martes, 8 de septiembre de 2015

Comunidad Umbría - Némesis

En esta ocasión he aceptado el reto de diseñar la historia de un villano. Sin embargo, a medida que le daba vueltas, no me convencía la idea de un ser malvado porque sí, sin una problemática real y un dilema moral. Así que me planteé la pregunta: ¿Cómo ha llegado hasta aquí? En estas líneas descubriréis el por qué. Espero que os guste.


Némesis


Nathan inspiró el aire salado del puerto y lo retuvo en sus pulmones durante unos segundos antes de exhalar. Como cada noche, se permitió permanecer un largo minuto con los ojos cerrados disfrutando de los sonidos de la ciudad: la sirena de la patrulla de policía que avanzaba a toda velocidad por la avenida Madison, las risas de la pareja de enamorados que caminaban cogidos de la mano dos calles más allá, el ladrido nervioso del Yorkshire que había percibido su aroma y se preguntaba qué hacía en sus dominios… Luego volvió a abrir los ojos y comprobó su equipo. No importaba que aquella fuera la última noche de su vida como guardián de Somersville, estaba seguro que si algo le había mantenido sano y salvo todos esos años, era su rutina diaria. Los sistemas de la armadura mostraban unos niveles excelentes de energía, las armas estaban debidamente cargadas y las subrutinas de combate habían sido actualizadas esa misma mañana. Además, se sentía especialmente en forma.

Una de sus muchas virtudes era que nunca falta a su palabra, y aquel día no haría una excepción. Cuando su esposa Caroline le dijo con lágrimas de alegría que estaba embarazada, le prometió que dejaría su vida de héroe el día que su hijo cumpliera los dos años. En esa edad los niños empezaban a tener constancia del mundo a su alrededor y quería estar junto a él para educarle y protegerle. Se acabarían las vigilancias nocturnas y las desapariciones en mitad de la cena. Ahora se dedicaría en cuerpo y alma a ellos.

Además, tenía la tranquilidad de saber que no dejaba Somersville desamparada. Una nueva generación de héroes se había ofrecido a ayudarle en la tarea, y sabía que aunque él colgara las mallas, podrían hacer frente a las futuras amenazas que se cernieran sobre la ciudad. Aunque, por supuesto, no iba a dejar un trabajo inacabado. Con el paso de los años, había ido encerrando personalmente en la Prisión de Máxima Seguridad del estado a los mayores enemigos que Somersville había conocido: Conde Pesadilla, el Destacamento Infernal al completo, Saqueador y el terrorífico Necrópolis no eran ya sino un número más en los archivos de la policía gracias a su labor. Ahora sólo quedaba un último contrincante, uno extremadamente escurridizo que había escapado de sus intentos de detenerle en demasiadas ocasiones: El doctor Achenbach. Esa noche lo detendría de una vez y para siempre.

El doctor Achenbach era un reputado físico cuyos trabajos sobre el Singlet de Higgs, la llamada “partícula del tiempo”, le habían granjeado fama mundial. Sin embargo, un artículo publicado en una prestigiosa revista científica en la que ridiculizaban sus experimentos provocó que la opinión pública al respecto del doctor cambiara. Justo cuando lo estaba acariciando, perdió el Premio Nobel de Física, y las subvenciones gubernamentales que le permitían seguir con sus experimentos se esfumaron. El doctor Achenbach enloqueció, y juró que demostraría al mundo entero que la Partícula del Tiempo existía.

El resto sólo era historia. Tras instalarse en Somersville, el doctor se había propuesto construir el artefacto que le permitiría darle una bofetada al mundo entero por atreverse a ridiculizarlo. Sin embargo, su locura había desestabilizado su balanza moral por completo, y utilizaba su prodigiosa inteligencia para desarrollar peligrosas armas que vendía al mejor postor para así poder financiarse. Con el paso de los años, sus trabajos se volvieron más y más peligrosos, y Nathan no estaba dispuesto a permitir que el doctor Achenbach terminara su máquina, funcionara o no.

