sábado, 27 de febrero de 2010

Arändiel 1/2

Ahora mismo una sensación agridulce recorre mi cuerpo. Estoy contento, porque finalmente acabé la historia que tenía en mente. Pero también estoy algo chafado, ya que el lugar al que lo envié no aceptaba relatos de más de 5 páginas, por lo que tuve que acortarlo. Afortunadamente, puedo seguir escribiéndolo por mi cuenta, y para vosotros. Espero que os guste la historia de Arändiel.


Todas las grandes historias tienen comienzos sencillos. Quizás empiezan con palabras como “Érase una vez” o “En el principio”. Lo importante de estas historias es cómo te vas introduciendo en ellas como si de una bañera de agua caliente fuera, sintiendo cómo cada vez te sientes más cerca de sus protagonistas.

La historia que nos ocupa no será una de esas grandes historias, ni siquiera su protagonista será un héroe de brillante armadura y espada llameante, como los de muchos otros libros. No, la historia de nuestro protagonista será la de cualquiera de vosotros, que por una causa u otra, elegisteis un camino en vuestra vida del cual os arrepentís. Por mucho que pasen años y años, seguís lamentándoos de haber hablado con esa chica y no con la otra, o de haber robado esa chuchería en el puesto de la esquina, avergonzando a tu madre.

Pero para poder empezar con nuestra historia, deberíais de saber dónde nos encontramos. El mundo donde todo se desarrolla se llama Azeroth. Este mundo, lleno de criaturas mágicas y aventuras legendarias que los bardos repiten sin cesar en las plazas de los pueblos, es relativamente joven, comparado con la vida de otras miles de estrellas en el cielo. Si lo mirásemos desde arriba, podríamos distinguir tres grandes continentes: Tierras del Este, Kalimdor y Rasganorte. El principio de nuestra historia tendrá lugar en el más oriental de los tres, Tierras del Este, donde los humanos del Reino de Ventormenta se instalaron finalmente tras años de conflictos por doquier. Esta tierra, que alberga cualesquiera clima y formaciones geológicas, también es el lugar donde Humanos, Elfos, Gnomos y Enanos de la Alianza, permanecen en constante lucha contra los No Muertos y Elfos Renegados, criaturas de la denominada Horda.

Pero alejémonos de las fronteras en guerra, y viajemos hacia el interior del reino de los seres humanos. Aquí florecen pequeñas villas y aldeas con facilidad, disfrutando de territorios casi inexplorados a salvo de las amenazas externas. El Ejército de Ventormenta, numeroso e implacable, protege a los aldeanos de cualquier enemigo, ya fuera mundano o mágico. En una de esas aldeas nació hace no muchos años, un joven muchacho al que bautizaron con el nombrel de Arändiel. Su madre, una elfa Quel´dorei de rasgos afilados acogió al recién nacido entre sus brazos nada más salir de su vientre, y derramó lágrimas de alegría. Su marido, un fornido herrero humano, de barba rala y mandíbula prominente, observaba desde el quicio de la puerta a la madre y al pequeño, orgulloso de ambos.

¿Y cómo es que terminaron casados un humano y una elfa, preguntaréis? Pues para responder a ello tendría que engatusar a un Dragon de Bronce que, dicen, poseen la capacidad de viajar en el flujo del Tiempo. Pero todo ello son conjeturas, y nos llevaría mucho tiempo discutir acerca de la viabilidad de tal teoría. Así que intentaremos imaginar qué situación pudo darse para que ambos se conocieran.

Podríamos imaginarnos que ambos formaron parte de un grupo de aventureros. Uno de esos variopintos grupos que entran en catacumbas apestosas, o cavernas oscuras en busca de tesoros inimaginables. Seguro que en más de una ocasión lucharon contra ogros, e incluso contra fantasmas y demonios. Probablemente, al poco de conocerse, surgió un pequeño conflicto entre ellos. Quizás discutieron acerca de quién derrotó a más enemigos en la última incursión, o tal vez acerca de quién era capaz de beber más cerveza antes de desmayarse. El caso es que, como suelen decir, el roce hace el cariño, y estoy seguro de que ambos terminaron dejando de lado sus disputas, y se enamoraron. Y como la vida de un aventurero tiene que acabar tarde o temprano, la vida de estos dos probablemente acabó comprando una granja y una herrería en una aldea alejada de cualquier peligro, dispuestos a envejecer juntos y criar una familia. Todo esto, por supuesto, no son más que conjeturas, pero me arriesgaría a decir que no se diferencia mucho de la realidad, porque si no, no estaría contando esta historia, ¿verdad?

¿Por dónde iba? Ah, sí, hablábamos del nacimiento del joven Arändiel. Sus primeros días de vida fueron toda una aventura para él. Abrir los ojos, descubrir que tiene cinco dedos en una mano… ¡y cinco en la otra! Esos sí que son los mejores días de alguien, no como ahora, lleno de responsabilidades y obligaciones. A lo que iba, que me temo que me estoy despistando. El problema fue que el nacimiento del joven mestizo no trajo alegría a la granja, sino todo lo contrario. Su madre, Camila, obsesionada con que un muchacho de sus características fuera infeliz entre esas gentes de mente estrecha, discutía casi a diario con su padre, Arthur, que mantenía una postura contraria. Así que, ni corta ni perezosa, cuando el muchacho no contaba los cinco años, Camila hizo las maletas y viajó hasta la capital, Ventormenta.

