martes, 1 de junio de 2010

Proyecto Zombie - Capítulo 2

Marie se despertó sobresaltada cuando su compañero de cama tuvo un espasmo y abrió los ojos. La pequeña lamparita de gas seguía funcionando, y sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la diferencia de luz. Ni siquiera se habían planteado apagar las luces por la noche: los infectados parecían poder oler su aroma y sentir el calor de sus cuerpos, y no importaba si estaban completamente a oscuras. Así que dejaban siempre la lámpara encendida para estar precavidos ante cualquier ataque.

Y parecía ser que ése era uno de esos días.

Los gorgoteos se escuchaban abajo, en la calle. Behemoth se levantó silenciosamente, algo sorprendente para alguien de su tamaño, y asomó el rostro. La avenida, en otra época una de las principales vías de acceso de la ciudad, ahora no era más que una explanada llena de restos de coches calcinados y cadáveres a medio descomponer. Pero un ojo experto, curtido por los meses de continua caza de esos seres caníbales, distinguía las sutiles figuras que acechaban en las sombras.

Tres. No, cinco. Siete. Parecía una emboscada en toda regla.

- ¿Cuántos? – dijo Marie entre susurros, comprobando los cargadores de su SPS.

El gigante respondió con unos breves golpes en el marco de la ventana, indicando el número. Su figura, recortada contra la luna, recordaba a las gárgolas de las catedrales góticas de hacía unos siglos. Su cuerpo musculoso era capaz de partir a un infectado por la mitad de un solo golpe, y su piel endurecida resistía hasta las mordeduras y arañazos. Pero Marie no era tan resistente. Había tenido que aprender a utilizar armas de fuego, pese a que las odiaba cuando era más joven. Pero no temía: sabía que su guardaespaldas, su amante, siempre estaría a su lado para protegerla.

- Lista – añadió, echando un último vistazo a la joven que Behemoth había recogido unos días antes. Dormía plácidamente, aunque en ocasiones se movía inquieta en sueños, quizás recordando algún incidente del que nunca hablaría abiertamente.

Desde que la acogieron, apenas había intercambiado unas palabras con la pareja. Permanecía callada, completamente quieta en un rincón, con las rodillas pegadas al pecho. Dejaba la mirada perdida, con la vista fija en un lugar lejano, sumida en sus recuerdos. Su cuerpo, ahora limpio y aseado gracias a los cuidados de Marie, parecía aún más frágil, blanco y delgado como una rama joven pero, ¿quién no lo parecía en un mundo como ese?

La madera que cubría el marco de la ventana crujió cuando el gigante se apoyó en ella para saltar hasta el suelo. La distancia de unos cuantos metros no era un obstáculo para él, y estaba claro que no podría utilizar las escaleras del edificio. Marie, agarrada a su cuello, cerró los ojos hasta que el estruendo y el temblor indicaron que habían aterrizado. Aún no se había acostumbrado a esos vuelos sin motor.

La luna brillaba en el cielo, y daba a la escena una apariencia fantasmal, como de pesadilla. Las criaturas que acechaban no se lo pensaron dos veces: con un grito gutural, más animal que humano, salieron de sus escondites y corrieron hacia ellos. Marie bajó al suelo de un salto, y sin pensarlo dos veces, abrió fuego con su semiautomática contra todo lo que se moviera. La SPS no era una pistola especialmente buena, de fabricación española, pero era la única a la que había podido echar el guante. El chasquido que resonaba con cada disparo era ciertamente molesto, pero eso no importaba cuando te enfrentabas a ese tipo de seres. Las balas impactaban contra ellos, abriendo grandes agujeros en sus cuerpos putrefactos, y no tardaban en caer cuando las heridas eran demasiado para ellos.

Uno al suelo. Dos.

Behemoth no podía utilizar pistolas ni rifles. De hecho, tampoco los necesitaba. Cuando comprobó que Marie estaba bien protegida tras una improvisada barricada hecha de chatarra, se abalanzó a grandes zancadas hasta tres infectados que le esperaban, mirándole con unos ojos que hacía tiempo no expresaban nada más que rabia y hambre. Haciendo un barrido con el brazo, derribó a dos de ellos, y el sonido de huesos rotos que acompañó a los cuerpos al caer indicaba que ya no hacía falta preocuparse.
El tercero aprovechó el giro del gigante para saltar hasta su pierna, gruesa como una viga, intentando arañarle y morderle, arrancarle una pequeña parte de carne. Pero no pudo. Antes de que sus putrefactos dientes rompieran el tejido de cuero que llevaba Behemoth, una gigantesca mano agarró su cabeza y lo alzó en el aire. El formidable puñetazo que vino después destrozó literalmente al infectado, desparramando trozos de hueso y órganos en descomposición por el asfalto.

Tres más. Cinco.

- ¡Recarga! – gritó la cazadora tras la barricada, y le hizo una señal con la mano a Behemoth.