viernes, 17 de mayo de 2013

Comunidad Umbría - Oppenheimer


Una breve historia inspirada en el Mechanicum del universo de Warhammer 40k. ¡Espero que os guste!


Un chirrido de código binario despertó al anciano, que se había quedado dormido sin darse cuenta sobre la mesa. Lo primero que vieron sus ojos fue el rostro sin facciones de su ayudante artificial. Los sensores que le permitían ver y escuchar parpadeaban con un llamativo color naranja, indicativo de que había una alarma a la que su amo tenía que prestar atención.

- ¿Qué hora es?  - dijo, desperezándose. Inmediatamente, en la superficie transparente que recubría su ojo artificial apareció una secuencia de números en código hexadecimal - ¿Tan tarde? Maldita sea, te tengo dicho que no me dejes dormir tanto…

Se levantó con lentitud, mientras el servidor ayudante continuaba informando de las tareas pendientes en un irritante binario. Una de las modificaciones sinápticas que tenía instaladas su creador en el córtex cerebral le permitía comprender la transmisión de datos del androide.

- Retrasa dos coma cinco horas las pruebas de resistencia del proyecto Gamma-Cinco – dijo, mientras se retiraba una sustancia blancuzca de la comisura de los labios y se dirigía con pasos lentos al laboratorio principal. Durante el trayecto, se cruzó con algunos jóvenes ayudantes, modificados en mayor o menor grado, que le dedicaban fingidos saludos de respeto. Aunque era una auténtica eminencia en física dentro de la Fortaleza, sabía que era objeto de burlas por su avanzada edad – Y programa una intervención para las dieciséis coma dos horas para un ajuste del temporizador interno. No quiero volver a quedarme dormido, ¿qué hubiera pasado si alguno de los Supervisores me hubiera hecho llamar?

Cuando era joven, había sido nombrado una de las grandes promesas de la Fortaleza. Carente de cualquier tipo de alteración en su ADN que podría haber llamado la atención de los genetistas del Estado, fue educado para convertirse en un ciudadano de provecho de la sociedad. Sin embargo, desde temprana edad sus intereses fueron dirigidos hacia la Mecánica Ondulatoria. Siglos después desde la aparición de los primeros grandes estudiosos de la Física, aún había preguntas sobre el Universo que no tenían respuesta, y él se prometió a sí mismo que hallaría esas respuestas.

Sin embargo, había un gravísimo problema al que no podía encontrar solución: el paso del tiempo. Por mucho que se esforzara en desentrañar las grandes incógnitas del Universo, por muchos tratamientos médicos que eliminaran las toxinas y excedentes de su cuerpo, tarde o temprano se convertiría en polvo y huesos. Pronto se dio cuenta de que aunque su mente fuera mucho más brillante que la que sus colegas del laboratorio, cada año había más y más jóvenes con grandes ideas que le eclipsarían tarde o temprano.

Los implantes artificiales sólo solucionaron sus problemas en parte. Si bien el cristalino sintético de su ojo derecho le permitía obtener información automáticamente de la red inalámbrica sin necesidad de moverse de su escritorio, o la ampliación estándar de memoria le había facilitado la adquisición de información, sus movimientos eran lentos. Cada vez le costaba más realizar el camino que separaba su residencia particular de los laboratorios, y a menudo se daba cuenta de que no sabía qué estaba haciendo hacía dos minutos.

Así que acumuló cada crédito de su sueldo para poder costearse uno de los más caros y revolucionarios tratamientos que la tecnología U.S.I. podía ofrecer: una implantación completa de un esqueleto artificial. Su mente podría seguir funcionando como antes, y ahora iría montada en un carruaje de última tecnología.


- Hay un mensaje que aún no me has transmitido – dijo, mientras observaba con deleite el arrugado panfleto que siempre llevaba encima, en el que podía leerse la información relativa a una implantación artificial completa – Suéltalo, no te hagas el remolón. No creo que sea tan malo.

El ayudante tenía algunos comportamientos casi humanos, y el anciano había llegado a cogerle especial cariño. Aunque no fuera más que una inteligencia artificial básica que se encargaba de coordinar su agenda, responder sus mensajes y ayudarle con el papeleo, le trataba con mucha más consideración que mucha gente. Y en ese momento parecía reticente a leer el último mensaje de la bandeja de entrada.

