sábado, 2 de marzo de 2013

Porque te quiero


Os presento un pequeño monólogo, inspirado por los geniales Carlos Sisi y Manel Loureiro. Espero que os guste. Está localizado en Heidelberg, un hermoso pueblecito cerca de Frankfurt.

Te juro que no sé lo que pudo pasar. Te lo juro. Pensaba que lo tenía todo controlado, que podría protegernos, pero algo salió mal. Quizás me distraje de la rutina diaria… no lo sé. Ahora da igual.
¿Recuerdas cómo empezó todo? Yo estaba en casa, pero tú estabas en el Weihnachtsmarkt buscando un regalo para mi madre. Iban a ser unas Navidades geniales, las primeras que íbamos a pasar en familia todos juntos. Les íbamos a decir que nos casábamos. ¿Te acuerdas de las veces que apostamos cuál sería su reacción? Yo te decía que a tu madre le daba un ataque. Cuando volviste, te conté que todos los informativos hablaban de lo mismo, de un extraño virus. Incluso bromeamos acerca de que, con la que estaba cayendo, lo que nos faltaría sería un caso como en las películas.

Parece que hayan pasado mil años desde entonces.

Los días siguientes fueron algo extraños. En la oficina me dijeron que iban a retrasar los proyectos porque los clientes así lo querían, y en la Universidad cancelaron todas las clases.  Tanto mejor, pensé, así me daba tiempo a buscarte un regalo sorpresa que no te esperabas. ¿Recuerdas la cara que pusiste cuando te dije que iba de compras y que no podías acompañarme? Siempre sabes cuándo te estoy ocultando algo, pero siendo las fechas que eran, sabías a lo que iba. Te quedaste leyendo ese libro que llevas meses intentando acabar, pero que entre preparar tus clases y corregir exámenes nunca has podido hacerlo.

No te lo conté para no preocuparte, pero se respiraba un ambiente distinto en la ciudad. Heidelberg siempre ha estado llena de turistas, daba igual el año, pero en Navidad las calles estaban abarrotadas de curiosos que buscaban el producto típico, o de parejas enamoradas que se inmortalizaban en sus cámaras digitales. Pero aquella mañana había poca gente, y los que habían, eran vecinos y amigos. No le di importancia, hasta que la señora Köhler, la de la tienda de dulces, me preguntó si nos íbamos a quedar en la ciudad. No entendía la pregunta, hasta que vi las portadas de los periódicos en el quiosco. Todas hablaban del extraño virus, y de zonas enteras de Europa que habían quedado incomunicadas. ¿Qué demonios estaba sucediendo?

Intenté no decirte nada, pero me notabas extraño, preocupado. Y no soportas verme así. No, mi pequeña. Eres una criatura dulce y amable, y mi bienestar es imprescindible para tu felicidad. Así que fue cuando te lo conté. Al principio no te lo creíste, pensabas que era parte de algún tipo de juego relacionado con el regalo que te había conseguido. Pero yo no me reí. Casi de forma inconsciente, miraste a nuestra colección de películas en DVD, a la sección donde se acumulaba cine de terror. Sí, yo también pensé lo mismo: una plaga, enfermos que buscaban propagar su enfermedad.

Durante los días siguientes la cosa fue de mal en peor. Primero fue el agua. Nos cortaron el suministro y tuvimos que lavarnos y cocinar con garrafas de agua embotellada. Ya casi no salía de casa, salvo para ir a comprar algo de comida. Pero cuando empecé a ver las calles completamente vacías, y las tiendas cerradas a cal y canto, me encerré contigo. Luego se fue la luz. Estoy seguro de que si no usáramos gas butano, también habríamos notado cómo el gas ciudad lo cortaban. Ya había leído antes sobre eso. Si no había personal que atendiera las plantas potabilizadoras ni las fábricas, llegaba un momento que los sistemas colapsaban y se desconectaban. Era una medida de precaución, para que no ocurriera algo parecido a Chernobyl. Afortunadamente, antes llamamos a nuestros padres, para preguntarles qué tal estaban y si se encontraban a salvo. Ellos también habían visto las noticias y estaban muy preocupados. Hacía tiempo que no oía a mi madre llorar así.

A la hora de dormir, cerraba a conciencia puertas y ventanas para que no entrara el frío, y nos cubríamos de mantas para mantener el calor. Tú no te acuerdas, pero la primera noche tuviste una fea pesadilla. Me llamabas a gritos, y tuve que abrazarte y susurrarte que estaba ahí para que te calmaras. Por la mañana vigilaba la ventana, intentando buscar algún rastro de la policía o el ejército que nos informara, o quizás que nos llevara a algún punto de reunión. Pero ni un alma. Quizás todo el mundo se había marchado, o quizás estaban igual que nosotros, atrincherados en sus casas esperando a ver qué pasaba.

