lunes, 22 de marzo de 2010

Proyecto Zombie - Capítulo 1

La gigantesca mole apenas podía entrar en el refugio, pero en su situación, cualquier refugio sería pequeño. Dejó con suavidad el bulto que llevaba en las manos sobre la mesa de madera y se retiró mientras Marie se abalanzaba sobre él.

- Te he echado de menos. No vuelvas a salir sin decirme nada, ¿vale?

El gigante asintió con solemnidad, conocedor de los sentimientos de su mujer. Pero, ¿acaso ella no lo comprendía? No tenía nada que temer de las fieras que se escondían ahí fuera, sedientas de carne fresca. Era tan alto como una casa, y casi tan ancho, y estaba empezando a cogerle el gusto a usar armas de corto alcance, como mazas y porras. Nadie podía con él.

- Me alegra que estés bien – dijo ella agarrando su brazo, ancho como una viga - ¿qué has traído?

La muchacha se aproximó al objeto que había traído Behemoth. Mediría casi un metro de largo, y estaba envuelto en tela de arpillera, que crujía con tan sólo tocarla. Con curiosidad, desenvolvió el bulto, y pegó un gritito cuando observó el interior.

Una niña, no tendría más de seis años, toda sucia y delgada. No vestía más que unos harapos, y el pelo se le pegaba al rostro con una mezcla de sudor y lágrimas. Era obvio que no se lavaba hacía mucho tiempo, y Marie arrugó la naricita cuando se aproximó a mirar de cerca de la niña. Luego se volvió lentamente hacia su compañero.

- ¿Dónde la has encontrado?

Behemoth gesticuló a su mujer con dificultad. No hacía mucho tiempo que había perdido la voz debido a la mutación, y nunca encontraban tiempo para practicar el lenguaje de signos que aprendían de un viejo libro. Después de un largo rato moviendo los dedos con rapidez, Marie le interrumpió.

- ¿El Puente? ¿Más allá del puente? – el gigante asintió – Pero esa es tierra de nadie, ni siquiera los infectados se mueven por allí.

No obtuvo más respuesta que un encogimiento de hombros, y volvió a dirigir sus atenciones a la pequeña. Respiraba, con dificultad, pero respiraba, al fin y al cabo. Tenía las plantas de los pies llenas de heridas, y las uñas de las manos rotas, probablemente de cavar en busca de alimentos. ¿Cómo había podido sobrevivir a toda esa situación?

Mientras su compañero se sentaba mirándolas a ambas con solemnidad, Marie tomó algo de agua sucia (que reutilizaban una y otra vez para su aseo personal) y un paño, y limpió el rostro de la pequeña con dulzura, como sólo sabe hacer una mujer que ha cuidado antes a un bebé. Cuando acabó con la cara, pasó a las manitas y el pequeño cuerpo, momento en el cual Behemoth aprovechó para asomarse a la terraza. El sol, verdoso y brillante, se alzaba en el cielo, descargando sus rayos con fuerza. La primavera viene con ganas, pensó.

El silencio de la habitación fue roto por los gemidos de la pequeña. “Sueña”, le dijo Marie entre susurros, y acunó a la niña en sus brazos con mimo hasta que volvió a sumirse en sus sueños.

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