- Vamos, montón de chatarra – dijo, bromeando – Transmite.

Tras lo que pudo interpretarse como un gesto de resignación, el ayudante empezó a transmitir el código binario. La sonrisa dibujada en el rostro del científico desapareció inmediatamente en cuanto los receptores del implante cerebral tradujeron el código. Su labio inferior empezó a temblar, y una lágrima asomó tímidamente antes de caer por su mejilla surcada de arrugas.

Todas las intervenciones con la tecnología U.S.I. pasaban por un Comité. Ese Comité se encargaba de estudiar cada caso, debatiendo si el sujeto era apto para la intervención, si era un gasto adecuado para la institución y qué escala de riesgos eran asumibles. En el caso de la intervención para la que el anciano científico había estado ahorrando toda su vida, la respuesta fue clara: debido a su avanzada edad, el Comité consideraba que los riesgos eran demasiado elevados, y que lamentándolo mucho denegaban la intervención. Adiós, y muchas gracias.

Adiós y muchas gracias. Con esa insípida frase se despedían de él, y le quitaban de un plumazo todos los sueños y grandes planes que tenía. En ningún momento se había planteado que fueran a denegarle la intervención, ¿por qué? Conocía perfectamente casos de personas mucho mayores que habían sido admitidos en otros tratamientos similares, y a menudo el dinero deslizado en el bolsillo adecuado agilizaba incluso casos mucho más graves. Entonces, ¿qué había sucedido? ¿Era prescindible ya? ¿Se había acabado su tiempo?

Los días siguientes no salió de su dormitorio. Su ayudante había considerado adecuado comunicar a los Supervisores que su amo no se encontraba en buen estado de salud, y que pasaría algunos días en cama. Nadie se preocupó por confirmarlo. En realidad, el anciano había abandonado todas las ganas de seguir viviendo y se había tumbado mirando al techo esperando a que su corazón dejara de latir. ¿De qué servía seguir esforzándose, si apenas le quedaban unos pocos años de vida?

La respuesta llegó una semana después. El reloj de su retina indicaba que quedaba apenas una hora para el amanecer, aunque los primeros rayos de sol ya se filtraban por las cubiertas superiores. Un suave golpeteo proveniente de la puerta principal resonó por toda la casa, y el ayudante, que normalmente estaba tranquilo, se mostró muy alarmado. Los sensores de su amago de cráneo parpadeaban en rojo, indicando que había una situación de extrema peligrosidad. ¿Qué importaba siquiera? El anciano cerró los ojos nuevamente, pensando que probablemente sería algún comunicado de sus Supervisores, indicándole que había sido despedido. Ya no le importaba nada.

Dos segundos después, un desagradable olor llegó hasta sus fosas nasales procedente de la puerta de entrada. El ayudante empezó a emitir un chorro de código binario de emergencia, pero el anciano no le dio importancia, aunque sí que le llamó la atención el repugnante olor. Parecía el del metal oxidado, aunque era imposible que algo así sucediera en la Fortaleza, donde las instalaciones se revisaban periódicamente para evitar problemas estructurales. Al extraño olor le siguió un sonido burbujeante, y finalmente, el familiar sonido de la puerta de la entrada abriéndose.

- ¿Hay alguien ahí?- preguntó, incorporándose con dificultad. Su espalda estaba llena de pequeñas heridas provocadas por estar tumbado sin moverse durante horas, y el colchón estaba salpicado de manchas de sangre reseca – Si has venido a robar, te has equivocado de sitio, muchacho.

Intentó contactar con los sistemas de emergencia, pero descubrió que no podía. Era como si la red estuviera deshabilitado. Estaba confundido, era la primera vez que sucedía algo así. Con un gesto de su mano indicó al ayudante cibernético que cerrara la puerta, y la criatura se lanzó a cerrarla inmediatamente. No disponía de armas en la casa, y se maldijo por ser tan descuidado. Aunque vivían en una sociedad perfecta, no estaba de más ser un poco más precavido.

El sonido de unos pasos acercándose se hizo cada vez más fuerte, hasta que se detuvieron ante la puerta del dormitorio. Al contrario que la de la entrada, ésta era de plástico reforzado, un modelo que imitaba a la madera, así que el anciano calculó que no tardarían más que unos segundos en abrirla. Sin embargo, en vez de forzarla, se escuchó una voz al otro lado.

