Una breve historia inspirada en el Mechanicum del universo de Warhammer 40k. ¡Espero que os guste!
Un chirrido de código binario despertó al anciano, que se
había quedado dormido sin darse cuenta sobre la mesa. Lo primero que vieron sus
ojos fue el rostro sin facciones de su ayudante artificial. Los sensores que le
permitían ver y escuchar parpadeaban con un llamativo color naranja, indicativo
de que había una alarma a la que su amo tenía que prestar atención.
- ¿Qué hora es? - dijo,
desperezándose. Inmediatamente, en la superficie transparente que recubría su
ojo artificial apareció una secuencia de números en código hexadecimal - ¿Tan
tarde? Maldita sea, te tengo dicho que no me dejes dormir tanto…
Se levantó con lentitud, mientras el servidor ayudante
continuaba informando de las tareas pendientes en un irritante binario. Una de
las modificaciones sinápticas que tenía instaladas su creador en el córtex
cerebral le permitía comprender la transmisión de datos del androide.
- Retrasa dos coma cinco horas las pruebas de resistencia
del proyecto Gamma-Cinco – dijo, mientras se retiraba una sustancia blancuzca
de la comisura de los labios y se dirigía con pasos lentos al laboratorio
principal. Durante el trayecto, se cruzó con algunos jóvenes ayudantes,
modificados en mayor o menor grado, que le dedicaban fingidos saludos de
respeto. Aunque era una auténtica eminencia en física dentro de la Fortaleza,
sabía que era objeto de burlas por su avanzada edad – Y programa una
intervención para las dieciséis coma dos horas para un ajuste del temporizador
interno. No quiero volver a quedarme dormido, ¿qué hubiera pasado si alguno de
los Supervisores me hubiera hecho llamar?
Cuando era joven, había sido nombrado una de las grandes
promesas de la Fortaleza. Carente de cualquier tipo de alteración en su ADN que
podría haber llamado la atención de los genetistas del Estado, fue educado para
convertirse en un ciudadano de provecho de la sociedad. Sin embargo, desde
temprana edad sus intereses fueron dirigidos hacia la Mecánica Ondulatoria.
Siglos después desde la aparición de los primeros grandes estudiosos de la
Física, aún había preguntas sobre el Universo que no tenían respuesta, y él se
prometió a sí mismo que hallaría esas respuestas.
Sin embargo, había un gravísimo problema al que no podía
encontrar solución: el paso del tiempo. Por mucho que se esforzara en
desentrañar las grandes incógnitas del Universo, por muchos tratamientos
médicos que eliminaran las toxinas y excedentes de su cuerpo, tarde o temprano
se convertiría en polvo y huesos. Pronto se dio cuenta de que aunque su mente
fuera mucho más brillante que la que sus colegas del laboratorio, cada año
había más y más jóvenes con grandes ideas que le eclipsarían tarde o temprano.
Los implantes artificiales sólo solucionaron sus problemas
en parte. Si bien el cristalino sintético de su ojo derecho le permitía obtener
información automáticamente de la red inalámbrica sin necesidad de moverse de
su escritorio, o la ampliación estándar de memoria le había facilitado la
adquisición de información, sus movimientos eran lentos. Cada vez le costaba
más realizar el camino que separaba su residencia particular de los
laboratorios, y a menudo se daba cuenta de que no sabía qué estaba haciendo
hacía dos minutos.
Así que acumuló cada crédito de su sueldo para poder
costearse uno de los más caros y revolucionarios tratamientos que la tecnología
U.S.I. podía ofrecer: una implantación completa de un esqueleto artificial. Su
mente podría seguir funcionando como antes, y ahora iría montada en un carruaje
de última tecnología.
- Hay un mensaje que aún no me has transmitido – dijo, mientras
observaba con deleite el arrugado panfleto que siempre llevaba encima, en el
que podía leerse la información relativa a una implantación artificial completa
– Suéltalo, no te hagas el remolón. No creo que sea tan malo.
