lunes, 17 de octubre de 2011

Rolcraft - Lesaonähr

Si bien es cierto que hace años que abandoné el Rol en World of Warcraft, guardo algunos buenos recuerdos de aquella época, y también muchos malos. Entre los buenos se encuentra la cantidad de escritos que mi mente dejó salir para crear personajes, algunos de los cuales nunca llegaron a publicarse, y que encontré ayer por casualidad.

La historia que viene a continuación es la de Lesaonähr, un joven Elfo Nocturno.


Extender los brazos y permitir que la suave brisa nocturna te envuelva como un dulce abrazo. Soltar la correa que sujeta el cabello, y dejar que baile libre junto a ella. Cerrar los ojos y tomar aire hasta que los pulmones parezca que van a reventar…

Y saltar.

Sentir durante unos breves segundos cómo se liberan las ataduras terrenales y te pones al mismo nivel que las aves del cielo. Luego, con la habilidad y la experiencia acumulada a lo largo de los años, abrir los ojos, extender los brazos hacia delante con los dedos extendidos, e introducirte en el agua helada como un colmillo en la carne tierna.

Lesaonähr adoraba esas zambullidas nocturnas. Durante ese tiempo, se permitía el lujo de pensar en sí mismo, y dejarse llevar por lo que le dictaba el corazón. No había familia, no había manada, sólo él y la Diosa. A menudo se avergonzaba de sí mismo al tener esos pensamientos. Su familia y la manada eran todo uno, y él pertenecía a ella.


“Recuerda el Pasado en el Presente y prepárate para el Futuro”


Hace 255 años…

Lesaonähr terminó de colocarse la túnica de cuero sobre el cuerpo, y la aseguró con una tira de tela en la cintura. Se sacudió incómodo, no estaba acostumbrado a llevar ropajes. Prefería ir desnudo, como Hermano Lobo o Hermana Sable, o quizás con sólo un paño envolviendo su miembro, para evitar lastimarse con ramas y arbustos.

Pero hoy era un día especial, y debía mostrar respeto. Esa noche, como siempre que la Diosa estaba en lo más alto, brillando con toda su fuerza, se reuniría junto a la Manada para escuchar un relato de la boca de Madre. Adoraba los relatos de las antiguas historias de los Hijos de las Estrellas, y según calculaba, esa noche ella contaría una de las más escalofriantes de todas, y sin embargo, la que más repercusión tendría para el pueblo Kal´dorei.

Cuando llegó a la cabaña central, sonrió al ver que Madre y Padre ya se habían situado en los asientos centrales, junto a la hoguera. Iban vestidos con túnicas de hojas entrelazadas con flores color púrpura, y sus ojos plateados mostraban serenidad. Lesaonähr se sentó en su sitio preferido, frente a ellos, y sonrió cuando Hermano Lobo se tumbó a su lado, reposando su cabeza entre las piernas del elfo. Asintió a Isybelle y Deamus, los otros dos hijos de sus padres, cuando se sentaron a su lado, y los tres miraron al unísono al frente cuando el silencio fue roto por el sonido de la flauta de hueso que Padre comenzó a tocar para ambientar el relato.

- Recordad hijos míos, la caída de la poderosa Azshara. Por desear más que lo que la Diosa le dio, nuestro pueblo fue castigado de forma irremediable. Recordad también la figura del Shan´do Stormrage, nuestro primer Druida. Si no hubiera sido por él, ahora no seríamos más que polvo y cenizas. Y ahora, escuchad, os relataré la guerra que unió a nuestro pueblo junto a las más bellas criaturas de la Diosa contra la amenaza que vino más allá de este mundo…

Y así Madre comenzaba el relato de lo que más tarde se llamó La Guerra de los Ancestros, la favorita de Lesaonähr, que ahora sonreía de pleno al ver satisfecho su deseo.


