miércoles, 27 de octubre de 2010

Sólo en la Nieve

Los que me conocéis sabéis de mi gusto por los MMORPG. El último al que estoy enganchado es el AION, el cual os recomiendo. Lo que viene a continuación es un relato inspirado por la mitología que envuelve a este juego.


Cuentan los textos antiguos que cuando el mundo era Uno, si trepabas a la más alta de las montañas podías morir congelado. No consigo concebir algo así. Ahora mismo, en uno de los picos más altos de las heladas montañas de Beluslan, si extiendo las puntas de mis garras soy capaz de percibir el calor del núcleo que se alza sobre nuestras cabezas. Ahí arriba, cuando los soles se esconden tras el manto, incluso puedo ver las luces del mundo de nuestros enemigos naturales, el pueblo de los Elyos.

Los odio. Odio su forma de vida. Su aspecto. La blancura de su piel y de su plumaje. Odio el dorado de sus cabellos. Y sin embargo no puedo evitar sentir una desgarradora tristeza al recordar que una vez fuimos un mismo pueblo. Los odio porque está en mi naturaleza. Si un Elyo se atreviera a aventurarse en las tierras de Asmodea y lo encontrara, no dudaría ni un instante en usar todos los medios a mi alcance para acabar con su vida, y sé que él haría lo mismo. Pero, ¿por qué?

¿Por qué estamos condenados a una guerra infinita, hasta que los soles se apaguen, y el Ojo de Reshanta desaparezca?

Sacudo la cabeza y abandono esos sombríos pensamientos de mi mente. Tengo una misión y debo cumplirla sin demora. Extiendo mis alas, negras como la voluntad de nuestros Señores, y me dejo caer, envolviendo mi cuerpo con el viento helado. Roza mi cara con la amenaza de cortarla como una cuchilla, pero me ayuda a centrarme en la tarea encomendada.

Desciendo silencioso, ayudado por las corrientes de aire que se entrecruzan en la ladera de la montaña. Abajo, a unas centenas de metros de distancia, espera mi enemigo.

Los Balaur.

Enemigo ancestral. Los mismos textos que nos hablan de la destrucción del Antiguo Mundo, nos hablan de estos demonios sedientos de sangre. El odio que mi pueblo siente hacia los Elyos no es nada comparado con la guerra que mantiene en el Abismo contra los Balaur. El pueblo de Elysea también lucha contra ellos, y es en esos momentos en que se cumple un viejo proverbio: El enemigo de mi enemigo, es mi amigo. Me invaden unos sentimientos contradictorios cuando lucho codo con codo junto a uno de esos guerreros de alas blancas contra los Balaur. Sé que debería recelar, pero me siento liberado al saber que sus radiantes espadas no buscarán mi cuello durante unas horas. Y sé que muchos de mis hermanos opinan lo mismo. ¿Acaso soy un traidor por albergar tales pensamientos?

Nuevamente me obligo a olvidar y detengo mi lenta caída. El campamento está cerca, a sólo un par de decenas de metros en vertical. Clavo mis garras en la fría piedra y me concentro. Escucho a la montaña, sus latidos. La piedra clama por liberarse y desgarrar hueso y músculo. Mis maestros me enseñaron a escuchar los silenciosos gemidos de las fuerzas de la naturaleza, encadenadas a nuestro alrededor, pugnando por salir.

Sonrío. Una deliciosa sensación de poder me embarga cuando libero sus ataduras y, primero pequeños, y luego gigantescos pedazos de montaña, se liberan de la pared de roca, arrastrando tras de sí polvo, ramas y nieve.

Los Balaur tardan en percatarse de la avalancha. No se esperaban que alguien se atreviera a acercarse tanto a ellos. Pero no tengo miedo de ellos. No tengo miedo de salir herido. La recompensa por el éxito supera con creces el dolor que cualquier enemigo pueda causarme. Observo con satisfacción cómo una sábana de rocas y nieve arrasa el campamento sin contemplaciones. No hay supervivientes.

Con un gesto seco, separo mis garras de la pared de roca y me dejo envolver nuevamente por el gélido frío invernal. Sólo unos pocos kilómetros me separan de mis hermanos de Legión, que esperan impacientes mi informe.

Aprovecharé esos minutos en silencio para pensar sobre mi futuro en esta guerra…