lunes, 1 de febrero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Nueva Era) 4/4

Final de la epopeya de Samuel Strongshield. ¿Final? Este PJ ha vivido desde esta historia muchísimas aventuras. Mira, quizás le incluya en la novela...


Días después, en las ruinas de la ahora fortaleza de los Altos Elfos, Samuel descansaba del agotamiento y las heridas del combate junto a sus hombres. Miraba su espada con tristeza, puesto que su gemela había caído y no pudo recuperarla. Una voz familiar le sacó de sus pensamientos:

 -         Samuel, amigo, ven. Tengo algo que enseñarte.

 Triskiel guió al soldado por las ruinas, a los sótanos de la fortaleza. Allí los orcos habían acumulado algunas riquezas debido a saqueos durante años. Sobre una repisa, envueltas en una manta verduzca, reposaban dos formidables espadas gemelas blancas como la nieve.

 -         Son magníficas – dijo Samuel admirando el detalle de la guarda – Manufactura élfica, ¿verdad?

 -         Sí – respondió, quedo, Triskiel – Son Allah´Dural, los Filos del Ocaso. Unas espadas largo tiempo perdidas, ahora por fin encontradas. Quiero que te las quedes, amigo.

 Samuel se sorprendió.

 -         ¿Para mi? Venga ya, Triskiel, no puedo aceptarlo, es demasiado…

 -         Ni pensarlo. – interrumpió el elfo -  Tú perdiste tus armas luchando por ayudar a los míos, es menester que yo te corresponda al menos con esto

 El humano sonrió al elfo, y ambos estrecharon sus manos con afecto, mientras arriba, en el patio de la fortaleza, los elfos reconstruían la formidable fortaleza…

Los soldados armaban un escándalo considerable mientras se encaminaban a Ventormenta. Serían varios días de viaje, y Samuel no quería quitarles el buen humor ordenándoles decoro. Además, qué demonios, a él también le hacía falta sonreir. Mientras cabalgaba a lomos de Hakon, el soldado tuvo tiempo de pensar en todo lo que había dejado en la capital. Pensó en Allison, y en Tommy. Ese muchacho ya tendría unos 12 años, y en este tiempo estaba seguro de que habría dado un buen estirón. 

Se acordó de sus viejos amigos, Triskiel y Zahid, ¿dónde andaría ese bribón? Se acordaba incluso de Nallia, aunque su corazón ya no albergaba sentimiento algo hacia la muchacha, no olvidaba las luchas que habían tenido juntos. Recordó al elfo Akran, siempre tan serio, esperaba que después de la formidable lucha que entablaron juntos, cuando libraron al mundo de los Sefirotes que pretendían helar Azeroth, el druida estuviera bien.

 Se acordó también de lo que le había dicho el Senescal Goldenrobe acerca de la muerte de sus padres. Tendría que visitar sus tumbas cuando se hubiera instalado en la ciudad. Y su consultorio, valgan los dioses, esperaba que el chico al que había instruido se las hubiera apañado. Probablemente le vendería el negocio cuando volviera, ahora que era Teniente del Ejército no podía dedicarse a otros menesteres.

Se volvió sobre su montura y miró a sus hombres con una sonrisa. Estaba orgulloso de su escuadrón, y no lo cambiaría por nada. Eran hombres rudos y peligrosos, pero sobre todo eran fieles al Reino y leales a Samuel, y era lo que importaba.

 -         ¡Señores! – gritó – Estoy muy orgulloso de en lo que se ha convertido el escuadrón de los Leones de Acero. Se que todos vosotros habéis recibido una paga extra por esos meses fuera, pero tengo algo que deciros: os podéis tomar dos semanas libres de descanso, pero cuando volvamos al trabajo, os quiero en plena forma. ¿¡Me habéis oído, Leones!?

 -         ¡Señor, si señor!

 -         ¡No os oigo!

 -         ¡SEÑOR, SI SEÑOR!


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