miércoles, 10 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Contraofensiva) 4/5

Cuarta entrega. ¿Quién vencerá en el igualado combate contra el Campeón No Muerto?


- ¡Señor! – gritó Gez, y furioso, se lanzó contra el esqueleto presa de la ira, lanzando golpes fuertes e imprecisos

 El esqueleto no podía contener las rápidas embestidas de Gez, así que lo golpeó con el pomo de la espada, y giró su muñeca para decapitar al soldado. Pero este se agachó en el último instante, y el golpe, cargado de energía sombría, impactó contra el techo del puente, haciéndolo tambalearse.

 El estruendo fue ensordecedor. Mientras retiraban a Samuel como podían del alcance de los escombros, los soldados observaron cómo el esqueleto era sepultado por trozos gigantescos de piedra y mármol. Lo único que quedó visible fue la hoja de su negra espada, alzándose como un brote tierno entre las rocas y el polvo.

 - Demonios chicos, ¿qué ha habéis hecho? – dijo Samuel, aún aturdido, y levantándose con dificultad. Sacudiendo la cabeza, alzó la mano y sonrió – es igual, lo importante es que le habéis detenido.

 Se tomaron unos minutos para relajarse y curar las heridas, mientras la voz del Lich no cesaba de repiquetear en sus cabezas, con promesas de Poder e Inmortalidad. Pero a su contante molestia se unió el susurro de la Espada Negra. Ésta buscaba un nuevo dueño, y como una serpiente, se introducía en los pensamientos de los soldados. Samuel quedó serio, y los miró. La mayoría eran jóvenes que no habían conocido mujer. Otros, quizás con el alma demasiado frágil como para intentar dominar el poder de la espada. No podía permitir que cayera en manos de alguien débil.

 - Cabo, trae al Padre Olivetti.

 Minutos después, el sacerdote acudió y Samuel estuvo discutiendo con él. Los soldados observaron curiosos cómo el Teniente intentaba convencerlo de algo, a lo que él se negaba categóricamente.

 - Es una insensatez, Teniente. Deberíais custodiarla, y dejar que otro la purificase.

 - No hay tiempo, Padre. Si alguien tiene que sacrificarse, seré yo – alzó el rostro – Cabo, venid. Padre, curadme las heridas.

 Cogió a Gez del hombro y le susurró al oído.

 - Quiero que me hagas un favor, si ves que me convierto en alguien que no soy yo, matadme.

 - Pero mi señor, yo…

 - Cabo… Gez, hazme ese favor, ¿vale? No podría soportar convertirme en… eso. Vamos, organiza a los hombres.

 A regañadientes, el Cabo Gez Gronik reunió a los hombres y les explicó la situación. Mientras tanto, el sacerdote terminó de curar sus heridas, y Samuel comenzó a trepar por los escombros, con destino la Espada Negra. Cuando llegó a ella, torció el gesto y la observó. Emanaba poder sombrío, y no estaba seguro de poder vencerla… pero había que intentarlo. Concentró todas sus fuerzas, cerró los ojos mientras murmuraba una plegaria…

 Y tocó la espada.

 En cuanto lo hizo, el mundo se detuvo a su alrededor. El frío congeló su mente y su cuerpo, y se vio transportado a otro lugar, a otro tiempo quizás. Una catedral sombría e imponente apareció ante él, y fue llevado por manos invisibles ante el altar, que se alzaba tenebroso con una esfera roja como la sangre, que palpitaba en lo más alto. Ante él, apareció el Lich, que portaba la Espada Negra.

 - Samuel. Te has presentado ante el Señor de la Muerte y le has ofrecido tus servicios. La Muerte escoge a sus Campeones, y esta espada es símbolo de tal.

 - Te equivocas, Wulgreth – interrumpió Samuel – Vengo a destruir el corazón de la espada… y a ti con ella. No quiero tus dones ni tu inmortalidad.

 - ¿Destruir? – respondió con su cavernosa voz – Iluso inmortal, ¿te crees superior a los tuyos? Los humanos siempre habéis sido fácilmente tentados por el poder…

  - No soy más fuerte que nadie por mí mismo, abominación. Lucho por mi familia, mis amigos, por mi Reino. Esa es mi fuerza. Y por toda esa gente, se que venceré.

 - ¡El reino está muerto! – gritó el Lich – Tu familia morirá en tus manos, porque ahora tu alma me pertenece. Porque has dado tu alma a la espada, como ya hizo el caballero que la portó antes que tú, hace cuarenta años, y el anterior a él, cuando la primera Espada de la Perfidia fue forjada por almas humanas.

 - No me importa de quién fuera la espada, Lich… sé a qué vengo, y lo voy a hacer – dijo, dando un paso hacia delante.

 Con suma lentitud, el Lich extendió un dedo y con él atravesó el hombro de Samuel, que observó aterrorizado cómo entraba limpiamente, sin que él pudiera hacer nada. Con un quejido de dolor, detuvo su avance.


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