- ¿Señor Andersen, señor? – la voz tenía un ligero acento británico, aunque quedaba casi eclipsada por la reverberación que provocaba el sintetizador de voz que había sustituido sus cuerdas vocales – Hemos venido a hablar con usted, por favor. ¿Le importaría abrir la puerta?

No venían a robarle o matarle. Si fuera así, no habrían tenido tantas contemplaciones. Además, le llamaba la atención la educación con la que ese tipo le trataba, y su lado más orgulloso hizo que confiara en él. Hacía mucho que no le hablaban con tanto respeto. Además, sabía su nombre. Tuvo que insistirle a su ayudante varias veces para que abriera la puerta, puesto que parecía convencido de que detrás de la puerta se escondía una grave amenaza.

En el marco de la puerta apareció un tipo corpulento vestido con un traje de ciudadano estándar, de negro impoluto de los pies a la cabeza. Tenía el cráneo afeitado, y los ojos de un artificial violeta, lo que indicaba que, al menos en parte, el hombre usaba tecnología U.S.I. Nada más entrar en el dormitorio, se hizo a un lado, y dejó pasar a otro hombre, que apenas había sido visible tras el que parecía su guardaespaldas.  Su aspecto era mucho menos agresivo, vestía una túnica de archivero color hueso, y el fino bigotito bajo su nariz le daba un aspecto cómico. Estaba sonriente, y dedicó unos segundos a observar la habitación antes de dirigirse al científico. Ambos hombres llevaban el mismo símbolo grabado en las ropas: los Adoradores de USI.

- Debo confesarle que me esperaba unos aposentos algo más… adecuados para alguien con sus conocimientos, señor Andersen – dijo, mirando con expresión divertida los restos de comida en el suelo y la ropa sucia en el rincón – Una mente como la suya se merece una mansión como poco.

El desconocido no se quedaba quieto, paseaba arriba y abajo por la habitación ante la atónita mirada del anciano. Cada vez que se acercaba al ayudante cibernético, éste se echaba hacia atrás y emitía un tímido código binario de alarma, como si fuera un perro asustadizo.

- Verá, ha llegado a nuestro conocimiento el fallo del Comité ante su solicitud – dicho esto, el hombre dedicó una mirada comprensiva al anciano – Un grave error, si me permite decirlo. Dejar que una mente como la suya, tan privilegiada, se pierda por un simple cálculo de estadísticas y probabilidades es una metedura de pata.

No le salían las preguntas de la boca. ¿Cómo era posible que supieran el fallo del Comité, si era secreto, y él no se lo había dicho a nadie? ¿Qué querían los Adoradores de USI de él?

- Verá, estoy aquí porque mis jefes están muy interesados en que alguien con su potencial no desaparezca – el hombre se sentó en la cama junto a él. Estando tan cerca, el científico pudo ver sutiles modificaciones en su retina y en las puntas de los dedos, como pequeños transmisores – Nosotros disponemos de… medios que no están al alcance de todo el mundo, y creen que usted es más que merecedor de nuestros recursos.

Tenía muchas dudas, pero a la vez que se formulaban en su cabeza, el hombre las respondía inmediatamente. Era como si su mente fuera un libro abierto y él sólo tuviera que posar sus ojos en las páginas.

- No tendrá que pagarnos nada, no se preocupe, sólo con su trabajo. ¿Usted quería seguir trabajando, verdad? Pues así será. Nosotros pondremos a su disposición los medios más avanzados en tecnología U.S.I. y usted sólo tendrá que seguir desentrañando los misterios del Universo.


No necesitó llevarse equipaje. Vestido únicamente con su pijama, dejó que el hombre del bigotito le acompañara hasta la puerta mientras el otro se quedaba atrás. Parecía que estuviera en un sueño, como si flotara en nubes de algodón guiado de la mano de aquel hombre desconocido que leía sus pensamientos tan fácilmente. Al llegar a la entrada, observó que la cerradura tenía un agujero del tamaño de un puño, como si el metal se hubiera corroído. Ni siquiera le importó.