El ayudante tenía algunos comportamientos casi humanos, y el
anciano había llegado a cogerle especial cariño. Aunque no fuera más que una
inteligencia artificial básica que se encargaba de coordinar su agenda,
responder sus mensajes y ayudarle con el papeleo, le trataba con mucha más
consideración que mucha gente. Y en ese momento parecía reticente a leer el
último mensaje de la bandeja de entrada.
- Vamos, montón de chatarra – dijo, bromeando – Transmite.
Tras lo que pudo interpretarse como un gesto de resignación,
el ayudante empezó a transmitir el código binario. La sonrisa dibujada en el
rostro del científico desapareció inmediatamente en cuanto los receptores del
implante cerebral tradujeron el código. Su labio inferior empezó a temblar, y
una lágrima asomó tímidamente antes de caer por su mejilla surcada de arrugas.
Todas las intervenciones con la tecnología U.S.I. pasaban
por un Comité. Ese Comité se encargaba de estudiar cada caso, debatiendo si el
sujeto era apto para la intervención, si era un gasto adecuado para la
institución y qué escala de riesgos eran asumibles. En el caso de la intervención
para la que el anciano científico había estado ahorrando toda su vida, la
respuesta fue clara: debido a su avanzada edad, el Comité consideraba que los
riesgos eran demasiado elevados, y que lamentándolo mucho denegaban la
intervención. Adiós, y muchas gracias.
Adiós y muchas gracias. Con esa insípida frase se despedían
de él, y le quitaban de un plumazo todos los sueños y grandes planes que tenía.
En ningún momento se había planteado que fueran a denegarle la intervención,
¿por qué? Conocía perfectamente casos de personas mucho mayores que habían sido
admitidos en otros tratamientos similares, y a menudo el dinero deslizado en el
bolsillo adecuado agilizaba incluso casos mucho más graves. Entonces, ¿qué
había sucedido? ¿Era prescindible ya? ¿Se había acabado su tiempo?
Los días siguientes no salió de su dormitorio. Su ayudante
había considerado adecuado comunicar a los Supervisores que su amo no se
encontraba en buen estado de salud, y que pasaría algunos días en cama. Nadie
se preocupó por confirmarlo. En realidad, el anciano había abandonado todas las
ganas de seguir viviendo y se había tumbado mirando al techo esperando a que su
corazón dejara de latir. ¿De qué servía seguir esforzándose, si apenas le
quedaban unos pocos años de vida?
La respuesta llegó una semana después. El reloj de su retina
indicaba que quedaba apenas una hora para el amanecer, aunque los primeros
rayos de sol ya se filtraban por las cubiertas superiores. Un suave golpeteo proveniente
de la puerta principal resonó por toda la casa, y el ayudante, que normalmente
estaba tranquilo, se mostró muy alarmado. Los sensores de su amago de cráneo
parpadeaban en rojo, indicando que había una situación de extrema peligrosidad.
¿Qué importaba siquiera? El anciano cerró los ojos nuevamente, pensando que
probablemente sería algún comunicado de sus Supervisores, indicándole que había
sido despedido. Ya no le importaba nada.
Dos segundos después, un desagradable olor llegó hasta sus
fosas nasales procedente de la puerta de entrada. El ayudante empezó a emitir
un chorro de código binario de emergencia, pero el anciano no le dio
importancia, aunque sí que le llamó la atención el repugnante olor. Parecía el
del metal oxidado, aunque era imposible que algo así sucediera en la Fortaleza,
donde las instalaciones se revisaban periódicamente para evitar problemas
estructurales. Al extraño olor le siguió un sonido burbujeante, y finalmente,
el familiar sonido de la puerta de la entrada abriéndose.
- ¿Hay alguien ahí?- preguntó, incorporándose con
dificultad. Su espalda estaba llena de pequeñas heridas provocadas por estar
tumbado sin moverse durante horas, y el colchón estaba salpicado de manchas de
sangre reseca – Si has venido a robar, te has equivocado de sitio, muchacho.
