aquellos rivales que podrían ofrecer una férrea resistencia que ocasionara demasiadas bajas en su ejército, ya fuera con la magia o con el acero. Pronto sus formas fueron imitadas a lo largo y ancho de las Llanuras Infinitas, pero nadie se movía como él. Llegó incluso a diseñar un plan maestro que le concediera el control de toda la Península Roja. Lo sé porque yo era su Capitán más leal y me confió sus inquietudes.
La traición era una práctica tan habitual en los Infiernos que Milosh ni siquiera se inmutó al saber que fue su señor quien traicionó al antiguo Rey. Al fin y al cabo, derrocar a otro señor a través de la fuerza bruta era la manera tradicional de ascender en prestigio. Lo que no alcanzó a comprender el palafrenero era cómo alguien tan astuto no supo ver que su amigo más leal conspiraba contra él.
No se sorprendió cuando entré en sus aposentos con mi Guardia Privada – dijo Astheon, adivinando los pensamientos de su siervo – y ni siquiera se defendió, cuando podría haber acabado con muchos de mis guerreros. Sólo se quedó ahí, sonriendo tristemente, mientras permanecía en absoluto silencio. Al principio disfruté con la idea de saber que había sido más listo que él, y que sólo el miedo era la razón de su reacción. Le encerré en los calabozos a la espera de que regresaran las tropas que se encontraran en misiones de reconocimiento, y me relajé sentado en el trono disfrutando del poder recién adquirido. Aquel año fue cuando llegaron por primera vez las Tenebrostas.
Las Tenebrostas, una raza de insectos inteligentes del tamaño de un puño y que se trasladaban en enjambres voladres de millones de individuos, habían sido uno de los grandes hitos en la historia de los Reinos. Nadie sabía de dónde venían, pero era uno de los peores enemigos a los que nadie se había enfrentado jamás. Cuando llegaban a algún lugar que consideraban adecuado, consumían todos los recursos existentes, y quien tuviera la desgracia de cruzarse en su camino era consumido en segundos en un frenesí de pinzas y picos serrados. Miles de guerreros del reino de Gushtan morían cada día intentando expulsarlos, pero era imposible.
La moral del ejército estaba por los suelos, y que el resto de guerreros regresara de sus misiones para encontrarse a sus compañeros diezmados sólo empeoró la situación. Estaban confusos, a falta de alguien que les dirigiera hacia un objetivo claro, y yo sabía quién era capaz de hacer eso. – dijo, deteniéndose frente a una de los ventanales del claustro. Desde allí podían verse los extensos páramos que rodeaban la montaña, iluminados por relámpagos de color verdoso que rasgaban el cielo. Era una vista espectacular si sabías apreciar la particular belleza del paisaje – Pensando que mi victoria sobre él era total, descendí a los calabozos para exigirle que usara su artes con las tropas para expulsar a las Tenebrostas. Sin embargo, no sé cómo, ¡ese maldito había conseguido escapar!
El Señor de la Guerra golpeó la pared con tanta fuerza que hundió el puño en la dura piedra. Normalmente Astheon se mostraba impasible, frío como el acero. Sin embargo, el recuerdo de aquel suceso parecía haberle sacado de sus casillas.
Hace muchísimo tiempo que no sucede. Es un hecho tan raro e infrecuente que muchos de vosotros, pequeños insectos, no llegáis a presenciar uno en vuestra vida. Pero hay ocasiones en que se abren portales entre nuestro mundo y el que hay más allá. Y la idea me come por dentro, Milosh. ¿Crees que es posible que ese malnacido supiera que uno de esos portales se abriría y traería a las Tenebrostas? ¿Qué consumiría a la mayor parte de nuestras tropas, sembrando el caos y minando su poder y su prestigio, y que fue por eso que no ofreció resistencia cuando le traicioné? ¿Qué aprovechó ese mismo portal para escapar de aquí, dejándome con este pozo infecto en el que ahora reino, una mera sombra de la gloria que antaño tenía Gushtan?
Milosh temblaba de miedo viendo cómo su señor se enfurecía más y más a cada segundo que pasaba. No se atrevía a moverse de su lado por temor a represalias, pero también sabía que no volvería a vivir un día más. La impresionante mole que era Astheon parecía haberse hecho más grande y poderosa, inmovilizando al pequeño demonio de puro terror.
Porque sé que no está en los Infiernos. – parecía que el Sumo Sacerdote de la Catedral de la Noche hablara consigo mismo – Cuando las Tenebrostas se marcharon de aquí, envié guerreros a cada rincón de este mundo buscándole, pero nadie le ha visto en siglos. Tiene que estar en esa otra dimensión, y juro por mi sangre que cuando uno de esos portales vuelva a abrirse, lo cruzaré… lo buscaré… y le haré pagar por jugar conmigo.
Esa promesa pareció calmarle, puesto que empezó a respirar con mayor lentitud y la agresiva pose que había adoptado se tornó más relajada. El fulgor ambarino de sus ojos se apagó, y Milosh supo que lo peor había pasado. 
No supo lo equivocado que estaba hasta que el filo carmesí del Señor de la Guerra asomó a través de su pecho.
Gracias por escucharme, Milosh. El recuerdo de ese malnacido ha regresado a mi mente cuando descubrí que estabas merodeando por la biblioteca, y tenía que compartir aquellos días con alguien. Necesitaba reavivar la llama para no olvidar mi principal objetivo. Pero no puedo permitir que nadie sepa esta historia, me dejaría en muy mala posición de cara a los Grandes Señores. Lo entiendes, ¿verdad?
Milosh no respondió. Estaba demasiado ocupado intentando respirar con ese enorme agujero en su pecho. Un gorgoteo se escapó de sus labios, pero el Señor de la Guerra no le interesaba lo que tenía que decir. Con un suave empujón, el palafrenero se precipitó hacia el vacío mientras Astheon regresaba a sus aposentos, sin ver cómo las bestias carroñeras se abalanzaban sobre el cuerpo sin vida de un pequeño demonio que había tenido la osadía de querer saber demasiado.