Tras comprobar por segunda vez su equipo y enviarle un mensaje de texto a su esposa para desearle buenas noches y recordarle que aquella sería la última vez que dormía sola, Nathan se colocó el casco de su armadura de combate y programó la ruta de vuelo hasta su objetivo. El laboratorio del doctor Achenbach se encontraba en las montañas al sur de Somersville, y había plagado la zona de trampas y plataformas automáticas de artillería para disuadir a los visitantes inesperados. Pero él estaba preparado. Así que cuando la dorada figura de su armadura comenzó a sobrevolar la zona y los cañones antiaéreos surgieron de sus escondites con la intención de derribarle, sacó el as bajo la manga que tantos meses le había costado conseguir: un virus informático que inutilizaría temporalmente los dispositivos de defensa durante unos minutos, el tiempo suficiente para llegar hasta el doctor y detenerle.

Nathan llegó sin problemas hasta el laboratorio y liberó una poderosa descarga energética para derribar uno de los muros. El cemento y la lámina de acero incrustado se derritieron como mantequilla caliente, y el héroe sólo tuvo que propinarle un puñetazo para llegar hasta el interior. Tal y como esperaba, allí se encontraba el profesor, enfrascado en ultimar los detalles de su dispositivo. Ni siquiera se preocupó de girarse hacia Nathan, aunque era imposible que no se hubiera dado cuenta de su llegada por el alboroto que el héroe había causado.

- Doctor Achenbach, me temo que ha llegado la hora de trasladarse a su nuevo alojamiento en la Prisión de Máxima Seguridad del estado – anunció, solemne, a través de los sistemas de comunicaciones de la armadura – Como bien sabe, el alcalde me ha dado plenos poderes y…

- Sí, sí. El alcalde te ha dado plenos poderes para reducirme y trasladarme a ese agujero, me conozco el discurso. – la aguda voz del doctor sonaba cansada, como si llevara varios días sin dormir – Ha sido una excelente actuación la tuya, Caballero. No sabía que fuera posible que alguien pirateara mi algoritmo, pero veo que eres tan infalible como siempre has demostrado.

Caballero avanzó lentamente hacia el doctor mientras comprobaba que las rutinas de defensa estuvieran activadas. El hombrecillo estaba arrodillado bajo un enorme artefacto, y cuando salió estaba completamente sudoroso y cubierto de grasa.

- No te haces una idea de lo mucho que he esperado este día, Caballero. Por fin he podido terminar mi máquina, ¡y nada menos que el héroe de Somerville para ser testigo de mi grandeza! Te presento, ¡el Proyecto Ucronía! – el científico hizo un giro teatral y señaló al artefacto a su espalda, y Nathan se permitió unos segundos para observar el fruto de tantos años de trabajo. Tenía el mismo tamaño que un apartamento de soltero, y la mayor parte del cuerpo estaba conformado por una decena de anillos concéntricos transparentes. Una miríada de cables surgían de los laterales, como una desmelenada cabellera amarilla y roja

- No puedo negar que es impresionante, doctor – confesó.

- ¡Gracias, gracias! – respondió, visiblemente emocionado – Sabía que alguien como tú apreciaría el trabajo bien hecho. Verás, como bien sabes, mis estudios planteaban la existencia del Singlet de Higgs, una partícula mucho más compleja que el Bosón, ya que tiene la particularidad de existir en dos realidades distintas al mismo tiempo. Sin embargo, se requiere de una tremendísima cantidad de energía para poder hacerlo estable, ¡y para eso sirve esta máquina! Es mi propia versión del colisionador de hadrones, que me permitirá utilizar la resonancia de los bariones y los mesones exóticos para materializar el Singlet de Higgs. ¿No es maravilloso?

