domingo, 7 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Contraofensiva) 2/5

Segunda parte de Contraofensiva, la aventura de Samuel contra la Plaga. ¿Qué encontrarán nuestros héroes en los sótanos del Fuerte de Arroyoeste?


En torno a un pedestal, y rodeados de litros de sangre, vísceras y trozos de cadáveres, tres hechiceros de negras túnicas entonaban un siniestro salmo. Uno de ellos se giró y sonrió, y con un giro de muñeca envió una oleada de energía sombría contra ellos, derribándolos.

 - ¡Vamos Leones! – gritó Samuel, levantándose aturdido, y lanzándose contra el hechicero, abriéndose paso a empujones contra los esqueletos que se alzaban para detenerlo.

 Pero éste estaba bien preparado, y sonrió lascivamente cuando Samuel saltó, y el León de Acero pronto comprendió por qué. Una sinuosa garra surgió del techo, y éste pudo bloquearla en el último instante con el escudo, haciéndole caer y rodar hasta una mesa llena de cráneos. Esos malditos nigromantes habían cosido extremidades a los techos, dándoles la apariencia de grotescos candelabros. Los soldados saltaron con un valiente rugido contra los esqueletos que comenzaban a surgir de cada rincón, y los arqueros los derribaban a distancia, intentando abatir a los hechiceros. Pero no había tiempo que perder, los Nigromantes comenzaron a entonar otro canto, y Samuel no iba a permitir que terminaran de lanzar el hechizo. Canalizó el poder de la Luz en la espada, tal y como había aprendido en la Abadía de Villanorte, y pronto se cubrió de un blanco fulgor. Los hechiceros, alertados, le señalaron alarmados.

 - ¡La Luz! ¡Acabad con la Luz!

 Pronto todos los esqueletos dejaron de acosar a los soldados y avanzaron hacia Samuel sedientos de sangre. Derribó cinco, diez esqueletos con cada golpe de mandoble, pero eran demasiados, y pronto quedó reducido, aplastado por el peso de las decenas de cadáveres que le acosaban.

 - ¡Señor! – gritó el Cabo Gronik, saltando desde la escalera, espada en mano, seguido por varios Leones - ¡Vamos, muchachos!

 Un quejido ahogado alertó a los nigromantes, y aterrados vieron cómo uno de sus compañeros se ahogaba en su propia sangre mientras la flecha de Asdrúbal, el silencioso arquero voluntario, le atravesaba la garganta. Cayó entre gorgoteos, dando a los héroes una oportunidad para abrirse paso hasta Samuel, que ya se alzaba con dificultades intentando quitarse de encima los cadáveres putrefactos. Las flechas volaban sin cesar, y los hechiceros canalizaban sombríos poderes que derribaban a los blindados soldados y a los certeros arqueros. 

 De repente, el Cabo Gronik vio algo inusual bajo una escalera. Un caldero que emanaba un sombrío poder.

 - ¡Asdrúbal, ayúdame a volcarlo! – dijo mientras lo cogía de una de las oscuras asas de hierro

 - ¡No! – gritó uno de los hechiceros - ¡No tocaréis el caldero de la plaga! – y diciendo esto, invocó una esfera de sombras en la palma de su mano, y la lanzó contra Asdrúbal, haciendo que éste impactara con el caldero, volcándolo. 

 Al instante, el icor verdoso que contenía empezó a manar, y pilló de sorpresa a la única hechicera del grupo, envolviéndola en sus sombrías energías, descomponiéndola, y finalmente, haciéndola desaparecer con un gemido.

 - ¡Malditos patanes! ¡Os mataré! – el último de los hechiceros estaba desbocado, y lanzaba energías oscuras como proyectiles a todo lo que se movían, derribando enemigos y amigos por igual.

 El contenido del caldero seguía extendiéndose, mezclándose con un gorgoteo con la sangre que decoraba el suelo.

 - ¡Vamos, salid de aquí! – ordenó Samuel - ¡No dejéis que esa sustancia os toque!

 Los esqueletos, debilitados ante la caída de dos de sus señores, no eran más que un mero estorbo para los guerreros, que se abrían paso como podían, mientras esquivaban los ataques del enloquecido nigromante. A punto de llegar a las escaleras, Samuel vio cómo Asdrúbal y el Cabo Gronik caían, tras haber sido lanzados violentamente contra la pared por un hechizo. Empujando a los soldados hacia las escaleras, Samuel volvió a por ellos, y con una sonrisa comprobó como Vyncent, el explorador, no iba a permitir que cargara él con todo el peso. Juntos, los ayudaron a subir las escaleras, mientras las últimas palabras del hechicero tomaban forma de maldición, y finalmente, desaparecía.

 Recuperando el aliento en la plana baja, vieron cómo los esqueletos restantes se desmoronaban en el suelo, tras mitigarse el poder que los mantenía en pie. Unos minutos de paz era lo que necesitaban para recuperar fuerzas y reagruparse. Minutos que no tendrían.

 Pronto una tenebrosa voz habló a Samuel en lo más profundo de su ser, y al mirar a sus compañeros, comprobó que no era al único al que le sucedía. Se vio transportado a una llanura helada infinita, y ante él, cientos, miles de no muertos le esperaban, criaturas sin forma volaban en círculos sobre ellos, y al instante, una espectral forma se materializó ante él. Era un Lich. El Lich que les atormentaba desde hacía unos días, y que se había infiltrado en Ventormenta.

 - Escuchad mi Voz, patéticos mortales. Estáis en mi tierra, en mi dominio. Escuchadme, veis mis legiones… No podéis ganar a la Muerte. No podéis derrotar al Rey de Reyes, aquel que domina a la Muerte. La Luz es engaño. La Luz no da milagros. Nosotros traemos a los muertos a la vida. Nosotros damos la inmortalidad y el verdadero Poder. Estáis en las tierras heladas del Rey… Es hora de que deis juramento. Dadle felicidad al Exánime, y vuestras vidas serán perdonadas.

 Al instante, y sin dudar, las voces de sus compañeros de unieron a la de Samuel, rechazando su poder y plantándole cara. La espada de Samuel refulgía de poder Luminoso, mostrando siniestras sombras en el rostro de los soldados, y eso les llenaba de coraje. La voz no tardó en contraatacar.

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