¿Y de donde sacó el dinero una granjera para poder instalarse en la ciudad más poblada del planeta? Resultaba que Camila, en tiempo de aventurera, era una hechicera de lo más habilidosa, y obtuvo un cargo en la institución mágica por excelencia del Reino, la llamada Torre Arcana. Nada espectacular, ya que era responsable de dar clase a niños pequeños, de la edad de su hijo, pero suficiente para costearse una vivienda de dos pisos en una zona tranquila. 

Pero echemos un vistazo al joven Arändiel. El niño, sobreprotegido por su madre, había crecido flacucho y pálido, completamente distinto al resto de niños de su edad. Tenía los ojos muy azules, casi blancos, y las orejas puntiagudas. Hablaba con una musicalidad extraña, que recordaba al sonido que hacen los ríos durante el deshielo, y sus movimientos eran elegantes y suaves, como una prenda de ropa mecida por el viento. Arändiel, incapaz de tomar decisiones por sí mismo debido a la actitud protectora de Camila, ingresó en la Torre Arcana para formarse en sus estudios académicos. A su madre no le costó mucho que le aceptaran, ya que era de sangre élfica e hijo de una hechicera, si bien no destacaba especialmente en la manipulación de energía.

Contrario a lo que podríamos pensar a estas alturas, la etapa escolar de Arändiel fue de lo más dolorosa para él, aunque especialmente para sus posaderas. El hecho de ser tan pálido y retraído provocaba las burlas de sus compañeros, que le daban patadas y empujones siempre que tenían la oportunidad, o incluso conjuraban cubos de agua sobre su cabeza cuando las enseñanzas de la Torre comenzaron a dar sus frutos. Esto no hacía más que enfurecer a su madre que, lejos de intentar comprender a su hijo, le reñía por no defenderse. Alguien de su sangre no podría ser maltratado de esa manera.


viernes, 12 de febrero de 2010

Dualidad

Hoy, y espero que otros días también me atreva a hacerlo, os regalaré una imagen. Cuando escribo estas historias, me gusta decorarlas con imágenes hechas por mí (usando métodos de edición por ordenador, no tengo tan buena mano) para ambientarlas, y para la última aventura de Samuel también ocurrió así. Estoy de lo más orgulloso, recibí algo de ayuda, claro, pero eso no le quita nada de mérito al asunto.

Espero que os guste.



jueves, 11 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Contraofensiva) 5/5

Quinta entrega, y final de la historia. ¿Qué le sucederá a Samuel en la Catedral Negra?


- Aún no lo entiendes, ¿verdad? – dijo, señalando al techo.

Samuel, con el rostro perlado de sudor, alzó la mirada y leyó las runas que estaban grabadas en la fría piedra del techo.

 “Aquel que lee estas palabras ha dejado atrás la vida , pues al observar el Orbe de la Vida Eterna, brinda su arma al servicio del Exánime. Te saludo, Caballero Oscuro”

 - Pues estás muy equivocado, bicho. No tengo intención de servir a nadie más que al Rey que sirvo ahora, y a mis propios ideales – dijo, orgulloso

 - Intención – respondió el Lich, poniendo su mano sobre el Orbe, que comenzó a brillar con fuerza – Eso significa decisión. Nosotros no queremos decisión, Samuel, ¡queremos servidumbre!

 Como respuesta a las palabras del hechicero, del orbe comenzaron a surgir cientos de imágenes. Samuel empuñando la espada, asesinando a sangre fría a Allison, a Triskiel, a Thomas. Recorriendo el Castillo de Ventormenta hasta encontrar a Varian, y asesinándolo como Arthas mató a su padre. Samuel cayó de rodillas, extenuado.

 - Sus recuerdos morirán, Samuel. Tu nombre será borrado del mundo, porque será consumido por el Exánime. 

 - Forjamos nuestro propio destino, Wulgreth, por eso somos fuertes. ¿Para qué quiero gloria? Ya tengo lo que siempre quise. El descanso eterno de mis padres, y recuperar mi apellido. No tienes nada que quiera, ni me tendrás a mí.

 -  Nada es Eterno, Samuel, Sólo la Muerte. Sólo el Rey Exánime.

 - Esto se ha acabado, Wulgreth – dijo, alzando la mano e intentando destruir el orbe con el poder de la Luz. Al instante, el Lich chasqueó los dedos, y la mano de Samuel ardió y se volvió negra. Volvió a intentarlo, y la otra mano le sucedió igual.

 - ¿Ese es todo el poder de la Luz? ¡Observa el auténtico poder! – dijo, mientras centenas de cadáveres se alzaban en el suelo de la catedral. Con un movimiento de muñeca, pulverizó a varias decenas, y dirigió sus titilantes almas hasta su boca – Delicioso… ahora es tu turno, Samuel Strongshield.

 Las fuerzas de Samuel se agotaban, y vio con el rostro enfurecido que no era rival para el Lich. Sonrió tristemente, y alzó el rostro.