Intentó contactar con los sistemas de emergencia, pero
descubrió que no podía. Era como si la red estuviera deshabilitado. Estaba
confundido, era la primera vez que sucedía algo así. Con un gesto de su mano
indicó al ayudante cibernético que cerrara la puerta, y la criatura se lanzó a
cerrarla inmediatamente. No disponía de armas en la casa, y se maldijo por ser
tan descuidado. Aunque vivían en una sociedad perfecta, no estaba de más ser un
poco más precavido.
El sonido de unos pasos acercándose se hizo cada vez más
fuerte, hasta que se detuvieron ante la puerta del dormitorio. Al contrario que
la de la entrada, ésta era de plástico reforzado, un modelo que imitaba a la
madera, así que el anciano calculó que no tardarían más que unos segundos en
abrirla. Sin embargo, en vez de forzarla, se escuchó una voz al otro lado.
- ¿Señor Andersen, señor? – la voz tenía un ligero acento
británico, aunque quedaba casi eclipsada por la reverberación que provocaba el
sintetizador de voz que había sustituido sus cuerdas vocales – Hemos venido a
hablar con usted, por favor. ¿Le importaría abrir la puerta?
No venían a robarle o matarle. Si fuera así, no habrían
tenido tantas contemplaciones. Además, le llamaba la atención la educación con
la que ese tipo le trataba, y su lado más orgulloso hizo que confiara en él.
Hacía mucho que no le hablaban con tanto respeto. Además, sabía su nombre. Tuvo
que insistirle a su ayudante varias veces para que abriera la puerta, puesto
que parecía convencido de que detrás de la puerta se escondía una grave
amenaza.
En el marco de la puerta apareció un tipo corpulento vestido
con un traje de ciudadano estándar, de negro impoluto de los pies a la cabeza.
Tenía el cráneo afeitado, y los ojos de un artificial violeta, lo que indicaba
que, al menos en parte, el hombre usaba tecnología U.S.I. Nada más entrar en el
dormitorio, se hizo a un lado, y dejó pasar a otro hombre, que apenas había
sido visible tras el que parecía su guardaespaldas. Su aspecto era mucho menos agresivo, vestía
una túnica de archivero color hueso, y el fino bigotito bajo su nariz le daba
un aspecto cómico. Estaba sonriente, y dedicó unos segundos a observar la
habitación antes de dirigirse al científico. Ambos hombres llevaban el mismo
símbolo grabado en las ropas: los Adoradores de USI.
- Debo confesarle que me esperaba unos aposentos algo más…
adecuados para alguien con sus conocimientos, señor Andersen – dijo, mirando
con expresión divertida los restos de comida en el suelo y la ropa sucia en el
rincón – Una mente como la suya se merece una mansión como poco.
El desconocido no se quedaba quieto, paseaba arriba y abajo
por la habitación ante la atónita mirada del anciano. Cada vez que se acercaba
al ayudante cibernético, éste se echaba hacia atrás y emitía un tímido código
binario de alarma, como si fuera un perro asustadizo.
- Verá, ha llegado a nuestro conocimiento el fallo del
Comité ante su solicitud – dicho esto, el hombre dedicó una mirada comprensiva
al anciano – Un grave error, si me permite decirlo. Dejar que una mente como la
suya, tan privilegiada, se pierda por un simple cálculo de estadísticas y
probabilidades es una metedura de pata.
No le salían las preguntas de la boca. ¿Cómo era posible que
supieran el fallo del Comité, si era secreto, y él no se lo había dicho a
nadie? ¿Qué querían los Adoradores de USI de él?
- Verá, estoy aquí porque mis jefes están muy interesados en
que alguien con su potencial no desaparezca – el hombre se sentó en la cama
junto a él. Estando tan cerca, el científico pudo ver sutiles modificaciones en
su retina y en las puntas de los dedos, como pequeños transmisores – Nosotros disponemos
de… medios que no están al alcance de todo el mundo, y creen que usted es más
que merecedor de nuestros recursos.
Tenía muchas dudas, pero a la vez que se formulaban en su
cabeza, el hombre las respondía inmediatamente. Era como si su mente fuera un
libro abierto y él sólo tuviera que posar sus ojos en las páginas.