Cuando se acabó la bombona, alimentarse empezó a ser un problema. Afortunadamente teníamos muchas latas de comida que nos traía tu madre cuando venía a vernos. Quizás no se fiaba mucho de cómo cocinaba, pero ¡bendita sea la mujer! Si no hubiera sido por ella, habríamos tenido que comer crudas las verduras que manteníamos refrigeradas en la ventana.

Ya no sé exactamente qué día de la semana era, ¿realmente importaba ya? ¿Te acuerdas? Te despertaste con un gemido, y te asomaste a la ventana como una exhalación. Fue cuando me llamaste para que mirara. Nunca te pregunté cómo sabías que estaba allí, pero no importaba. Al principio me sorprendió ver a un militar, un chico joven. Dejé escapar un pequeño gemido de excitación y me levanté corriendo para ir a hablar con él. Pero me llamaste la atención antes de salir a la calle, y algo en tu voz me dejó helado. Era verdad, ¿qué hacía un soldado en mitad de la plaza, y solo? Parecía desorientado, como si hubiera bebido. Entonces se escuchó un portazo, quizás sería un vecino que también había visto al soldado. Segundos después, lo confirmamos: era el señor Schell, Hans, del piso de abajo. Estaba tan emocionado que corrió hacia el chico y lo abrazó con fuerza.

Pero lo que sucedió después… joder, eso lo cambió todo.

Había algo extraño en la escena, ¿verdad? Era como si estuviera abrazando a un muñeco. Ni siquiera reaccionó cuando el señor Schell le abrazó y luego empezó a hacerle preguntas. El soldado le miraba ladeando la cabeza, como si no entendiera lo que le decía. Y de repente, como si le hubieran activado con un botón, el chico saltó sobre Hans y lo tiró al suelo. Nos quedamos paralizados al verlo. Le golpeaba con rabia, como si fuera el mismísimo diablo que quisiera llevarse su alma. Le agarró de la cabeza y golpeó el suelo con ella, y pronto empezó a manar sangre de un par de heridas. Tú no pudiste soportarlo y te fuiste a la cama, llorando. Yo… bueno, me quedé helado, pero también lo miraba como si fuera irreal, como si todo fuera una película. El soldado metió la cabeza en el hueco que forma el hombro con el cuello, y cuando la volvió a levantar tenía la boca empapada de sangre. Joder, se lo estaba comiendo allí mismo.

Así que así estaban las cosas. Las malditas películas se habían hecho realidad y ahora teníamos una plaga ahí fuera que convertía a la gente en monstruos sedientos de sangre. Fantástico. Decidí reunir a la gente del edificio para hacernos fuertes, pero tras el incidente con el señor Schell, los vecinos desaparecieron. Quizás fue durante la noche, no me enteré con este sueño tan pesado que tengo. Pero cuando fui casa por casa, allí no quedaba ni un alma. Por mí perfecto, mira. Aproveché para aprovisionarnos de más latas de comida y un par de bombonas de butano a medias para, por lo menos, poder calentar algo de agua y lavarnos. Y comer algo caliente. Joder, no sabía cuánto iba a echar de menos comer un poco de pollo a la plancha. Además, ya que éramos los dueños y señores del lugar, no iba a permitir que nadie entrara a saquear lo que era nuestro. Con un pesado martillo que encontré en una caja de herramientas en el trastero de los Weinmann, apuntalé la puerta de la calle con una de las puertas. Total, ya nadie las iba a utilizar.

Los siguientes días eran extraños.  Yo vigilaba que la puerta siguiera intacta, y que no hubiera ninguna ventana que se hubiera abierto durante la noche. Jugábamos a las cartas y leíamos para mantenernos ocupados, pero llegaba un momento en que necesitabas salir a la calle. Pero eso ya era imposible. Cada vez más de aquella gente, los que estaban infectados, aparecían deambulando por la plaza. Era extraño, rodeaban el mercado, como si realmente no hubiera sucedido nada y fueran personas normales y corrientes que acudían a hacer las compras. Pero no, eran monstruos. Andaban de forma lenta, errática, con la mirada perdida, y sólo reaccionaban cuando escuchaban algún ruido fuerte. Entonces se excitaban y miraban a todos lados como si fueran perros hambrientos.