Un elegante mensaje en código binario le despertó. Lo primero que vieron sus ojos era la realidad a su alrededor, más nítida y clara de lo que había sido nunca. Podía distinguir el sonido del vuelo de una mosca en la habitación contigua, y podía contar cada mota de polvo que flotaba en el espacio frente a él. Extendió la mano, y observó que no temblaba como antes. En la retina aparecieron decenas de datos relativos a humedad, tensión superficial y elasticidad, y se dio cuenta de que estaba arrodillado. ¿Cuánto tiempo llevaba en esa posición? ¿Dónde estaban sus ropas? ¿Por qué no sentía ni frío ni calor?

Miró al techo, y ya no estaba en aquel sitio, sino que se encontraba en otra habitación, mirando un espejo de cuerpo entero. Aunque no era él, porque no reconocía al joven que le miraba en la superficie de cristal. No podía tener más de veinte años, tenía un cuerpo atlético y sano, y llevaba un traje elegante, probablemente muy caro. ¿De dónde había salido el traje?

- Te adaptas extremadamente bien – dijo una voz a su espalda. Cuando se giró, estaba sentado en una mesa de terraza, tomando lo que parecía una infusión de hierbas. El sol brillaba en lo alto, más allá de las cubiertas de la Fortaleza, y la gente sonreía a su alrededor, disfrutando de un agradable día. Frente a él, un hombre de aproximadamente cuarenta años le miraba con una sonrisa en los labios. Llevaba un traje color burdeos, con el cuello redondeado. De su cuello colgaba un medallón con el símbolo de los Adoradores de USI – Tómate tu tiempo, no lo fuerces. Ya te dije que aunque dispongas de los conocimientos, llevarlos a la práctica es complicado. ¿O todavía no lo he dicho?

Parecía que hubiera dicho una broma, porque sonrió más abiertamente y tomó un sorbo de la bebida ante él – Probablemente aún tengan que adaptarse los cogitadores de memoria, así que no te preocupes, todo llegará tarde o temprano.


Asomado a la ventana de una de las torres más altas de la Fortaleza, el anciano que había sido observaba la ciudad a sus pies. Ahora ya recordaba todo lo que había sucedido: la negativa del Comité a dejar que se sometiera a la operación, la oferta de los Adoradores de USI, la operación, el dolor, las semanas en estado de coma… todo. Había estado a punto de morir, pero las características de su nuevo cuerpo, añadido a sus conocimientos, habían resultado en algo increíble. Ahora comprendía mucho mejor que nunca las complejidades del Universo. Podía extender la mano y atravesar el Tejido de la Existencia y alterarlo a su antojo. Pensaba que era una eminencia en Física Cuántica, y sin embargo ahora comprendía que ni siquiera se había acercado a comprender lo que era la Realidad. Gracias a USI, ahora tenía los medios para ir donde quisiera y hacer lo que quisiera.

Y podría hacerlo durante siglos.

Tomó con dos dedos el medallón que colgaba de su cuello, lo besó tiernamente y lo guardó de nuevo tras la camisa.

Y luego, el joven en que ahora se había convertido, simplemente se desvaneció como si nunca hubiera estado allí.

sábado, 2 de marzo de 2013

Porque te quiero


Os presento un pequeño monólogo, inspirado por los geniales Carlos Sisi y Manel Loureiro. Espero que os guste. Está localizado en Heidelberg, un hermoso pueblecito cerca de Frankfurt.

Te juro que no sé lo que pudo pasar. Te lo juro. Pensaba que lo tenía todo controlado, que podría protegernos, pero algo salió mal. Quizás me distraje de la rutina diaria… no lo sé. Ahora da igual.
¿Recuerdas cómo empezó todo? Yo estaba en casa, pero tú estabas en el Weihnachtsmarkt buscando un regalo para mi madre. Iban a ser unas Navidades geniales, las primeras que íbamos a pasar en familia todos juntos. Les íbamos a decir que nos casábamos. ¿Te acuerdas de las veces que apostamos cuál sería su reacción? Yo te decía que a tu madre le daba un ataque. Cuando volviste, te conté que todos los informativos hablaban de lo mismo, de un extraño virus. Incluso bromeamos acerca de que, con la que estaba cayendo, lo que nos faltaría sería un caso como en las películas.