Nathan era un hombre culto, y había estudiado el trabajo del doctor Achenbach para conocer más íntimamente a su enemigo. Sin embargo, aquel discurso se estaba volviendo demasiado complicado hasta para él, así que decidió cortar por lo sano.

- Lo siento mucho, doctor, pero me temo que esto es demasiado peligroso para permitirle continuar con ello. Ahora, me facilitaría mucho las cosas si me acompaña sin oponer resistencia.

- Oh, pero mi querido amigo, lo que no entiendes es que mi dispositivo lleva calibrándose desde que has entrado y ya está listo para funcionar – dijo, con una mirada enloquecida mientras daba un puñetazo al interruptor de encendido de la máquina.

Como si de una onda electromagnética se tratara, la habitación se llenó rápidamente de un fulgor ambarino que derribó a Nathan. Los sistemas de la armadura comenzaron a fallar estrepitosamente mientras las subrutinas de soporte vital empezaban a corromperse una tras otra. De repente, estaba encerrado en su propia armadura, ahogándose por el vacío letal que se había formado en el interior. Con un rápido movimiento, liberó las abrazaderas de seguridad y se quitó el casco para poder respirar. Aún atontado por el repentino fallo de los sistemas, Nathan miró por primera vez con sus propios ojos el laboratorio del doctor Achenbach, ahora teñido de un tono anaranjado mientras los tubos transparentes de la máquina brillaban con una luz cegadora. A su lado, riendo como un demente, el doctor observaba el espectáculo como un niño en Navidad, y Caballero por fin cayó en la cuenta de que había algo que se le escapaba. El doctor había llamado al artefacto Proyecto Ucronía.

- Esta máquina no es sólo para encontrar su Partícula del Tiempo, ¿verdad? – dijo, frunciendo el ceño –  Considerando las órdenes internacionales de detención que existen sobre usted, de nada le serviría hacer este descubrimiento. Ningún organismo le reconocería.

Por primera vez el doctor Achenbach fijó su mirada en la suya, y Nathan pudo apreciar en sus ojos el abismo de locura que había tras ellos.

- Eres muy perspicaz, Caballero – dijo. Ahora que podía ver el rostro que se escondía tras la armadura no le resultaba difícil reconocer al multimillonario Nathan Faust, dueño de una de las corporaciones multinacionales más poderosas del planeta. Sin embargo, había decidido seguir llamándole por su nombre de guerra – Como bien dices, de poco me serviría. Pero esta máquina no sólo materializa el Singlet de Higgs, sino que lo sobrecarga con suficiente energía para iluminar toda Norteamérica durante una semana. ¡Cuando explote, provocaré una singularidad espaciotemporal que me permitirá regresar al pasado y recuperar mi nombre y mi prestigio! ¡Y nadie puede detenerme! ¡Ni siquiera tú, héroe! 

Aquello fue más que suficiente para Nathan. No necesitaba ser un físico de partículas para saber que una detonación de tales características quizás no abriría una fisura en el tejido de la realidad, pero sí que provocaría una onda expansiva que barrería Somersville del mapa. Miles de vidas segadas en un instante. Su mujer y su hijo. Con un gesto solemne, alzó el brazo mientras notaba cómo los sistemas de armamento de la mano reaccionaban al gesto.

- ¡No! – alcanzó a gritar el doctor Achenbach, mientras se abalanzaba sobre Nathan en el mismo instante que un chorro de energía calorífica surgía del guantelete del héroe en dirección al dispositivo. Como si se tratara de una coreografía cuidadosamente orquestada, el pulso llegó en el preciso momento en que los tubos de fibrocristal de la máquina estallaron al no soportar la presión de la energía que estaban conteniendo, liberando unas partículas que no chocaban entre sí desde que el Universo se formó por primera vez. La realidad, el tiempo y el espacio se entremezclaron en un romántico abrazo que poco tenía de hermoso para los presentes.

