jueves, 21 de enero de 2010

Abraxas en el Laberinto

Para que podáis entender este primer texto, deberemos remontarnos a finales del 2005 y principios del 2006. Yo estaba enganchado al Titan Quest (para los profanos, es un juego de PC de tipo RPG, ambientado en los mitos y leyendas de la antigua Grecia), y habitualmente me metía en un foro sobre este mismo juego. Llevado por la creatividad, decidí escribir este texto, reflejando los pensamientos que a mi personaje, Abraxas, le mantenían sereno mientras recorría el Laberinto del Minotauro.


Otro callejón sin salida.

Y ya van cinco.

Este laberinto saca lo peor de mí…

 Con lo fácil que sería reventar las paredes con una explosión… Pero no, la protección mágica que Hera le concedió a estos muros de piedra los hace irrompibles. Tendré que ceñirme a las normas.

 Miro al Morador. Impasible, como siempre. A veces me pregunto si tras esa mirada inexpresiva existe algún tipo de razonamiento, o simplemente se guía por el ardor del combate. A lo largo de los años me ha demostrado que es imposible hablar con él, o intentar planear la mínima estrategia de combate. Sólo se guía por la lucha y la matanza.

 A veces me da hasta miedo. A mí. Sorprendente.

 Deshago el camino y vuelvo al cruce donde me equivoqué al elegir bifurcación. Bueno, al menos no ando a oscuras, el brillo constante de mi bastón permite guiarme en la oscuridad. Sólo faltaba que alguno de esos muertos vivientes me atacara cuando no puedo defenderme. Odio no saber por dónde vienen los golpes.

 Espera, ¿qué ha sido eso? El Morador también se ha dado cuenta. Viene del pasillo contíguo. Sonido de pisadas, y murmullos… bien, me estaba empezando a aburrir.

 Antes de que pueda planear una estrategia, el Morador ha elegido su preferida: se lanza a la carrera ignorando cualquier tipo de precaución. En fin, lo que tenga que ser, será.

 Sigo a mi guardaespaldas a la carrera mientras oigo sus tremendas pisadas sobre la piedra fría. Cuando doblo la esquina buscando el origen de los murmullos apenas me da tiempo a esquivar un bulto que venía volando en mi dirección. Cuando me recupero veo de dónde venía ese objeto volador.

 Hombres Rata. Carroñeros. Una docena, tal vez más. Se arremolinaban alrededor del Morador intentando hacer mella en su impenetrable piel de piedra y magma con espadas y hachas. El desdichado que había golpeado por primera vez había recibido un puñetazo que le lanzó contra la pared, rompiéndole el cuello.

 Me preparo. No reparan en mí. Están tan obsesionados con el Morador que no se dan cuenta de mi presencia. Bien, como siempre. 

 Cierro los ojos y me concentro. Repito en mi mente las palabras que conozco desde siempre y reúno en mi mano la energía mágica necesaria para ejecutar el hechizo. El olor a ozono me rodea y comienza a secarse el ambiente a mí alrededor.

 Algunos Hombres Rata se dan cuenta y se encaran contra mí. Grave error, os habéis olvidado de mi pétreo guardaespaldas. El crujido de sus columnas me informa que no volverán a comer más carroña.

 Abro los ojos cuando noto que el hechizo está completo y lo compruebo. Perfecto, una esfera de fuego del tamaño de una calabaza esperando abrasar pelo y piel de rata.

 Observo al Morador. Las armas de los enemigos no le hacen mella, pero son demasiado rápidos como para que pueda combatirlos adecuadamente. No te preocupes, pronto serán historia.

 Echo el brazo hacia atrás y lanzo la esfera de llamas. La explosión lanza a la mayoría de los enemigos contra las paredes rompiendo sus huesos, mientras que un mar de llamas inunda la estancia. Aquellos desdichados Hombres Rata que siguen conscientes empiezan a chillar de dolor mientras el fuego les consume.

 En pocos segundos no se oyen más chillidos. El fuego mágico es magnífico, es mucho más destructivo que el natural y además un Piromante como yo puede extinguirlo fácilmente.

 Le echo un vistazo al Morador. Ni un rasguño. Ni siquiera el fuego le ha dañado. Bueno, pensándolo bien, viniendo de las mismísimas entrañas de la tierra lo raro sería que te quemaras. Sonrío para mis adentros, es algo de lo que me tenía que haber dado cuenta antes.

 Continúo el camino. El sonido de la explosión ha tenido que retumbar por todo el laberinto alertando a su huésped. Mejor, en vez de tener que ir yo a buscarlo, que venga él a por mí.

 Pasan horas mientras discurro por el gigantesco laberinto, librando pequeñas escaramuzas con más Hombres Rata y los cadáveres reanimados de los buscatesoros que no tuvieron mucho éxito, hasta que llegamos a nuestro destino.

