domingo, 31 de enero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Nueva Era) 3/4

Tercera parte de las crónicas de Samuel. Para plasmar su actitud siempre me he inspirado en héroes como Máximo o Aragorn. Un guerrero honrado, valiente, y amigo de sus amigos.


El campamento al completo estaba revolucionado. No era para menos, los más llevaban más de un año fuera de sus hogares y familias, y todos deseaban colgar al menos por un día sus espadas y armaduras. Samuel se encontraba cerca de los establos, donde Hakon descansaba. Cepillaba con cariño el oscuro pelaje del animal, y musitaba palabras en enánico para relajar al tozudo carnero. Era un formidable ejemplar, y el hecho de portar esa armadura de combate que los herreros enanos de Ironforge le habían hecho ex profeso lo había convertido en un animal grande y fuerte, mucho mayor que el resto de los ejemplares de su especie. Samuel sonrió, lo que más le gustaba de la armadura era el yelmo, que había sido fabricado asemejando el rostro y las fauces abiertas de un león, lo que ocasionaba que a menudo la gente no supiera exactamente qué tipo de bestia montaba el Caballero.

 Terminó de ensamblar las piezas sobre Hakon y lo llevó con las riendas hasta su tienda. Allí lo esperaba Hunters, su más fiel subordinado:

 -         Mi señor, por fin nos vamos a casa, ¿estáis contento? – dijo con una amplia sonrisa en su rostro

 -         Claro, Hunters, ¿cómo no estarlo? Por fin podré volver a ver las murallas de Ventormenta. Las echo de menos. Pero dime, ¿qué querías?

 -         Verá, señor, hemos pasado mucho juntos, y siempre nos ha liderado con sabiduría y valor. Quisiera entregarle esto – sacando de su faltriquera un medallón brillante

 -         Hunters, por favor, es el medallón de tu madre, no puedo permitirlo – respondió Sam, apartando suavemente la mano del soldado

 -         Mi señor, mis padres murieron, y vos sabéis que no… bueno, que no puedo tener hijos. Sois la persona a la que más admiro, y quisiera que fuerais vos quien lo tuviera

 Samuel se lo quedó mirando unos instantes y finalmente sonrió. Abrió la mano de Hunters y tomó el medallón en su mano, colgándoselo al cuello al momento.

 -         Maldita sea, Stephen, siempre consigues convencerme. Supongo que después de Petravista confío siempre en tu criterio…

 

 La fortaleza orca de Petravista se alzaba imponente sobre las colinas de Crestagrana. El lugar estaba en calma, pero nada más lejos de la verdad. Samuel sabía eso. Él, junto al resto de su escuadrón, aguardaban ocultos tras la arboleda a la señal. Conocía el plan de ataque a la perfección, el elfo Triskiel había planeado todo al detalle y sabía que muy mal se tenían que dar las cosas para fracasar. Aún así no podían confiarse, los orcos Rocanegra eran feroces enemigos.

 Miró por encima de su hombro y observó a los soldados que esperaban ansiosos al combate. Ropas oscuras y ligeras, tenían que moverse con rapidez la distancia que separaba su posición de la puerta norte de la fortaleza. La espera era insoportable, pero Samuel sabía que poco faltaba, pues el vello de la nuca se le estaba poniendo de punta, y eso siempre significaba que había magia arcana funcionando cerca.

 -         Aguarda a la señal de Luz y Fuego – dijo el elfo

 De repente, una explosión de gigantescas dimensiones hizo retumbar la fortaleza. Samuel sonrió para sí, Luz y Fuego, sin duda.

 Haciendo una señal a sus espadachines y ballesteros, se lanzaron a toda velocidad contra la puerta norte con el fin de abatir a los sorprendidos guardias orcos. Una lluvia de saetas de ballestas cayó contra ellos, abatiendo a unos pocos e hiriendo a todos. Sin gritos de ataque, sin órdenes. Todos sabían lo que hacer, sin apenas hacer ruido, no había que alertar a la fortaleza de que todo era una trampa…

 Un guardia orco más interesado en alertar a sus compañeros que en su propia vida caía de rodillas frente a Samuel con las manos agarrándose la garganta, ahora abierta de lado a lado. El ataque había sido rápido y efectivo, y Samuel, alzando el brazo, hizo la señal que el resto de sus hombres esperaba. Más allá, ocultos e invisibles, varios soldados cargaban escalas para poder evitar la infranqueable puerta. Ruidos de batalla salpicaban el escenario, y Samuel estaba satisfecho, el plan de su camarada estaba funcionando.

 Trepando ágilmente las escalas treparon a las almenas y llegaron al patio interior, ahora salpicado de orcos y elfos que luchaban encarnizadamente. Samuel no veía a Triskiel, pero sabía que su llegada estaba cerca, por el acceso del puente.