- No tendrá que pagarnos nada, no se preocupe, sólo con su
trabajo. ¿Usted quería seguir trabajando, verdad? Pues así será. Nosotros
pondremos a su disposición los medios más avanzados en tecnología U.S.I. y usted
sólo tendrá que seguir desentrañando los misterios del Universo.
No necesitó llevarse equipaje. Vestido únicamente con su
pijama, dejó que el hombre del bigotito le acompañara hasta la puerta mientras
el otro se quedaba atrás. Parecía que estuviera en un sueño, como si flotara en
nubes de algodón guiado de la mano de aquel hombre desconocido que leía sus
pensamientos tan fácilmente. Al llegar a la entrada, observó que la cerradura
tenía un agujero del tamaño de un puño, como si el metal se hubiera corroído.
Ni siquiera le importó.
Un elegante mensaje en código binario le despertó. Lo
primero que vieron sus ojos era la realidad a su alrededor, más nítida y clara
de lo que había sido nunca. Podía distinguir el sonido del vuelo de una mosca
en la habitación contigua, y podía contar cada mota de polvo que flotaba en el
espacio frente a él. Extendió la mano, y observó que no temblaba como antes. En
la retina aparecieron decenas de datos relativos a humedad, tensión superficial
y elasticidad, y se dio cuenta de que estaba arrodillado. ¿Cuánto tiempo
llevaba en esa posición? ¿Dónde estaban sus ropas? ¿Por qué no sentía ni frío
ni calor?
Miró al techo, y ya no estaba en aquel sitio, sino que se
encontraba en otra habitación, mirando un espejo de cuerpo entero. Aunque no
era él, porque no reconocía al joven que le miraba en la superficie de cristal.
No podía tener más de veinte años, tenía un cuerpo atlético y sano, y llevaba
un traje elegante, probablemente muy caro. ¿De dónde había salido el traje?
- Te adaptas extremadamente bien – dijo una voz a su
espalda. Cuando se giró, estaba sentado en una mesa de terraza, tomando lo que
parecía una infusión de hierbas. El sol brillaba en lo alto, más allá de las
cubiertas de la Fortaleza, y la gente sonreía a su alrededor, disfrutando de un
agradable día. Frente a él, un hombre de aproximadamente cuarenta años le
miraba con una sonrisa en los labios. Llevaba un traje color burdeos, con el
cuello redondeado. De su cuello colgaba un medallón con el símbolo de los Adoradores
de USI – Tómate tu tiempo, no lo fuerces. Ya te dije que aunque dispongas de
los conocimientos, llevarlos a la práctica es complicado. ¿O todavía no lo he
dicho?
Parecía que hubiera dicho una broma, porque sonrió más
abiertamente y tomó un sorbo de la bebida ante él – Probablemente aún tengan
que adaptarse los cogitadores de memoria, así que no te preocupes, todo llegará
tarde o temprano.
Asomado a la ventana de una de las torres más altas de la
Fortaleza, el anciano que había sido observaba la ciudad a sus pies. Ahora ya
recordaba todo lo que había sucedido: la negativa del Comité a dejar que se sometiera
a la operación, la oferta de los Adoradores de USI, la operación, el dolor, las
semanas en estado de coma… todo. Había estado a punto de morir, pero las
características de su nuevo cuerpo, añadido a sus conocimientos, habían
resultado en algo increíble. Ahora comprendía mucho mejor que nunca las
complejidades del Universo. Podía extender la mano y atravesar el Tejido de la
Existencia y alterarlo a su antojo. Pensaba que era una eminencia en Física
Cuántica, y sin embargo ahora comprendía que ni siquiera se había acercado a
comprender lo que era la Realidad. Gracias a USI, ahora tenía los medios para
ir donde quisiera y hacer lo que quisiera.
Y podría hacerlo durante siglos.
Tomó con dos dedos el medallón que colgaba de su cuello, lo
besó tiernamente y lo guardó de nuevo tras la camisa.
Y luego, el joven en que ahora se había convertido,
simplemente se desvaneció como si nunca hubiera estado allí.
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