sábado, 30 de enero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield (Nueva Era) 2/4

Segunda parte de la historia de Samuel en el Ejército. El Paladín al que Samuel le había salvado la vida le ha llamado, ¿pero era para darle las gracias?


 -         ¿De los Páramos? Curioso apellido – dijo el hombre que se encontraba frente a él.

 Era un hombre de alta estatura, y por el tamaño del torso, de considerable musculatura. Tenía medio rostro vendado debido, según pudo averiguar más tarde Samuel, a que la corrosiva sangre de uno de los Líderes demoníacos le salpicó de lleno. Eran heridas que tardarían en sanar, eso lo sabía Samuel de primera mano.

 -         ¿Y de dónde viene ese apellido, muchacho? – preguntó el misterioso hombre – No me suena que ninguna familia de la Capital lo ostente.

 -         No provengo de ningún linaje en especial – mintió Samuel – Mi familia eran granjeros de Páramos de Poniente, y de ahí viene.

 El oscuro ojo del hombre que quedaba sano miró ferozmente a Samuel unos instantes, y luego, con la voz fría como el hielo, respondió:

 -         No me vengas con tonterías muchacho, sabes perfectamente que ese no es tu apellido.

 Samuel se quedó perplejo, dio un paso atrás y miró con atención al hombre.

 -         ¿Qué estáis diciendo? ¿Quién sois vos? – dijo Samuel mirando su armadura. No conocía a nadie con el rango de Senescal, y menos que conociera su pasado

 El hombre mandó que las sanadoras que vendaban sus heridas se marcharan, y se incorporó de la silla de mimbre en la que se sentaba.

 -         Ha pasado mucho tiempo, Samuel. Supongo que con este aspecto no me recordarás, pero yo no olvido el tuyo – dijo acercándose hasta que estuvo a pocos pasos de Samuel – al fin y al cabo… fui yo quien hizo todo lo posible para que no te ejecutaran.

 Samuel se tambaleó. Por supuesto que sabía quién era ese hombre. Teobaldo Goldenrobe, antaño Barón de la Mano de Plata, había ascendido hasta el rango de Senescal mientras luchaba en las Tierras de al Peste. Samuel no sabía bien qué decir.

 -         Has cambiado mucho, muchacho. Ya no eres ese joven flacucho que seguía siempre a su hermano y a su padre como un perro faldero – añadió Teobaldo, apoyando la mano en el hombro de Samuel – Ahora eres todo un hombre, un hombre al que le debo la vida

 -         No me debéis nada, Senescal Goldenrobe y… - intentó decir Samuel, que se sentía como un chiquillo que miraba la brillante armadura de su padre con anhelo.

 -         Llámame Teobaldo, Sam, estamos en familia – interrumpió el anciano

 -         Bien, Teobaldo. Nunca os pude agradecer lo suficiente el que me salvarais la vida. Aunque… a veces pienso que debí morir entonces – dijo Samuel con tristeza.

 -         No digas eso, muchacho. Eran tiempos oscuros, en los que la persecución de las maniobras herejes se llevó a límites que no se debieron alcanzar. Tú hiciste algo que muchos quisimos hacer. Tú fuiste el que nos abrió los ojos, Samuel.

 Ambos hombres se sentaron y charlaron durante horas. Samuel le contó todo lo que había hecho hasta ahora. Su lucha por recuperar el honor perdido, las amistades hechas, los amigos caídos. Se sentía como en aquella casa, en Páramos, junto a la hoguera de piedra y los cuentos de caballerías de su padre.

 -         Has vivido mucho en poco tiempo, Samuel – dijo Teobaldo – Estoy muy orgulloso del prestigio que ha alcanzado tu nombre. ¡Heroe del Rey ni más ni menos! Tu padre estaría orgulloso, hijo.

 Samuel se quedó estupefacto ante la manera de hablar de su interlocutor.

 -         ¿Estaría? ¿No me digáis que…?

 Teobaldo Goldenrobe ensombreció el gesto. Ordenó las ideas de su cabeza unos instantes y comenzó la explicación:

 -         Poco tiempo después de que fueras expulsado de la Orden, a tus padres se les informó de que habías desertado por tu propia voluntad y te habías alistado en un barco mercante.  Ambos se quedaron destrozados, pero sobre todo tu madre. Su cuerpo estaba bien, pero su espíritu se descompuso hasta que su voz no era más fuerte que la de un gato recién nacido. Tu Padre, Jacob, dejó de comer y de apenas dormir por pasar todo el tiempo junto a ella. La quería mucho, ¿sabes?

