sábado, 6 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Contraofensiva) 1/5

Ahora mismo acabo de terminar la crónica de lo sucedido ayer, en una partida de Rol en WOW que duró la friolera de 7 horas. No puedo más que compartirla con vosotros, ya que estoy muy orgulloso. Ahí va la primera parte. 


El sonido de los cascos de los caballos contra la piedra, salpicada aquí y allá por brotes de hierba, era lo único que se escuchaba en el Bosque de Elwynn. Los soldados y voluntarios se dirigían al oeste, hacia los Páramos de Poniente por orden del Rey. El Azote amenazaba la estabilidad del Reino y era necesario frenarlo.

 Samuel estaba molesto. Molesto por haber sido dejado en ridículo frente a sus hombres por el Rey. Molesto por haber sido objetivo de una estratagema vil que los mantuvo ocupados. Molesto por no poder tener una excusa. Pero debía de alejar esos pensamientos y centrarse en la batalla que tenían delante. Probablemente serían cientos de No Muertos a quienes se enfrentaban, y no eran un enemigo sencillo de combatir.

 -         Recordad que luchamos contra el Rey Exánime, Arthas el Traidor. Aplastad a vuestros enemigos, y rematadlos en el suelo. No hagáis prisioneros… porque no recibiréis tal honor.

 Los soldados estaban inquietos, pero ver a su Teniente aparentemente tranquilo les calmaba. Era un hombre curtido, sus posibilidades de sobrevivir aumentaban ligeramente si era él quien iba al frente. Pero pronto esa leve paz se turbó. Sombras, susurros y murmullos se arremolinaban a su alrededor ocultas en el bosque. La aldea de Villa Oeste, última población antes de Páramos, se alzaba ante ellos, ofreciéndoles algo de paz.

 Pero pronto se dieron cuenta de que nada iba bien. Los soldados vagaban sin rumbo, torpes y lentos. Los pocos ciudadanos que había fuera se ocultaban en sus casas, y las cerraban a cal y canto. El Fuerte de Arroyoeste, objetivo estratégico esencial del Reino, se alzaba imponente proyectando su sombra contra la población, siniestra y sombría. Samuel desmontó, y desenvainando el Filo del León, regalo de los parameños, avanzó hacia el Cuartel.

 -         Atentos todos, preparaos – dijo el Cabo Gronik

 No tardó uno de esos erráticos soldados en pararse frente a él, con la mirada ausente asomando en la visera del casco.

 -         ¿Qué ocurre aquí, soldado? Dame una explicación – dijo Samuel

 El soldado ladeó el rostro, y con la mirada perdida, respondió.

 -         Soldado. Explicación.

 Dando un paso atrás, Samuel comprendió lo sucedido. Dio la voz de alarma, e inmediatamente decenas de soldados, corrompidos por el poder sombrío del Azote, salieron de cada rincón, y de cada callejón, enarbolando sus armas como buenamente podían, contra los bien preparados Leones de Ventormenta. A la señal de Vyncent, explorador del Ejército, una oleada de flechas volaron hacia Samuel, atravesando limpiamente a los soldados que cargaban contra él. Pronto los Leones avanzaron, derramando la sangre de cada enemigo que se alzaba contra ellos. Samuel, furioso por tener que luchar contra los suyos, golpeaba con el plano de la espada y con el escudo, incapaz de asesinar a seres humanos inocentes.

 La batalla pronto quedó dividida en dos grupos. Mientras el grueso de las fuerzas se enfrentaba a los soldados hechizados, Samuel, Gez, Vyncent, Asdrúbal, Thordlin y un grupo surtido de Leones avanzaron cautelosamente hacia el interior del Fuerte, con la intención de aniquilar toda presencia enemiga. Ésta no se hizo esperar, y pronto oleadas y oleadas de No Muertos surgieron de la fortaleza para devorar a los Héroes. Espadas y flechas danzaron como la guadaña en el trigal, arrasando las tropas enemigas e internándose cada vez más en Arroyoeste. Los zombies, esqueletos y ghouls parecían no tener fin, y pronto comprendieron que realmente se enfrentaban al Azote. Nadie en este mundo sería capaz de manejar unas fuerzas así.

 Pero pese a la superioridad numérica del enemigo, los Leones avanzaban sin cuartel, recibiendo no más que algunas heridas superficiales. Las garras y colmillos putrefactos no eran nada contra el hierro y el acero templado de sus armas y armaduras. No tardaron, no sin esfuerzo, en llegar a la sala de Mando, dejando tras de sí sangre, entrañas y vísceras extendidas cual alfombra por todo el suelo.

 -         Bien, recordad que quiero que decapitéis a cada cadáver que veáis en el suelo. No os confiéis, no dudéis. Prefiero que me tachen de cruel a perder a uno de mis hombres por un descuido – dijo Samuel, mientras revisaba los papeles en busca de algún informe sobre el enemigo

 Eso era lo peor, la espera. Recuperar el aliento mientras pensabas qué paso sería el siguiente. Quienquiera que fuera el causante, no se encontraba en lo más alto, y Samuel pronto comprendió que se habían equivocado de camino. Pero ya no hacía falta preocuparse, pues pronto comenzaron a surgir aullidos y gemidos procediendo de las escaleras laterales. El enemigo se había reagrupado, y ahora tocaba atrincherarse y resistir el ataque.

 -         ¡Arqueros, a cubierto tras de mí. Leones, formación de muralla. No dejemos que trepen! – dijo Samuel, situándose al fondo de la sala.

 El enemigo no tardó en hacer aparición, y de qué manera. Corriendo como ratas asustadas, decenas de no muertos, corrompidos y emanando energía sombría, se abalanzaron desde las dos puertas laterales contra los soldados, mientras los chasquidos de las cuerdas de los arcos sonaban casi al unísono. No tenían tiempo para perderlo, tenían que llegar a Páramos de Poniente y estaban perdiendo cada segundo que pasaban en el fuerte. Samuel invocó el poder de la Luz, y lo usó para barrer esqueletos y zombies como la brisa mueve las hojas, abrasándolos y reduciéndolos a cenizas. Sus Leones, envalentonados por su Teniente, lucharon con renovadas fuerzas, aniquilando a los enemigos.

 El suelo quedó alfombrado con los cadáveres de amigos y enemigos por igual, así que era hora de tomar la iniciativa.

 -         Los que no puedan seguir, descansad, los demás, ¡seguidme! – dijo Samuel, alzando la espada y lanzándose escaleras abajo, en dirección al sótano.

 Los enemigos corrían hacia ellos, desesperados por frenar su avance, y Samuel comprendió que iban por buen camino. Abrió de una patada la desvencijada puerta que daba al sótano, y bajó junto a unos pocos hombres, mientras el resto protegían la planta baja. La temperatura era terriblemente baja allí, obviamente por razones no naturales. El vaho que emanaba de sus bocas les daba una apariencia fantasmagórica, y no tardaron en percibir un hedor inaguantable, que provocó algún que otro vómito. Pero no habían errado el tiro.


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