Una nueva historia de personaje, después de muchos meses en sequía literaria, que no creativa. Lamento la espera. ¡Un saludo!
El joven paseó por la sala a oscuras, esquivando los cuerpos
que ahora alfombraban el suelo. Era como un pequeño juego personal: quería ver
si era capaz de llegar hasta la puerta sin tocar ninguno. Lamentablemente, no
pudo, así que dejó escapar un suspiro de resignación y miró hacia el origen del
sonido que lo había distraído. Allí, temblando como una hoja al viento, estaba
uno de aquellos hombres que habían enviado a asesinarle. Sangraba por una
decena de cortes por todo el cuerpo y el líquido rojizo manchaba sus ropas
completamente.
No viviría por mucho tiempo.
- - Te voy a hacer un favor – dijo el muchacho,
acuclillándose frente a él y sonriendo abiertamente. Sacó un paquete de cigarrillos
y se encendió uno lentamente – No quisiera que murieras en la ignorancia, así
que te contaré por qué no habéis podido matarme.
Se sentó a su lado,
apoyando la espalda en la pared y la guitarra sobre su regazo. Su guitarra. Era
terriblemente hermosa y terriblemente letal. Los informes que les habían
entregado confirmaban que sólo era un instrumento para canalizar su poder, pero en cuanto le apuntaron con sus armas no
tuvo más que realizar dos rápidos acordes y todo se volvió rojo de repente.
- - En el principio todo era caos y oscuridad, y
llegó Dios y dijo: Hágase la Luz. Eso es lo que os enseñan a los cristianos.
¿Eres cristiano? Tiene pinta de serlo. Lo que no os enseñan es que antes de la
existencia de vuestro dios, ya había una fuerza en el Universo que lo
organizaba todo. Nada de Caos, nada de Desorden. Todo se movían al son de la
entidad cósmica que existía desde el origen de todo: La Música.
Hablaba con propiedad, como si en vez de estar hablando con
un jodido psicópata estuviera escuchando a un profesor de universidad dando una
clase. Pero no era así. Habían obtenido sus evaluaciones psiquiátricas del
hospital y estaba definitivamente trastornado. Dicen que los más inteligentes
suelen ser los que primero caen en la locura.
- - Todo se mueve al son de la Música, ¿sabes? Todo
tiene una melodía y un ritmo, pero el mundo está demasiado obsesionado con la
guerra, con la política y el maldito dinero. Incluso la industria musical, que
debería rendir pleitesía a nuestro amado Dios, se afana en amasar grandes
fortunas y guiar a la gente como corderitos para decirles qué deben escuchar.
¡Blasfemia!
Sus superiores no le habían dicho exactamente cómo un chaval
tan prometedor en el mundo de la Ingeniería se había convertido en alguien así.
Ahora que le tenía tan cerca, distinguía claramente que no tendría más de
veinticinco años. Aunque hablara y
actuara como alguien mayor, y en poco tiempo se hubiera convertido en un
objetivo a eliminar, no era más que un muchacho. Un muchacho que había nacido con poderes, uno
de esos “mutis” que han salido del armario y que hay que controlar de cerca. Un
chico estudioso y educado, que siempre se había preocupado de controlar sus
habilidades especiales, y que de la noche a la mañana estalló como una pompa de
jabón en una fiesta de cactus.
- - Por eso yo pude escuchar su voz. Porque el Dios
de la Música estaba desesperado porque su
mensaje se estaba perdiendo. ¡Se estaba quedando mudo! ¿Sabes lo terrible que
puede ser eso? Que el único y verdadero dios desaparezca es algo impensable,
así que me convertí en su sacerdote. En su apóstol. Su profeta.
Los informes explicaban que, por fortuna, ningún grupo había
querido afiliarse con alguien tan desequilibrado. Los Blackwater de Méjico le
habían contratado para un par de misiones en campo abierto, para ver cómo se
manejaba. En la primera refriega que se encontraron, escoltando un convoy de
mercancías, provocó numerosas bajas en ambos bandos. Sus compañeros se quejaban
de malestar general, de mareos y nauseas mientras él practicaba con la
guitarra, y el estruendo que provocaba en los enfrentamientos les hacía
imposible siquiera apuntar con sus armas. Le dejaron en mitad del desierto, a
ver si con suerte se lo comían los chacales.
No hubo suerte.
- - El mundo tiene que abrir sus mentes y sus corazones
a la verdadera Música, y yo he recibido el poder para hacerlo. Soy el Monje de
la Música, el Sacerdote del Ritmo. ¡Soy el jodido Instrumento del Señor! – dijo
el chico, estallando en una carcajada que desconectó al soldado de sus pensamientos
– Por eso, putos mercenarios de mierda, no habéis podido matarme. Porque soy un
Arma Divina. Porque mi Señor me ha dicho que mientras siga siendo su profeta,
nada puede pasarme.
Y diciendo esto, se levantó, sin preocuparse porque sus
ropas se hubieran manchado con la sangre de la decena de soldados que ahora
yacían en el suelo de aquella habitación de motel de carretera. Sólo dedicó un
leve vistazo al hombre al que había estado hablando, sonrió, y acercó su cara a
casi dos centímetros de la suya.
- - Te voy a dejar con vida para que le cuentes todo
esto a tus superiores, ¿vale? Diles que soy inmortal, y que si vuelven a
interferir con mi tarea divina, extenderé sus vísceras por la ciudad.
¿Entendido?