Parece que hayan pasado mil años desde entonces.

Los días siguientes fueron algo extraños. En la oficina me dijeron que iban a retrasar los proyectos porque los clientes así lo querían, y en la Universidad cancelaron todas las clases.  Tanto mejor, pensé, así me daba tiempo a buscarte un regalo sorpresa que no te esperabas. ¿Recuerdas la cara que pusiste cuando te dije que iba de compras y que no podías acompañarme? Siempre sabes cuándo te estoy ocultando algo, pero siendo las fechas que eran, sabías a lo que iba. Te quedaste leyendo ese libro que llevas meses intentando acabar, pero que entre preparar tus clases y corregir exámenes nunca has podido hacerlo.

No te lo conté para no preocuparte, pero se respiraba un ambiente distinto en la ciudad. Heidelberg siempre ha estado llena de turistas, daba igual el año, pero en Navidad las calles estaban abarrotadas de curiosos que buscaban el producto típico, o de parejas enamoradas que se inmortalizaban en sus cámaras digitales. Pero aquella mañana había poca gente, y los que habían, eran vecinos y amigos. No le di importancia, hasta que la señora Köhler, la de la tienda de dulces, me preguntó si nos íbamos a quedar en la ciudad. No entendía la pregunta, hasta que vi las portadas de los periódicos en el quiosco. Todas hablaban del extraño virus, y de zonas enteras de Europa que habían quedado incomunicadas. ¿Qué demonios estaba sucediendo?

Intenté no decirte nada, pero me notabas extraño, preocupado. Y no soportas verme así. No, mi pequeña. Eres una criatura dulce y amable, y mi bienestar es imprescindible para tu felicidad. Así que fue cuando te lo conté. Al principio no te lo creíste, pensabas que era parte de algún tipo de juego relacionado con el regalo que te había conseguido. Pero yo no me reí. Casi de forma inconsciente, miraste a nuestra colección de películas en DVD, a la sección donde se acumulaba cine de terror. Sí, yo también pensé lo mismo: una plaga, enfermos que buscaban propagar su enfermedad.

Durante los días siguientes la cosa fue de mal en peor. Primero fue el agua. Nos cortaron el suministro y tuvimos que lavarnos y cocinar con garrafas de agua embotellada. Ya casi no salía de casa, salvo para ir a comprar algo de comida. Pero cuando empecé a ver las calles completamente vacías, y las tiendas cerradas a cal y canto, me encerré contigo. Luego se fue la luz. Estoy seguro de que si no usáramos gas butano, también habríamos notado cómo el gas ciudad lo cortaban. Ya había leído antes sobre eso. Si no había personal que atendiera las plantas potabilizadoras ni las fábricas, llegaba un momento que los sistemas colapsaban y se desconectaban. Era una medida de precaución, para que no ocurriera algo parecido a Chernobyl. Afortunadamente, antes llamamos a nuestros padres, para preguntarles qué tal estaban y si se encontraban a salvo. Ellos también habían visto las noticias y estaban muy preocupados. Hacía tiempo que no oía a mi madre llorar así.

A la hora de dormir, cerraba a conciencia puertas y ventanas para que no entrara el frío, y nos cubríamos de mantas para mantener el calor. Tú no te acuerdas, pero la primera noche tuviste una fea pesadilla. Me llamabas a gritos, y tuve que abrazarte y susurrarte que estaba ahí para que te calmaras. Por la mañana vigilaba la ventana, intentando buscar algún rastro de la policía o el ejército que nos informara, o quizás que nos llevara a algún punto de reunión. Pero ni un alma. Quizás todo el mundo se había marchado, o quizás estaban igual que nosotros, atrincherados en sus casas esperando a ver qué pasaba.

Cuando se acabó la bombona, alimentarse empezó a ser un problema. Afortunadamente teníamos muchas latas de comida que nos traía tu madre cuando venía a vernos. Quizás no se fiaba mucho de cómo cocinaba, pero ¡bendita sea la mujer! Si no hubiera sido por ella, habríamos tenido que comer crudas las verduras que manteníamos refrigeradas en la ventana.