Nathan Faust sintió cómo fuerzas primigenias tiraban de cada átomo de su cuerpo en todas direcciones, mientras a su alrededor todo se volvía de un blanco cegador. Su armadura de alta tecnología, sometida a unas altísimas temperaturas, reventó en pedazos, pero su rostro se llevó la peor parte. Al no disponer de la protección que disponía el resto del cuerpo, se abrasó, causándole unas terroríficas heridas y un dolor tan intenso que le dejó inconsciente. Mientras el universo a su alrededor se retorcía como un pez fuera del agua, reorganizando su esencia de la forma que mejor le convenía, el joven  héroe se sumía en las tinieblas sin saber si despertaría de aquella pesadilla.

Cuando lo hizo,  quiso morir.

Antes siquiera de abrir los ojos, sintió el dolor y el ardor en el rostro, tan intenso que quería arrancarse la cabeza de los hombros. Además, tenía las extremidades entumecidas, y cada leve movimiento le dolía, como si estuviera tumbado sobre un lecho de espinas.  De fondo escuchaba un sonido rítmico, un pitido que se sucedía cada segundo aproximadamente. No tardó en reconocer la característica melodía de un monitor de constantes vitales, el aroma de productos desinfectantes y antisépticos, el roce áspero de las sábanas baratas. No había duda, se encontraba en un hospital.

Lentamente, a medida que los minutos transcurrían en el reloj, Nathan fue poco a poco más y más consciente de su alrededor. En cuanto abrió los ojos y sintió cómo le escocían los ojos por la luz del sol que entraba por la ventana, comprobó que, efectivamente, estaba en una habitación individual de hospital. Tenía el rostro vendado, y eso hizo recordar el intenso dolor que sufrió cuando el doctor Achenbach activó su dispositivo. ¿Tan horribles habían sido las quemaduras?

Finalmente alguien llegó con respuestas. Cuando se arrancó los sensores del monitor del pecho, un equipo médico acudió para responder a la alarma y comprobó que en realidad estaba sano y salvo, despierto del coma en el que llevaba sumido desde hacía un mes. Sin documentación, completamente cubierto de heridas y con el rostro irreconocible, lo tomaron como una víctima de un robo violento y lo atendieron. Sin embargo, las huellas dactilares no se encontraban en la base de datos de la policía, así que sólo podían esperar a que despertara y revelara quién era.

La historia tenía sentido, no obstante, había cosas que no encajaban en el esquema mental de Nathan. Para empezar, cuando les dijo que era Nathan Faust y a qué se dedicaba, no parecían conocerle. De hecho, la corporación Faust no existía ni había existido nunca. Tampoco se encontraban en Somersville, y ninguna ciudad de los alrededores recibía ese nombre. Pronto la amabilidad con que le habían tratado empezó a desaparecer cuando empezaron a pensar que sufría algún tipo de problema mental. Sin documentación ni dinero, no tardó la policía a pasarse por su habitación para hacerle algunas preguntas para las que no tenía respuestas. Al menos, ninguna que ellos creyeran. Nathan Faust no existía.

Además, se encontraba el asunto de su rostro. De una manera inconsciente había evitado preguntar al respecto, pero fue el doctor Williamson, el médico que se había encargado de atenderle, quien se sentó con él para revelarle lo que más temía. Le explicó que había sufrido unas quemaduras terribles en el 90% de la cabeza y el cuello, unas quemaduras producidas por una sustancia desconocida y que había hecho imposible la reconstrucción facial. De alguna forma, el tejido epitelial se había quemado y cauterizado casi al instante, y no disponían de los medios para ayudarle. Nathan quedó destrozado por la noticia, pero sus sentimientos no fueron nada comparados al dolor que sintió cuando le retiraron las vendas y vio con horror en qué se había convertido. Sus antiguas facciones, que recordaban vagamente a las de su difunto padre, habían desaparecido. Ahora no quedaba más que una grotesca calavera negra de tejido y huesos fusionados y calcinados. Un monstruoso ser surgido de las peores pesadillas.