 - Bien, Wulgreth. Si esto tiene que acabar… prefiero que sea a mi manera.

 Y diciendo esto, sacó un puñal de su bota, y se atravesó el pecho con un quejido. Pronto la sangre comenzó a manar a borbotones.

 - Ah… te has apuñalado. ¿Quieres saber una cosa? – dijo, acercándose a él y mirándole a los ojos – Aquí no mueres. Derramarás tu sangre y luego, sólo queda el dolor. 

 Extendiendo la mano, Wulgreth atravesó el pecho de Samuel, y lo alzó el aire, mirándolo distraído. Lo lanzó al suelo, haciéndolo rebotar, mientras el León de Acero sentía cómo perdía la consciencia y la volvía a recuperar una y otra vez debido al dolor. Wulgrethle perforó y curó una y otra vez, mientras le miraba con gesto impávido. Le destripaba, y luego volvía a recomponerle.

 - Tengo todo el tiempo del mundo, Samuel. Parece que llevamos meses, pero en tu mundo sólo ha pasado un segundo… Helaré tu alma y olvidarás a tus seres queridos. Sólo escucharás mi Voz.

 Samuel, agonizando, intentaba aferrarse a los recuerdos de Thomas, de Allison, de sus amigos y compañeros, para no caer en la locura. Pero cada vez era más y más difícil. El Lich volvió a atravesarle el pecho, y lo lanzó lejos. Samuel voló. Voló durante una eternidad mientras se desangraba, hasta que cayó de nuevo como un juguete roto, desparramando su sangre por doquier, en el mismo punto en que fue lanzado.

 Luego… oscuridad, y unas manos que le agarraban con fuerza. 

 ¿Serían los demonios que venían por él?


miércoles, 10 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Contraofensiva) 4/5

Cuarta entrega. ¿Quién vencerá en el igualado combate contra el Campeón No Muerto?


- ¡Señor! – gritó Gez, y furioso, se lanzó contra el esqueleto presa de la ira, lanzando golpes fuertes e imprecisos

 El esqueleto no podía contener las rápidas embestidas de Gez, así que lo golpeó con el pomo de la espada, y giró su muñeca para decapitar al soldado. Pero este se agachó en el último instante, y el golpe, cargado de energía sombría, impactó contra el techo del puente, haciéndolo tambalearse.

 El estruendo fue ensordecedor. Mientras retiraban a Samuel como podían del alcance de los escombros, los soldados observaron cómo el esqueleto era sepultado por trozos gigantescos de piedra y mármol. Lo único que quedó visible fue la hoja de su negra espada, alzándose como un brote tierno entre las rocas y el polvo.

 - Demonios chicos, ¿qué ha habéis hecho? – dijo Samuel, aún aturdido, y levantándose con dificultad. Sacudiendo la cabeza, alzó la mano y sonrió – es igual, lo importante es que le habéis detenido.

 Se tomaron unos minutos para relajarse y curar las heridas, mientras la voz del Lich no cesaba de repiquetear en sus cabezas, con promesas de Poder e Inmortalidad. Pero a su contante molestia se unió el susurro de la Espada Negra. Ésta buscaba un nuevo dueño, y como una serpiente, se introducía en los pensamientos de los soldados. Samuel quedó serio, y los miró. La mayoría eran jóvenes que no habían conocido mujer. Otros, quizás con el alma demasiado frágil como para intentar dominar el poder de la espada. No podía permitir que cayera en manos de alguien débil.

 - Cabo, trae al Padre Olivetti.

 Minutos después, el sacerdote acudió y Samuel estuvo discutiendo con él. Los soldados observaron curiosos cómo el Teniente intentaba convencerlo de algo, a lo que él se negaba categóricamente.

 - Es una insensatez, Teniente. Deberíais custodiarla, y dejar que otro la purificase.

 - No hay tiempo, Padre. Si alguien tiene que sacrificarse, seré yo – alzó el rostro – Cabo, venid. Padre, curadme las heridas.

 Cogió a Gez del hombro y le susurró al oído.

 - Quiero que me hagas un favor, si ves que me convierto en alguien que no soy yo, matadme.

 - Pero mi señor, yo…

 - Cabo… Gez, hazme ese favor, ¿vale? No podría soportar convertirme en… eso. Vamos, organiza a los hombres.

 A regañadientes, el Cabo Gez Gronik reunió a los hombres y les explicó la situación. Mientras tanto, el sacerdote terminó de curar sus heridas, y Samuel comenzó a trepar por los escombros, con destino la Espada Negra. Cuando llegó a ella, torció el gesto y la observó. Emanaba poder sombrío, y no estaba seguro de poder vencerla… pero había que intentarlo. Concentró todas sus fuerzas, cerró los ojos mientras murmuraba una plegaria…

 Y tocó la espada.

 En cuanto lo hizo, el mundo se detuvo a su alrededor. El frío congeló su mente y su cuerpo, y se vio transportado a otro lugar, a otro tiempo quizás. Una catedral sombría e imponente apareció ante él, y fue llevado por manos invisibles ante el altar, que se alzaba tenebroso con una esfera roja como la sangre, que palpitaba en lo más alto. Ante él, apareció el Lich, que portaba la Espada Negra.