 -         Mi señor, algo no va bien – dijo Hunters, pegándose a su espalda para defender ambos flancos – Estos Rocanegra se jactan de tener a los mejores brujos, y ni siquiera veo a uno por aquí

 Samuel asintió y esquivó con destreza un hachazo que buscaba sus tripas, devolviendo la estocada y rebanando el pescuezo de su enemigo. Hunters tenía razón, y Samuel temía que los brujos estuvieran…

 -         Maldita sea – masculló Samuel - ¡Hunters, vosotros cuatro, seguidme, YA!

 Esquivando cadáveres de uno y otro bando, Samuel trepó a las murallas por las escaleras y observó alarmado a un grupo de brujos orcos que estaban canalizando un oscuro hechizo. Más allá, tal y como estaba planeado, Triskiel y sus hombres avanzaban lo más rápidamente posible por el estrecho puente que daba acceso a la fortaleza. Las saetas de los ballesteros derribaron a dos de los orcos, pero no fue suficiente para que el resto culminara el hechizo, que surgió como una negra mano hasta las columnas que sujetaban el puente.

 -         ¡Vosotros, quiero esos brujos muertos AHORA! – ordenó Samuel – ¡Los demás, venid conmigo, no hay tiempo que perder!

 Los soldados corrían escaleras abajo en dirección al acceso del puente, mientras los ocupados brujos caían fácilmente bajo los filos de los guerreros humanos. Samuel observó aterrorizado cómo el puente había caído, llevándose consigo muchos de los elfos. Los pocos, los que pudieron saltar a tiempo, se sujetaban a las ennegrecidas sogas del puente para no caer. El soldado aceleró el paso, unos orcos corrían hacía allí para hacer caer a los supervivientes, y entre ellos estaba Triskiel.

 Gork era feliz, pese a que los anteriores días habían sido aburridos y monótonos, ahora una encarnizada lucha se estaba gestando, y tenía la oportunidad de matar a un debilucho elfo que se sujetaba con una mano a la soga que le permitía seguir vivo, mientras con la otra sujetaba estúpidamente una espada bastarda. Gork alzó su enorme hacha sobre su cabeza, con la intención de asestar el golpe final, pero no se dio cuenta de que en ese mismo momento, una sombra se abalanzaba sobre él por detrás, seccionando su cuerpo con rabia por la mitad, y dejando a Gork con un gesto de incredulidad en su rostro.

 Samuel llegó a tiempo de abatir al orco que estaba a punto de acabar con Triskiel y clavó ambas espadas en tierra. Llevó su mano hasta la de su camarada y sonrió:

 -         Ya estoy aquí, amigo

 Antes de que pudiera contestar, el gesto del elfo se contrajo mirando por encima del hombro del humano. Samuel se giró, y observó como uno de los orcos que había ido al puente se abalanzaba con una enorme espada dentada contra él. El soldado, con la diestra ocupada en sostener a su compañero, utilizó la siniestra para tomar una de sus espadas y defenderse. El orco era brutal, y el golpe hizo que la espada de Samuel volara lejos, al fondo del abismo. El verdoso ser sonrió, y volvió a levantar su espada con el fin de asestar el golpe final.

 -         ¡Samuel! – gritó Triskiel, haciendo fuerza con el brazo que lo sostenía con vida

 El humano asintió, comprendiendo lo que tenía que hacer. Con un gran esfuerzo por su parte, alzó levemente al elfo con toda la fuerza que le restaba, y éste descargó su largo espadón contra el pecho del orco, que no esperaba tal respuesta. El cuerpo cayó al vacía por encima de los dos guerreros, pudiendo salvar ese obstáculo indemnes.

 La batalla continuó cruenta. El General elfo, Triskiel, Samuel y sus respectivos hombres, habiendo las fuerzas aliadas controlado a duras penas el patio interior, se dirigieron escaleras arriba en dirección al Torreón mayor, donde se ocultaba el líder orco. Mas enemigos les entorpecieron el paso, pero Samuel sabía lo que tenía que hacer:

 -         ¡Nosotros nos encargamos, Triskiel! – gritó el humano, situándose entre los enemigos y los elfos – ¡Subid vosotros y encargaos de ese malnacido!

 La pelea no duro mucho. Los orcos, grandes y brutales, no estaban acostumbrados a luchar en lugares estrechos, y los humanos, más delgados y con largas espadas, pudieron abatir a los orcos rápidamente. Subiendo a toda prisa las escaleras, Samuel escuchó ruido de lucha en la habitación principal, y supo que se estaba librando la lucha final. Arriba, el Cacique Orco se defendía a duras penas de los embates de los dos ágiles Elfos, y el resultado no tardó en llegar. El cuerpo del líder orco cayó por la ventana del torreón al patio, mientras los Caballeros de la Orden de la Mano de Plata barrían a los enemigos huidos a golpe de martillo.


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