No entendía qué estaba sucediendo. No sabía dónde estaba, ni dónde se encontraba su familia. ¿Tenía todo aquello que ver con el experimento del doctor Achenbach? ¿Habían tenido éxito sus enloquecidas teorías y había cambiado algo del pasado? Necesitaba respuestas, y desde luego, no las encontraría tumbado en una cama de hospital, escuchando los cuchicheos de las enfermeras detrás de la puerta y sus expresiones de asco cuando pasaban a aplicarle los curas pertinentes. Aprovechando el cambio de turno, robó algo de ropa de los vestuarios y escapó al abrigo de la noche.

El frío era reconfortante. Aliviaba el dolor de su rostro y aclaraba sus ideas. Como un vagabundo se adentró en la ciudad esquivando a la gente a fin de no llamar la atención. Sin lugar a dudas no era Somerville, ni ninguna ciudad que conociera. Cuando utilizó un teléfono público para llamar a su casa, descubrió con consternación que el número no existía. Empezó a dolerle la cabeza, y las preguntas se agolpaban sin poder encontrar respuesta.

Entonces lo vio.

Se encontraba en una calle céntrica, en la que grandes edificios con anuncios de neón se alzaban como silenciosos vigilantes. En uno de ellos, un enorme monitor mostraba las noticias del día, donde un hombre con una armadura de combate parecía explicar cómo había salvado a un grupo de inocentes de un incendio. Tenía el rostro al descubierto, como si no le importara revelar su identidad, y eso fue lo que le permitió reconocerle. Sus facciones habían cambiado ligeramente, era más joven y robusto, pero no podía negar que era el mismísimo doctor Achenbach. ¿Qué estaba sucediendo?

Tras refugiarse en un parque cercano para soportar la impresión y reorganizar sus pensamientos, decidió que vagando por las calles no encontraría respuestas. Al amparo de la noche, se infiltró en una casa rompiendo el cerrojo y utilizó su ordenador. También aprovechó para llenarse el estómago de algo más que insípida comida de hospital. De alguna forma, no le preocupaba haber entrado sin permiso o haber robado comida. Era como si su equilibrio moral fuera algo menos estricto que antes. En internet no tardó en encontrar las respuestas que buscaba. El doctor Achenbach, quien ahora se hacía llamar Guardián, había aparecido en la ciudad hacía aproximadamente tres semanas, portando una armadura de combate y erigiéndose defensor de los inocentes. Al igual que lo había sucedido con su identidad, también había desaparecido la del profesor: no había rastro de sus estudios ni su carrera criminal. ¿Había cambiado el pasado?

Entonces lo recordó.  Las cosas habían sido demasiado confusas hasta ahora, por eso no había caído en la cuenta, pero ahora venía a su mente tan nítido como si lo acabara de escuchar. Achenbach había  dicho que el Singlet de Higgs era una partícula que tenía la particularidad de existir en dos dimensiones al mismo tiempo.

Así que así había sido. Ese malnacido no había retrocedido en el tiempo, les había enviado a ambos a una realidad, a otro mundo. Un mundo lejos de su familia, de su mujer y su hijo. Un mundo en el que él no era nadie, y Achenbach tenía el reconocimiento que siempre había querido. Eso le enfureció. Era como si le hubiera arrebatado todo su mundo de un plumazo. No sólo eso, sino que además le había convertido en un monstruo. De un fuerte manotazo envió el ordenador al suelo y salió de la casa.

Las cosas habían cambiado, todo había cambiado, y Nathan notaba cómo él también. Estaba furioso, y mientras se dejaba abrazar por las sombras de la noche, sintió cómo una fría determinación crecía dentro de él. Haría lo que fuese por deshacer lo que había hecho Achenbach. Reconstruiría su dispositivo, el Proyecto Ucronía, y regresaría a casa. Haría todo lo que estuviera en su mano para conseguirlo.

Y aplastaría a todo aquel que intentara detenerle.