 - Samuel. Te has presentado ante el Señor de la Muerte y le has ofrecido tus servicios. La Muerte escoge a sus Campeones, y esta espada es símbolo de tal.

 - Te equivocas, Wulgreth – interrumpió Samuel – Vengo a destruir el corazón de la espada… y a ti con ella. No quiero tus dones ni tu inmortalidad.

 - ¿Destruir? – respondió con su cavernosa voz – Iluso inmortal, ¿te crees superior a los tuyos? Los humanos siempre habéis sido fácilmente tentados por el poder…

  - No soy más fuerte que nadie por mí mismo, abominación. Lucho por mi familia, mis amigos, por mi Reino. Esa es mi fuerza. Y por toda esa gente, se que venceré.

 - ¡El reino está muerto! – gritó el Lich – Tu familia morirá en tus manos, porque ahora tu alma me pertenece. Porque has dado tu alma a la espada, como ya hizo el caballero que la portó antes que tú, hace cuarenta años, y el anterior a él, cuando la primera Espada de la Perfidia fue forjada por almas humanas.

 - No me importa de quién fuera la espada, Lich… sé a qué vengo, y lo voy a hacer – dijo, dando un paso hacia delante.

 Con suma lentitud, el Lich extendió un dedo y con él atravesó el hombro de Samuel, que observó aterrorizado cómo entraba limpiamente, sin que él pudiera hacer nada. Con un quejido de dolor, detuvo su avance.


martes, 9 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Contraofensiva) 3/5

Tercera parte. ¿Subumbirán nuestros protagonistas al poder del Rey Exánime?


- ¡Escuchad mi voz! La muerte os espera, vuestra sangre ya me alimenta… ¿Por qué postergar vuestro sufrimiento? Observad a mis huestes, no sufren, no sienten daño… Eternos, inmortales al paso del tiempo. Os lo ofrezco todo, a cambio de servidumbre al Gran Señor. Observad vuestro débil mundo, ruinoso y traicionero. Aquel que llamáis Rey busca vuestra muerte. Os ha enviado a morir. ¡Sólo desea vuestra perdición!

 Algunos soldados comenzaron a dudar ante sus palabras, pero una nueva amenaza captó su atención. Gemidos y quejidos en el exterior del Cuartel les instaron a salir a investigar, mientras la constante voz del Lich resonaba en sus cabezas. El espectáculo era dantesco: aquí y allá, soldados y aldeanos gritaban mientras se tapaban los oídos en un vano intento por hacer desaparecer la voz de sus mentes. Los ensangrentados guerreros salieron del fuerte y observaron la escena, intentando calmar a los afectados. Una voz llamó su atención:

 - ¡Escuchadme, hermanos! ¡Corred por vuestras vidas! ¡Nada ni nadie puede hacer frente a este poder!

 Samuel, enfurecido, mandó a sus hombres a contener al alborotador, y cuando éste fue reducido, vio cómo los aldeanos se rebelaban, intentando linchar a los soldados.

  - ¡Herejes! – gritaban - ¡Habéis intentado asesinar al Padre Olivetti!

 - Mierda – pensó el León de Acero – menuda metedura de pata, Sam

 Cogiendo la antorcha del inconsciente predicador, se subió a una mesa, y se dirigió al pueblo, lo suficientemente alto como para que escucharan su voz por encima de la fatalista propaganda del Lich.

 - ¡Escuchadme, hermanos y hermanas! Hemos venido aquí para ayudaros. ¡Hemos venido a combatir a vuestro lado! Disculpad lo sucedido al sacerdote, ha sido un tremendo error, error que solucionaré ahora mismo – dijo, bajando de la mesa – pero os necesitamos, hermanos y hermanas. El enemigo es fuerte, vosotros mismos estáis comprobando hasta qué punto es taimado y traidor   - dijo señalándose la cabeza, hasta que llegó al sacerdote, y le puso la mano encima – No somos herejes.

 Una tenue luz emanó de la palma de la mano de Samuel, y pronto el sacerdote recobró el conocimiento, y retrocedió aterrorizado. 

 - Disculpe, padre, ha sido todo un tremendo error.

 Continuaron charlando, mientras Samuel intentaba convencerlos de que prestasen su ayuda y de que no les linchasen por herejes. Su fama y renombre sirvieron de algo, puesto que muchos le habían visto en los Torneos, o habían leído sobre él. Mientras tanto, siguiendo sus órdenes, los soldados se reagruparon y formaron un pequeño campamento para recuperar fuerzas y tratar heridas.

 - Seríais de mucha ayuda, Padre. Mis hombres están gravemente heridos.

 Con el ceño fruncido, el sacerdote finalmente aceptó a regañadientes. Su deber como creyente importaba más que sus temores, y Samuel organizó a sus hombres por gravedad para tratar sus heridas. Pasaron las horas, y tras dejar a los gravemente heridos en Villa Oeste y avisar a Ventormenta de lo sucedido, dejaron las monturas y partieron a pie hacia la linde del bosque. La voz del Lich no cesó en ningún momento de atormentarlos, y algunos soldados y aldeanos  tuvieron que ser atados para no volverse locos.