Ya no sé exactamente qué día de la semana era, ¿realmente importaba ya? ¿Te acuerdas? Te despertaste con un gemido, y te asomaste a la ventana como una exhalación. Fue cuando me llamaste para que mirara. Nunca te pregunté cómo sabías que estaba allí, pero no importaba. Al principio me sorprendió ver a un militar, un chico joven. Dejé escapar un pequeño gemido de excitación y me levanté corriendo para ir a hablar con él. Pero me llamaste la atención antes de salir a la calle, y algo en tu voz me dejó helado. Era verdad, ¿qué hacía un soldado en mitad de la plaza, y solo? Parecía desorientado, como si hubiera bebido. Entonces se escuchó un portazo, quizás sería un vecino que también había visto al soldado. Segundos después, lo confirmamos: era el señor Schell, Hans, del piso de abajo. Estaba tan emocionado que corrió hacia el chico y lo abrazó con fuerza.

Pero lo que sucedió después… joder, eso lo cambió todo.

Había algo extraño en la escena, ¿verdad? Era como si estuviera abrazando a un muñeco. Ni siquiera reaccionó cuando el señor Schell le abrazó y luego empezó a hacerle preguntas. El soldado le miraba ladeando la cabeza, como si no entendiera lo que le decía. Y de repente, como si le hubieran activado con un botón, el chico saltó sobre Hans y lo tiró al suelo. Nos quedamos paralizados al verlo. Le golpeaba con rabia, como si fuera el mismísimo diablo que quisiera llevarse su alma. Le agarró de la cabeza y golpeó el suelo con ella, y pronto empezó a manar sangre de un par de heridas. Tú no pudiste soportarlo y te fuiste a la cama, llorando. Yo… bueno, me quedé helado, pero también lo miraba como si fuera irreal, como si todo fuera una película. El soldado metió la cabeza en el hueco que forma el hombro con el cuello, y cuando la volvió a levantar tenía la boca empapada de sangre. Joder, se lo estaba comiendo allí mismo.

Así que así estaban las cosas. Las malditas películas se habían hecho realidad y ahora teníamos una plaga ahí fuera que convertía a la gente en monstruos sedientos de sangre. Fantástico. Decidí reunir a la gente del edificio para hacernos fuertes, pero tras el incidente con el señor Schell, los vecinos desaparecieron. Quizás fue durante la noche, no me enteré con este sueño tan pesado que tengo. Pero cuando fui casa por casa, allí no quedaba ni un alma. Por mí perfecto, mira. Aproveché para aprovisionarnos de más latas de comida y un par de bombonas de butano a medias para, por lo menos, poder calentar algo de agua y lavarnos. Y comer algo caliente. Joder, no sabía cuánto iba a echar de menos comer un poco de pollo a la plancha. Además, ya que éramos los dueños y señores del lugar, no iba a permitir que nadie entrara a saquear lo que era nuestro. Con un pesado martillo que encontré en una caja de herramientas en el trastero de los Weinmann, apuntalé la puerta de la calle con una de las puertas. Total, ya nadie las iba a utilizar.

Los siguientes días eran extraños.  Yo vigilaba que la puerta siguiera intacta, y que no hubiera ninguna ventana que se hubiera abierto durante la noche. Jugábamos a las cartas y leíamos para mantenernos ocupados, pero llegaba un momento en que necesitabas salir a la calle. Pero eso ya era imposible. Cada vez más de aquella gente, los que estaban infectados, aparecían deambulando por la plaza. Era extraño, rodeaban el mercado, como si realmente no hubiera sucedido nada y fueran personas normales y corrientes que acudían a hacer las compras. Pero no, eran monstruos. Andaban de forma lenta, errática, con la mirada perdida, y sólo reaccionaban cuando escuchaban algún ruido fuerte. Entonces se excitaban y miraban a todos lados como si fueran perros hambrientos.

Todo iba bien. Nos manteníamos con las latas de comida y el agua embotellada, y nos teníamos el uno al otro. Entonces, ¿por qué se tuvo que joder todo? Te juro que no sé cómo ha sido. Quizás me he despistado, y no he ido a mirar la puerta esta mañana. Ya no me acuerdo, todos los días me parecen iguales. Además, todo ha sucedido demasiado rápido. Cuando estaba en el baño de uno de los vecinos del piso de arriba, te he oído gritar y he bajado a toda pastilla casi sin abrocharme los pantalones. No me ha hecho falta saber qué te había asustado.

