miércoles, 27 de enero de 2010

Rolcraft - Samuel Strongshield 2/2

Segunda parte y final de la historia de Samuel Strongshield, donde se explica cómo cayó en desgracia.


Recuerdo esos días en que yo era un niño también.

Hijo menor de una de las castas de Paladines más grandiosas que Ventormenta ha dado: los Strongshield.

Hijo de Jacob y hermano de Adrien Strongshield, iconos de la leyenda de las guerras de la Alianza contra la Plaga de los No Muertos. Destellos de pura luz entre un mar de inmundas criaturas.

Desde pequeño fui criado en la marcialidad y la obediencia. Mi padre nos trataba a mi hermano y a mí con férrea disciplina militar.

Lejos de odiar tal manera de amar, me encantaba.

Me encantaba cumplir las órdenes de mi padre no como tal, sino como un subordinado cumple las órdenes de su superior.

Pasaba horas practicando con la espada hasta que me sangraban las palmas de las manos. Quería ser el mejor, quería que el apellido Strongshield siguiera resonando en las gargantas de todos los fieles de la Alianza.

Quería que infundiera terror en nuestros enemigos.

Pasaron los años y, después de completar mi ordenación como Paladín, me uní a mi hermano y a mi padre en la lucha contra el mal bajo el estandarte de la Sagrada Luz. Era feliz. Codo con codo junto a mis seres queridos. Siendo uno con ellos, ellos siendo uno conmigo.

Fueron unos años felices. La gente del pueblo nos conocía y nos amaba. A menudo nos llevaban cerdos y corderos a nuestra casa para agradecer nuestra labor contra las fuerzas oscuras.

Yo tenía especial debilidad por una pareja joven que esperaba un hijo. A menudo ayudaba al marido en las tareas de labranza dado el avanzado estado de gestación de su mujer. No pedía nada a cambio, la sola mirada de agradecimiento de ambos me colmaba.

Los años posteriores a mi ordenación como Paladín fueron oscuros. La Iglesia decretó la Caza de Brujas debido a las constantes y dañinas influencias de los poderes oscuros sobre la población y los Paladines fuimos una de las principales armas de represión usadas por la Iglesia.

Una mañana, dando mi paseo matutino por el barrio del Templo de Ventormenta, me acerqué a la plaza del SI:7 dado que vi una gran afluencia de gente que iba allí. Cuando llegué,  vi que habían preparado unas piras para prender fuego a algún pobre desgraciado que había sido acusado de brujería.

Cuando pude fijarme bien en quién era el acusado, vi con horror a la pareja joven a la que ayudaba en mi pueblo natal, atados y amordazados, siendo colocados en las piras.

Me quedé allí mirando, bloqueado, mientras prendían fuego al pobre marido, que lo único que gritaba cuando pudo deshacerse de la mordaza era que su mujer estaba en estado, y que no permitieran que su pequeño no nacido fuera quemado vivo también.

Eso fue demasiado. No practicaban brujería. Yo pasaba con ellos demasiado tiempo para no haberme dado cuenta. Era injusto.

No podía permitirlo.

Cargando con todas mis fuerzas contra la multitud llegué hasta los guardias que escoltaban a la pobre mujer, impactada al ver cómo su marido se consumía en la hoguera. Con un ágil movimiento, la cargué en brazos y me abrí paso entre los guardias, corriendo con todas mis fuerzas hacia los canales para poder huir.

No me di cuenta de la flecha clavada en mi espalda hasta que vi la sangre.

Agotado y casi desangrado, mi cuerpo no respondía. Perdí el conocimiento.

Lo último que sentí eran mis brazos abrazando con fuerza a la joven… No debo… soltarla

Desperté en una estancia que recordaba perfectamente. La sala de Tortura Imperial.

Allí los ingeniosos y macabros verdugos pasaron horas y horas intentando que confesara delitos que no había cometido. Querían que confesara que había vendido mi alma a los poderes oscuros, que había matado niños y que había devorado sus corazones.

No me doblegué.

Sabía que no podían matarme. No podían matar a un Paladín que había arriesgado su vida en innumerables ocasiones en nombre de la Luz y la Alianza.

Me excomulgaron. Me obligaron a no poder usar el apellido familiar nunca más hasta que recuperara mi honor. Prendieron fuego a  mis ropajes y a mi equipo. No me importaba.

Lo único que hizo que mi corazón se desgarrase fue la mirada de pánico de mi padre y de mi hermano cuando les contaron todas esas mentiras sobre mí.

Intenté explicarme, pero no me dejaron.

Tuve que abandonar el domicilio familiar y ganarme el sustento vendiéndome a mejor postor como mercenario o cazarrecompensas. Pero mi meta estaba clara.

Tengo que recuperar mi honor. El honor de los Strongshield. Mi honor como caballero.

Proteger a los débiles. Destruir a los malvados. Acabar con las injusticias.

Recuerda mundo. Soy Samuel Strongshield. Recuerda mi nombre.

 Abandono esos tristes pensamientos de mi cabeza y vuelvo a la realidad.

Llego hasta el niño. Está muy asustado y llora.

No te preocupes pequeño, estás a salvo… Confía en mí…

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