 El verde paisaje de Elwynn pronto dio paso a los eriales de Páramos de Poniente. Frente a ellos, el Puente del Oeste, que permitía cruzar el río Elwynn de camino al oeste. Allí, grande como una montaña, se alzaba una figura sombría, flanqueada por decenas de no muertos tambaleándose.  Tomando el Filo del León con fuerza y canalizando el poder de la Luz, Samuel habló a sus soldados.

- No tenemos tiempo que perder, muchachos. Yo me encargaré del grandote, y vosotros aniquilad a esa escoria, Cuando acabéis con ellos, ayudadme a terminar el trabajo.

 Y diciendo esto, dio un paso adelante, y con un rugido de rabia, lanzó una oleada de pura energía luminosa contra el gigantesco esqueleto que les hacía frente, portando una enorme y sombría espada. Como una flecha, la oleada de energía recorrió en apenas un pestañeo la distancia que los separaba, pero el Campeón no Muerto giró su espada y golpeó la descarga luminosa, dividiéndola y arrasando a los zombies que le flanqueaban.

 - ¿Crees que será tan fácil, mortal? – dijo, riendo con su gutural voz

 Samuel corrió hacia él enarbolando el Filo del León y el Defensor del Reino, su espada y escudo, mientras flechas certeras volaban hacia los secuaces del Campeón. La batalla prometía ser gloriosa, y así fue. Poderosos golpes de cada uno hacían temblar la estructura, y parecía que no iba a tener fin, hasta que Samuel esquivó una de las embestidas del Campeón y cercenó de un solo tajo ambos pies, haciéndole caer. Cuando iba a darle el golpe de gracias, mientras sus soldados combatían a oleadas de enemigos que se levantaban cada vez que caían, el Campeón derribó a Samuel con el plano de la espada, haciéndole rodar.

 - ¡Eres mío, mortal! – dijo el Campeón, alzando su espada.

 Pero justo cuando iba a caer, Samuel escuchó dos chasquidos, y al instante, la mano que sostenía la espada estalló en pedazos, así como la calavera del guerrero, mostrando un brillo rojizo en su interior. Miro asombrado, y vio a Vyncent y Asdrúbal, que habían sido alertados por Gez, sonriendo orgullosos de tal hazaña. El cabo corría hacia Samuel con intención de ayudarle, pero frenó en seco al ver que el enemigo caía. El júbilo inundó los corazones de los guerreros, júbilo que se disipó al momento. Desvaneciéndose como la bruma, el Campeón desapareció y apareció de nuevo al comienzo del Puente del Oeste, intacto.

 - ¡Mi Rey me hace invulnerable! – dijo, arremetiendo contra Samuel

 Con un rugido, Samuel empuñó el Filo del León, y saltó contra el Campeón, adelantándose a sus movimientos, y haciendo estallar su cráneo nuevamente de un solo golpe. Ambos, Gez y Samuel, pudieron observar una brillante joya roja en su interior, momentos antes de que volviera a desvanecerse y recomponerse.

 - ¡Gez, la joya! ¡Acabad con ella cuando vuelva a caer! – dijo Samuel, sin percatarse de que el Campeón corría a grandes zancadas en su dirección.

 Fue visto y no visto. El mandoble del Campeón voló e impactó en el abdomen de Samuel, haciéndole volar por los aires y cayendo pesadamente en el puente con un repiqueteo del metal de su armadura.

domingo, 7 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Contraofensiva) 2/5

Segunda parte de Contraofensiva, la aventura de Samuel contra la Plaga. ¿Qué encontrarán nuestros héroes en los sótanos del Fuerte de Arroyoeste?


En torno a un pedestal, y rodeados de litros de sangre, vísceras y trozos de cadáveres, tres hechiceros de negras túnicas entonaban un siniestro salmo. Uno de ellos se giró y sonrió, y con un giro de muñeca envió una oleada de energía sombría contra ellos, derribándolos.

 - ¡Vamos Leones! – gritó Samuel, levantándose aturdido, y lanzándose contra el hechicero, abriéndose paso a empujones contra los esqueletos que se alzaban para detenerlo.

 Pero éste estaba bien preparado, y sonrió lascivamente cuando Samuel saltó, y el León de Acero pronto comprendió por qué. Una sinuosa garra surgió del techo, y éste pudo bloquearla en el último instante con el escudo, haciéndole caer y rodar hasta una mesa llena de cráneos. Esos malditos nigromantes habían cosido extremidades a los techos, dándoles la apariencia de grotescos candelabros. Los soldados saltaron con un valiente rugido contra los esqueletos que comenzaban a surgir de cada rincón, y los arqueros los derribaban a distancia, intentando abatir a los hechiceros. Pero no había tiempo que perder, los Nigromantes comenzaron a entonar otro canto, y Samuel no iba a permitir que terminaran de lanzar el hechizo. Canalizó el poder de la Luz en la espada, tal y como había aprendido en la Abadía de Villanorte, y pronto se cubrió de un blanco fulgor. Los hechiceros, alertados, le señalaron alarmados.

 - ¡La Luz! ¡Acabad con la Luz!