 Una puerta enorme por la que el Morador podría pasar ampliamente se alza ante nosotros. La manufactura es magnífica, con detalles de oro y piedras preciosas y múltiples imágenes que detallan la vida y obras del guardián del Laberinto.

 El Minotauro. Mitad toro y mitad ser humano. Una maldición divina.

 Miro al Morador. Por primera vez no se lanza sin más, espera a que yo esté preparado. Reviso mi equipo. Compruebo que las pociones estén a mano y que mis pensamientos están centrados antes de entrar en batalla.

 Asiento a mi compañero y se lanza contra la puerta partiéndola en dos. Una amplia estancia llena de tesoros se abría ante nosotros. En el centro, sobre un hermoso trono dorado se encontraba él. Alzó la cabeza y me miró. Sus ojos oscuros sin fondo se clavaron en los míos, y su cornamenta manchada de sangre me informaba que no era el primero que se enfrentaba a él.

 Se levantó. Era mucho más grande de lo que pensaba. Tan grande como mi compañero, y eso era decir mucho. Cogió dos enormes hachas que tenía a su lado y bramó. 

 El sonido retumbó en toda la estancia, y el polvo acumulado en las paredes y el techo cayó al suelo, arremolinándose y dificultando la visión. Antes de que hiciera otro movimiento, el Morador se lanzó al combate con la intención poco sana de romperle la cabeza. 

 Fue visto y no visto. El Minotauro se giró hacia él y le lanzó una de las hachas, clavándosela en el pecho. El Morador se tambaleó unos segundos y continuó la carrera.

El segundo golpe no lo pudo aguantar. El firme puño del Minotauro era tan duro como el suyo y el puñetazo mandó a mi guardaespaldas al suelo.

 Mierda, estoy perdido. No me ha dado tiempo a preparar un hechizo y este monstruo se dirige a mí con una mirada maliciosa. Pienso rápidamente y preparo un hechizo. Poco efectivo, pero que me dejará tiempo para pensar.

 Cargo tres esferas de fuego en mi mano del tamaño de una ciruela y apunto a la cara. Por lo menos le cegaré. O eso creo. Las lanzo con toda la mala idea que puedo y ruego a los dioses que tengan algún efecto.

 Diana. El fuego prende el pelaje negro del rostro del Minotauro y comienza a aullar de dolor. 

 Perfecto.

 Me pongo lejos de su alcance y compruebo cómo el Morador del Núcleo se levanta y mira al Minotauro. Es hora de ajustar cuentas, ¿verdad?

Se arranca el hacha del pecho y se lanza en pos de nuestro cornudo enemigo. Le sujeta fuertemente por detrás inmovilizándole los brazos y le coloca mirándome a mí.

 Suelto el bastón y comienzo a reunir energía con ambas manos, no hay tiempo que perder. Repito las palabras de poder y noto cómo el olor a ozono vuelve a rodearme. Es una sensación indescriptible.

El Morador a duras penas puede mantener quieto al Minotauro, debo darme prisa.

 La esfera de fuego se forma en mis manos. Pero todavía no es suficiente, tiene que ser un golpe definitivo. Sigo cargando hasta que las manos comienzan a olerme a quemado del considerable calor que mantienen entre sí. Cuando noto que no puedo más y que los brazos empiezan a darme calambres, abro los ojos.

 Mierda, estaba tan concentrado en el hechizo que no me había dado cuenta de que el Minotauro había conseguido zafarse del Morador y se lanzaba bramando contra mí. Concentro un último aporte de energía y lanzo la bola de llamas hacia delante justo cuando mi enemigo se alzaba a pocos centímetros de mí.

 La explosión me lanza hacia detrás con una fuerza que nunca había sentido tan cerca. 

Pasan unos minutos hasta que puedo recuperar la consciencia y me levanto. Compruebo con un suspiro de alivio que soy el único en pie. El Morador ha desaparecido, probablemente destrozado por el Minotauro. No hay problema, en unos días le volveré a llamar, se merece un descanso.

 Me acerco al cuerpo calcinado de mi enemigo. Miro asombrado el destructor efecto de un hechizo de tal calibre en un cuerpo a esa proximidad. Será bueno recordarlo para más adelante. Los negros ojos del Minotauro parecen todavía con vida, y si no fuera por el agujero del pecho no estaría tan tranquilo.

 Mírame bien, monstruo. He sido yo quien te ha matado. He dado fin a tu miserable existencia. Recuerda mi nombre cuando vayas al Hades. 

Soy Abraxas, Héroe de Grecia. Nunca lo olvides, pues nos volveremos a encontrar cuando muera.


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