Desde el rellano he visto a una de esas cosas. Una mujer.

Estaba ahí, embobada mirando su reflejo en el espejo, como si se mirara por primera vez. Fue cuando me di cuenta de que no tenía nada a mano con lo que defenderme, y además, estabas en peligro. Me quité los zapatos para no hacer ruido y fui a buscarte. Quise llamarte, te juro que quería saber en qué parte de la casa estabas, pero sabía que algo había entrado. Me había dejado la maldita puerta de casa abierta, y había manchas de barro en el suelo. Joder, no sabes el pánico que me entró al saber que estabas encerrada con una de esas criaturas.

Así que cogí lo primero que tenía a mano, una llave inglesa algo oxidada de la caja de herramientas que dejaba siempre en la entrada y entré en la casa. No se escuchaba nada, absolutamente nada, ni siquiera mi respiración. Era como si mi cuerpo se hubiera decidido a convertirme en un fantasma para ayudarme a moverme por la casa. Entonces, empecé a escuchar ese sonido. Era como si alguien arrastrara el pie el moverse, sonaba al final del pasillo, cerca de nuestro dormitorio. Me moví con cuidado hasta la esquina y me asomé, temblando como un flan, y entonces lo vi.

Era un tipo alto, fuerte, quizás alguien que se dedicaba a trabajar en la construcción. Estaba de espaldas, pero enseguida supe que era uno de esos monstruos. Le faltaba la mitad derecha del torso, como si se lo hubieran devorado unas fieras salvajes, y sin embargo se movía. El sonido que había escuchado antes lo provocaba él, posando la mano sobre la puerta cerrada del dormitorio, y arrastrando la palma hacia abajo. Así, una y otra vez.  Te llamé, no sé si fue buena idea, pero te llamé para saber si estabas a salvo, y hasta que no escuché tu voz llamándome cargada de pánico, no respiré. Pero ese bicho se giró al escucharme, y su mirada me dejó paralizado. Eran los ojos. Esos ojos de pesadilla. Completamente blancos, surcados de venas negras, como si no hubiera rastro de humanidad en aquel ser. Emitió un gruñido ronco que surgió de lo profundo de su garganta y empezó a caminar hacia mí. Primero un par de pasos lentos, luego empezó a avanzar más rápidamente, cubriendo los pocos metros que le separaban de mi posición. Y sin embargo, yo no hice nada. Me quede allí quieto, congelado de puro terror. El hombre se apoyaba en la pared para avanzar, quizás para compensar el trozo de torso que le faltaba, y doy gracias a los cielos, porque eso fue lo que me salvó. Al arrastrarse sobre la pared, tiró uno de los cuadros de tu madre, y el sonido me espabiló. De repente me di cuenta de que lo tenía encima, y de que nada le iba a impedir atacarte a ti si no le detenía. Así que lo hice, le pegué con la llave inglesa con todas mis fuerzas. Primero en la cara, luego en el cuello, en el torso, quizás incluso en los brazos, no lo sé. Estaba descontrolado y golpeaba lleno de rabia, la rabia que había acumulado durante tantos días de estar encerrado sin hacer nada, sin poder ponerte a salvo.
Cuando la neblina roja que cubría mi mirada se disipó, me di cuenta de que me estabas abrazando. Yo estaba arrodillado sobre los restos de aquel tipo, casi irreconocible tras haberle propinado aquella tormenta de golpes con la llave inglesa, que aún estaba en mi mano. Tú me acunabas, susurrándome al oído que todo iba a salir bien, que estabas ahí para cuidar de mí y que nunca me ibas a dejar. Notaba tus lágrimas saladas mojando mi mejilla, y yo también empecé a llorar. No sé cuánto pasó, si fueron minutos u horas, no importaba. Creo que nos merecíamos esas lágrimas.

Ahora tú duermes, cariño, por puro agotamiento, mientras yo vigilo. En cuanto amanezca nos marcharemos de aquí. Esto ya no es seguro. Encontraré un lugar donde mantenerte a salvo, donde puedas descansar por las noches sin que las pesadillas te persigan, y donde esas criaturas no sean más que un mal recuerdo.

Porque te quiero, y no dejaré que nada te suceda.