 Pronto todos los esqueletos dejaron de acosar a los soldados y avanzaron hacia Samuel sedientos de sangre. Derribó cinco, diez esqueletos con cada golpe de mandoble, pero eran demasiados, y pronto quedó reducido, aplastado por el peso de las decenas de cadáveres que le acosaban.

 - ¡Señor! – gritó el Cabo Gronik, saltando desde la escalera, espada en mano, seguido por varios Leones - ¡Vamos, muchachos!

 Un quejido ahogado alertó a los nigromantes, y aterrados vieron cómo uno de sus compañeros se ahogaba en su propia sangre mientras la flecha de Asdrúbal, el silencioso arquero voluntario, le atravesaba la garganta. Cayó entre gorgoteos, dando a los héroes una oportunidad para abrirse paso hasta Samuel, que ya se alzaba con dificultades intentando quitarse de encima los cadáveres putrefactos. Las flechas volaban sin cesar, y los hechiceros canalizaban sombríos poderes que derribaban a los blindados soldados y a los certeros arqueros. 

 De repente, el Cabo Gronik vio algo inusual bajo una escalera. Un caldero que emanaba un sombrío poder.

 - ¡Asdrúbal, ayúdame a volcarlo! – dijo mientras lo cogía de una de las oscuras asas de hierro

 - ¡No! – gritó uno de los hechiceros - ¡No tocaréis el caldero de la plaga! – y diciendo esto, invocó una esfera de sombras en la palma de su mano, y la lanzó contra Asdrúbal, haciendo que éste impactara con el caldero, volcándolo. 

 Al instante, el icor verdoso que contenía empezó a manar, y pilló de sorpresa a la única hechicera del grupo, envolviéndola en sus sombrías energías, descomponiéndola, y finalmente, haciéndola desaparecer con un gemido.

 - ¡Malditos patanes! ¡Os mataré! – el último de los hechiceros estaba desbocado, y lanzaba energías oscuras como proyectiles a todo lo que se movían, derribando enemigos y amigos por igual.

 El contenido del caldero seguía extendiéndose, mezclándose con un gorgoteo con la sangre que decoraba el suelo.

 - ¡Vamos, salid de aquí! – ordenó Samuel - ¡No dejéis que esa sustancia os toque!

 Los esqueletos, debilitados ante la caída de dos de sus señores, no eran más que un mero estorbo para los guerreros, que se abrían paso como podían, mientras esquivaban los ataques del enloquecido nigromante. A punto de llegar a las escaleras, Samuel vio cómo Asdrúbal y el Cabo Gronik caían, tras haber sido lanzados violentamente contra la pared por un hechizo. Empujando a los soldados hacia las escaleras, Samuel volvió a por ellos, y con una sonrisa comprobó como Vyncent, el explorador, no iba a permitir que cargara él con todo el peso. Juntos, los ayudaron a subir las escaleras, mientras las últimas palabras del hechicero tomaban forma de maldición, y finalmente, desaparecía.

 Recuperando el aliento en la plana baja, vieron cómo los esqueletos restantes se desmoronaban en el suelo, tras mitigarse el poder que los mantenía en pie. Unos minutos de paz era lo que necesitaban para recuperar fuerzas y reagruparse. Minutos que no tendrían.

 Pronto una tenebrosa voz habló a Samuel en lo más profundo de su ser, y al mirar a sus compañeros, comprobó que no era al único al que le sucedía. Se vio transportado a una llanura helada infinita, y ante él, cientos, miles de no muertos le esperaban, criaturas sin forma volaban en círculos sobre ellos, y al instante, una espectral forma se materializó ante él. Era un Lich. El Lich que les atormentaba desde hacía unos días, y que se había infiltrado en Ventormenta.

 - Escuchad mi Voz, patéticos mortales. Estáis en mi tierra, en mi dominio. Escuchadme, veis mis legiones… No podéis ganar a la Muerte. No podéis derrotar al Rey de Reyes, aquel que domina a la Muerte. La Luz es engaño. La Luz no da milagros. Nosotros traemos a los muertos a la vida. Nosotros damos la inmortalidad y el verdadero Poder. Estáis en las tierras heladas del Rey… Es hora de que deis juramento. Dadle felicidad al Exánime, y vuestras vidas serán perdonadas.

 Al instante, y sin dudar, las voces de sus compañeros de unieron a la de Samuel, rechazando su poder y plantándole cara. La espada de Samuel refulgía de poder Luminoso, mostrando siniestras sombras en el rostro de los soldados, y eso les llenaba de coraje. La voz no tardó en contraatacar.

sábado, 6 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Contraofensiva) 1/5

Ahora mismo acabo de terminar la crónica de lo sucedido ayer, en una partida de Rol en WOW que duró la friolera de 7 horas. No puedo más que compartirla con vosotros, ya que estoy muy orgulloso. Ahí va la primera parte. 


El sonido de los cascos de los caballos contra la piedra, salpicada aquí y allá por brotes de hierba, era lo único que se escuchaba en el Bosque de Elwynn. Los soldados y voluntarios se dirigían al oeste, hacia los Páramos de Poniente por orden del Rey. El Azote amenazaba la estabilidad del Reino y era necesario frenarlo.