 Samuel estaba desencajado. ¿Cómo habían sido capaces de engañarlos así?

 -         Tu madre duró pocos meses – continuó Goldenrobe – y tu padre, que no soportaba vivir sin ella, murió pocos días después debido al cansancio. Los galenos dijeron que lo único que lo había mantenido con vida ese tiempo era la esperanza de que tu madre sanara.

 Unas pequeñas lágrimas asomaron a los ojos de Samuel. Apretó los puños, y maldijo en voz baja. La cariñosa mano de Teobaldo sobre su cabeza lo sacó de sus pensamientos.

 -         No te entristezcas, hijo. Sabe la Luz que ellos están bien, vigilando tus pasos. Estoy convencido de que están muy orgullosos de ti. Además, no todos se han ido… - añadió

 Samuel alzó la cabeza y miró con los ojos como platos a Goldenrobe. El Senescal, sin decir nada, lo tomó del brazo y lo sacó de la tienda, guiándolo entre los heridos hasta una tienda flanqueada por un obeso centinela. 

 -         Está grave… debes darte prisa – dijo Teobaldo al marcharse

 El soldado entró con cautela en la tienda. El interior, oscuro salvo por la luz de unas titilantes velas, no tenía más que una cama baja cuyo ocupante respiraba con dificultad. Samuel se acercó, tembloroso, con lágrimas en los ojos, y se arrodilló junto al cabecero.

 -         Adrien… - musitó

 El joven, blanco como la nieve, giró el rostro y miró a Samuel. Un gesto de extrañeza afloró en su rostro, gesto que cambió de repente al recordar a la persona con la que hablaba.

 -         Sam… hermanito… tú… ¿qué…? – dijo Adrien Strongshield, hermano mayor de Samuel

 -         Shh… descansa hermano… estoy bien… estoy vivo… soy yo… - sollozaba Samuel

 -         Has crecido… Sam… te veo bien…

 -         Es una herida mortal – dijo Teobaldo a su espalda – una flecha envenenada le atravesó el pecho e infectó sus pulmones. No tiene cura.

 Samuel rompió a llorar silenciosamente. Apretó con fuerza la mano de su hermano, y lo abrazó con delicadeza.

 -         No te preocupes, Sam – dijo su hermano, con la voz ahogada – Estoy bien, pronto estaré con papá y mamá. Ahora cálmate… cuéntame qué ha sido de ti estos años…

 El guerrero se sentó junto a su hermano y le relató las terribles batallas que había enfrentado. El rostro de su hermano se iba apagando poco a poco, pero una sonrisa se reflejaba en su faz, una sonrisa de paz.

 -         Eres hijo de tu padre… Samuel… eres merecedor del apellido que ostentas… te quiero hermano – dijo Adrien acariciando el rostro de Sam, que apretó la mano contra su cara hasta que ésta se quedó sin fuerzas, y la depositó sobre la cama lentamente, mientras cerraba con la otra los ojos del hombre que acababa de fallecer en paz junto a él.

 -         Yo no podría haberlo dicho mejor – dijo Teobaldo cuando Samuel salió de la tienda, compungido – Tu propia sangre te ha reconocido, y mis hombres y yo juramos por nuestro honor que eres merecedor de tal honor.

 Samuel se quedó estupefacto cuando varios paladines lo rodearon y se cuadraron junto a él. Teobaldo Goldenrobe se situó en el centro del círculo, frente a Samuel, armado con su maza de guerra, y habló seriamente al guerrero:

 - Samuel, hijo de Jacob. Fuiste expulsado de la Mano de Plata y obligado a renunciar a tu apellido por tus actos. Se te conminó a que sufrieras el destierro y fuiste obligado a recuperar tu honor y el de tu familia. Ahora, último descendiente de la familia Strongshield, Samuel, yo te reconozco como merecedor de tu verdadero apellido, y estos hombres aquí presentes lo atestiguan. ¡Levántate, Samuel Stronghield, y alza la cabeza con orgullo, pues tus padres observan desde el cielo en qué te has convertido!


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