Todo iba bien. Nos manteníamos con las latas de comida y el agua embotellada, y nos teníamos el uno al otro. Entonces, ¿por qué se tuvo que joder todo? Te juro que no sé cómo ha sido. Quizás me he despistado, y no he ido a mirar la puerta esta mañana. Ya no me acuerdo, todos los días me parecen iguales. Además, todo ha sucedido demasiado rápido. Cuando estaba en el baño de uno de los vecinos del piso de arriba, te he oído gritar y he bajado a toda pastilla casi sin abrocharme los pantalones. No me ha hecho falta saber qué te había asustado.

Desde el rellano he visto a una de esas cosas. Una mujer.

Estaba ahí, embobada mirando su reflejo en el espejo, como si se mirara por primera vez. Fue cuando me di cuenta de que no tenía nada a mano con lo que defenderme, y además, estabas en peligro. Me quité los zapatos para no hacer ruido y fui a buscarte. Quise llamarte, te juro que quería saber en qué parte de la casa estabas, pero sabía que algo había entrado. Me había dejado la maldita puerta de casa abierta, y había manchas de barro en el suelo. Joder, no sabes el pánico que me entró al saber que estabas encerrada con una de esas criaturas.

Así que cogí lo primero que tenía a mano, una llave inglesa algo oxidada de la caja de herramientas que dejaba siempre en la entrada y entré en la casa. No se escuchaba nada, absolutamente nada, ni siquiera mi respiración. Era como si mi cuerpo se hubiera decidido a convertirme en un fantasma para ayudarme a moverme por la casa. Entonces, empecé a escuchar ese sonido. Era como si alguien arrastrara el pie el moverse, sonaba al final del pasillo, cerca de nuestro dormitorio. Me moví con cuidado hasta la esquina y me asomé, temblando como un flan, y entonces lo vi.

Era un tipo alto, fuerte, quizás alguien que se dedicaba a trabajar en la construcción. Estaba de espaldas, pero enseguida supe que era uno de esos monstruos. Le faltaba la mitad derecha del torso, como si se lo hubieran devorado unas fieras salvajes, y sin embargo se movía. El sonido que había escuchado antes lo provocaba él, posando la mano sobre la puerta cerrada del dormitorio, y arrastrando la palma hacia abajo. Así, una y otra vez.  Te llamé, no sé si fue buena idea, pero te llamé para saber si estabas a salvo, y hasta que no escuché tu voz llamándome cargada de pánico, no respiré. Pero ese bicho se giró al escucharme, y su mirada me dejó paralizado. Eran los ojos. Esos ojos de pesadilla. Completamente blancos, surcados de venas negras, como si no hubiera rastro de humanidad en aquel ser. Emitió un gruñido ronco que surgió de lo profundo de su garganta y empezó a caminar hacia mí. Primero un par de pasos lentos, luego empezó a avanzar más rápidamente, cubriendo los pocos metros que le separaban de mi posición. Y sin embargo, yo no hice nada. Me quede allí quieto, congelado de puro terror. El hombre se apoyaba en la pared para avanzar, quizás para compensar el trozo de torso que le faltaba, y doy gracias a los cielos, porque eso fue lo que me salvó. Al arrastrarse sobre la pared, tiró uno de los cuadros de tu madre, y el sonido me espabiló. De repente me di cuenta de que lo tenía encima, y de que nada le iba a impedir atacarte a ti si no le detenía. Así que lo hice, le pegué con la llave inglesa con todas mis fuerzas. Primero en la cara, luego en el cuello, en el torso, quizás incluso en los brazos, no lo sé. Estaba descontrolado y golpeaba lleno de rabia, la rabia que había acumulado durante tantos días de estar encerrado sin hacer nada, sin poder ponerte a salvo.
Cuando la neblina roja que cubría mi mirada se disipó, me di cuenta de que me estabas abrazando. Yo estaba arrodillado sobre los restos de aquel tipo, casi irreconocible tras haberle propinado aquella tormenta de golpes con la llave inglesa, que aún estaba en mi mano. Tú me acunabas, susurrándome al oído que todo iba a salir bien, que estabas ahí para cuidar de mí y que nunca me ibas a dejar. Notaba tus lágrimas saladas mojando mi mejilla, y yo también empecé a llorar. No sé cuánto pasó, si fueron minutos u horas, no importaba. Creo que nos merecíamos esas lágrimas.

Ahora tú duermes, cariño, por puro agotamiento, mientras yo vigilo. En cuanto amanezca nos marcharemos de aquí. Esto ya no es seguro. Encontraré un lugar donde mantenerte a salvo, donde puedas descansar por las noches sin que las pesadillas te persigan, y donde esas criaturas no sean más que un mal recuerdo.

Porque te quiero, y no dejaré que nada te suceda.