 Samuel estaba molesto. Molesto por haber sido dejado en ridículo frente a sus hombres por el Rey. Molesto por haber sido objetivo de una estratagema vil que los mantuvo ocupados. Molesto por no poder tener una excusa. Pero debía de alejar esos pensamientos y centrarse en la batalla que tenían delante. Probablemente serían cientos de No Muertos a quienes se enfrentaban, y no eran un enemigo sencillo de combatir.

 -         Recordad que luchamos contra el Rey Exánime, Arthas el Traidor. Aplastad a vuestros enemigos, y rematadlos en el suelo. No hagáis prisioneros… porque no recibiréis tal honor.

 Los soldados estaban inquietos, pero ver a su Teniente aparentemente tranquilo les calmaba. Era un hombre curtido, sus posibilidades de sobrevivir aumentaban ligeramente si era él quien iba al frente. Pero pronto esa leve paz se turbó. Sombras, susurros y murmullos se arremolinaban a su alrededor ocultas en el bosque. La aldea de Villa Oeste, última población antes de Páramos, se alzaba ante ellos, ofreciéndoles algo de paz.

 Pero pronto se dieron cuenta de que nada iba bien. Los soldados vagaban sin rumbo, torpes y lentos. Los pocos ciudadanos que había fuera se ocultaban en sus casas, y las cerraban a cal y canto. El Fuerte de Arroyoeste, objetivo estratégico esencial del Reino, se alzaba imponente proyectando su sombra contra la población, siniestra y sombría. Samuel desmontó, y desenvainando el Filo del León, regalo de los parameños, avanzó hacia el Cuartel.

 -         Atentos todos, preparaos – dijo el Cabo Gronik

 No tardó uno de esos erráticos soldados en pararse frente a él, con la mirada ausente asomando en la visera del casco.

 -         ¿Qué ocurre aquí, soldado? Dame una explicación – dijo Samuel

 El soldado ladeó el rostro, y con la mirada perdida, respondió.

 -         Soldado. Explicación.

 Dando un paso atrás, Samuel comprendió lo sucedido. Dio la voz de alarma, e inmediatamente decenas de soldados, corrompidos por el poder sombrío del Azote, salieron de cada rincón, y de cada callejón, enarbolando sus armas como buenamente podían, contra los bien preparados Leones de Ventormenta. A la señal de Vyncent, explorador del Ejército, una oleada de flechas volaron hacia Samuel, atravesando limpiamente a los soldados que cargaban contra él. Pronto los Leones avanzaron, derramando la sangre de cada enemigo que se alzaba contra ellos. Samuel, furioso por tener que luchar contra los suyos, golpeaba con el plano de la espada y con el escudo, incapaz de asesinar a seres humanos inocentes.

 La batalla pronto quedó dividida en dos grupos. Mientras el grueso de las fuerzas se enfrentaba a los soldados hechizados, Samuel, Gez, Vyncent, Asdrúbal, Thordlin y un grupo surtido de Leones avanzaron cautelosamente hacia el interior del Fuerte, con la intención de aniquilar toda presencia enemiga. Ésta no se hizo esperar, y pronto oleadas y oleadas de No Muertos surgieron de la fortaleza para devorar a los Héroes. Espadas y flechas danzaron como la guadaña en el trigal, arrasando las tropas enemigas e internándose cada vez más en Arroyoeste. Los zombies, esqueletos y ghouls parecían no tener fin, y pronto comprendieron que realmente se enfrentaban al Azote. Nadie en este mundo sería capaz de manejar unas fuerzas así.

 Pero pese a la superioridad numérica del enemigo, los Leones avanzaban sin cuartel, recibiendo no más que algunas heridas superficiales. Las garras y colmillos putrefactos no eran nada contra el hierro y el acero templado de sus armas y armaduras. No tardaron, no sin esfuerzo, en llegar a la sala de Mando, dejando tras de sí sangre, entrañas y vísceras extendidas cual alfombra por todo el suelo.

 -         Bien, recordad que quiero que decapitéis a cada cadáver que veáis en el suelo. No os confiéis, no dudéis. Prefiero que me tachen de cruel a perder a uno de mis hombres por un descuido – dijo Samuel, mientras revisaba los papeles en busca de algún informe sobre el enemigo

 Eso era lo peor, la espera. Recuperar el aliento mientras pensabas qué paso sería el siguiente. Quienquiera que fuera el causante, no se encontraba en lo más alto, y Samuel pronto comprendió que se habían equivocado de camino. Pero ya no hacía falta preocuparse, pues pronto comenzaron a surgir aullidos y gemidos procediendo de las escaleras laterales. El enemigo se había reagrupado, y ahora tocaba atrincherarse y resistir el ataque.

 -         ¡Arqueros, a cubierto tras de mí. Leones, formación de muralla. No dejemos que trepen! – dijo Samuel, situándose al fondo de la sala.

 El enemigo no tardó en hacer aparición, y de qué manera. Corriendo como ratas asustadas, decenas de no muertos, corrompidos y emanando energía sombría, se abalanzaron desde las dos puertas laterales contra los soldados, mientras los chasquidos de las cuerdas de los arcos sonaban casi al unísono. No tenían tiempo para perderlo, tenían que llegar a Páramos de Poniente y estaban perdiendo cada segundo que pasaban en el fuerte. Samuel invocó el poder de la Luz, y lo usó para barrer esqueletos y zombies como la brisa mueve las hojas, abrasándolos y reduciéndolos a cenizas. Sus Leones, envalentonados por su Teniente, lucharon con renovadas fuerzas, aniquilando a los enemigos.

 El suelo quedó alfombrado con los cadáveres de amigos y enemigos por igual, así que era hora de tomar la iniciativa.

 -         Los que no puedan seguir, descansad, los demás, ¡seguidme! – dijo Samuel, alzando la espada y lanzándose escaleras abajo, en dirección al sótano.

 Los enemigos corrían hacia ellos, desesperados por frenar su avance, y Samuel comprendió que iban por buen camino. Abrió de una patada la desvencijada puerta que daba al sótano, y bajó junto a unos pocos hombres, mientras el resto protegían la planta baja. La temperatura era terriblemente baja allí, obviamente por razones no naturales. El vaho que emanaba de sus bocas les daba una apariencia fantasmagórica, y no tardaron en percibir un hedor inaguantable, que provocó algún que otro vómito. Pero no habían errado el tiro.


lunes, 1 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Nueva Era) 4/4

Final de la epopeya de Samuel Strongshield. ¿Final? Este PJ ha vivido desde esta historia muchísimas aventuras. Mira, quizás le incluya en la novela...


Días después, en las ruinas de la ahora fortaleza de los Altos Elfos, Samuel descansaba del agotamiento y las heridas del combate junto a sus hombres. Miraba su espada con tristeza, puesto que su gemela había caído y no pudo recuperarla. Una voz familiar le sacó de sus pensamientos:

 -         Samuel, amigo, ven. Tengo algo que enseñarte.

 Triskiel guió al soldado por las ruinas, a los sótanos de la fortaleza. Allí los orcos habían acumulado algunas riquezas debido a saqueos durante años. Sobre una repisa, envueltas en una manta verduzca, reposaban dos formidables espadas gemelas blancas como la nieve.

 -         Son magníficas – dijo Samuel admirando el detalle de la guarda – Manufactura élfica, ¿verdad?

 -         Sí – respondió, quedo, Triskiel – Son Allah´Dural, los Filos del Ocaso. Unas espadas largo tiempo perdidas, ahora por fin encontradas. Quiero que te las quedes, amigo.

 Samuel se sorprendió.

 -         ¿Para mi? Venga ya, Triskiel, no puedo aceptarlo, es demasiado…

 -         Ni pensarlo. – interrumpió el elfo -  Tú perdiste tus armas luchando por ayudar a los míos, es menester que yo te corresponda al menos con esto

 El humano sonrió al elfo, y ambos estrecharon sus manos con afecto, mientras arriba, en el patio de la fortaleza, los elfos reconstruían la formidable fortaleza…

Los soldados armaban un escándalo considerable mientras se encaminaban a Ventormenta. Serían varios días de viaje, y Samuel no quería quitarles el buen humor ordenándoles decoro. Además, qué demonios, a él también le hacía falta sonreir. Mientras cabalgaba a lomos de Hakon, el soldado tuvo tiempo de pensar en todo lo que había dejado en la capital. Pensó en Allison, y en Tommy. Ese muchacho ya tendría unos 12 años, y en este tiempo estaba seguro de que habría dado un buen estirón. 

Se acordó de sus viejos amigos, Triskiel y Zahid, ¿dónde andaría ese bribón? Se acordaba incluso de Nallia, aunque su corazón ya no albergaba sentimiento algo hacia la muchacha, no olvidaba las luchas que habían tenido juntos. Recordó al elfo Akran, siempre tan serio, esperaba que después de la formidable lucha que entablaron juntos, cuando libraron al mundo de los Sefirotes que pretendían helar Azeroth, el druida estuviera bien.

 Se acordó también de lo que le había dicho el Senescal Goldenrobe acerca de la muerte de sus padres. Tendría que visitar sus tumbas cuando se hubiera instalado en la ciudad. Y su consultorio, valgan los dioses, esperaba que el chico al que había instruido se las hubiera apañado. Probablemente le vendería el negocio cuando volviera, ahora que era Teniente del Ejército no podía dedicarse a otros menesteres.

Se volvió sobre su montura y miró a sus hombres con una sonrisa. Estaba orgulloso de su escuadrón, y no lo cambiaría por nada. Eran hombres rudos y peligrosos, pero sobre todo eran fieles al Reino y leales a Samuel, y era lo que importaba.

 -         ¡Señores! – gritó – Estoy muy orgulloso de en lo que se ha convertido el escuadrón de los Leones de Acero. Se que todos vosotros habéis recibido una paga extra por esos meses fuera, pero tengo algo que deciros: os podéis tomar dos semanas libres de descanso, pero cuando volvamos al trabajo, os quiero en plena forma. ¿¡Me habéis oído, Leones!?

 -         ¡Señor, si señor!

 -         ¡No os oigo!

 -         ¡SEÑOR, SI SEÑOR!