“Espera. Mantén la respiración. Se rápido en la estocada y ágil
al esconderte. Esas son las mejores armas del Cazador”


Hace 131 años…

Lesaonähr echó un último vistazo a su arco, y sonrió. Había sido su mejor baza al defenderse contra las fieras salvajes durante años, pero luego, tal y como había sido educado, tuvo que aprender a manejarse con armas cuerpo a cuerpo. Padre se lo había explicado el primer día.

- Cuanto mejor es un cazador, más se acerca a su presa. Un cazador novato empezará aprendiendo a manejar el arco y las flechas, símbolo de nuestro pueblo. A lo largo de los años, y según te vayas revelando como un Maestro en cada una de ellas, comenzarás a tomar armas cada vez más pequeñas, armas que te obliguen a acercarte más y más a la pieza codiciada. Podrás decir que eres un auténtico cazador de la manada, e hijo mío, cuando seas capaz de cazar sin usar al resto de tus Hermanos, ni blandir arma alguna…

Ese día había llegado. Ahora debía mostrarle a la manada, y a la Diosa, que era capaz de comportarse como un auténtico Kal´dorei. Alejado de todos y de todo, pasaría varios años subsistiendo sin la comodidad del terreno conocido y la ayuda de sus Hermanos. Y por supuesto, no tendría sus armas a mano.

Pasados doce años, se había habituado a un pequeño territorio que compartía con tejones y marmotas, y que le proveía de fruta fresca y piñones. Había construido un pequeño refugio en la copa de uno de los frondosos árboles… pero no estaba satisfecho.

El problema tenía la forma de un oso adulto, recién llegado a la madurez, que había abandonado su cubil y ahora se dedicaba a abatir venados dentro de su territorio de caza. Los primeros intentos para hacerlo abandonar fueron infructuosos, e incluso los ataques comenzaron a acrecentarse, comenzando a aparecer cadáveres de animales sin apenas tocar. El oso había comenzado a matar por puro placer y eso era algo a lo que debía ponerse fin.

Durante días había estado siguiendo la rutina del oso. Casi siempre cazaba en la misma zona, y su modo de actuar había provocado que los grupos de venados y zancudos se alejaran bosque adentro. Esto hacía que el animal fuera aún más violento… y más peligroso.

Con la experiencia de los años, y las enseñanzas que había recibido por parte de Padre, comenzó a preparar el terreno de lo que iba a ser su batalla más importante en decenas de años. Su rostro se apenó cuando encontró restos en descomposición de un hermoso venado lunar entre los arbustos, un ejemplar que había podido alimentar a la manada durante un par de días, y vestirlos durante años. Se embadurnó el cuerpo con barro y esperó a que la noche se hiciera completamente negra… para cazar al asesino.

No tardó en aparecer. Sus pesados andares se oían desde decenas de metros, y su bamboleo sacudía los árboles y arbustos cercanos. Era como ver una antorcha en una cueva. Un objetivo fácil de distinguir y, por lo tanto, fácil de atacar.

Lesaonähr esperó pacientemente hasta que el oso, al que bautizó mentalmente como Panzarroja, debido a las manchas de sangre que abundaban en su grueso pelaje, se situara en el punto elegido, y entonces, actuó. Silencioso como una sombra, saltó desde la alta rama que le regalaba una vista inmejorable del claro, y cayó a tierra. El oso percibió su olor al instante, y acostumbrado a plantar batalla al mínimo obstáculo, se abalanzó contra él cargando con todo su peso y las mandíbulas abiertas, chorreando saliva. El rugido hizo que una bandada de pájaros alzara el vuelo hacia el cielo, e hizo que Lesaonähr se estremeciera.

- Espera el momento preciso, no te dejes llevar por el pánico – pensó.

Las grandes zancadas del oso le hacían avanzar metros a una velocidad pasmosa, y Lesaonähr no tuvo más que esperar a que el instinto de la criatura hiciera su trabajo. A unos cinco metros de su posición, había cavado una zanja algo profunda y la había cubierto pobremente con ramas y hojas secas. En cuanto Panzarroja se percató de ello, no se molestó en esquivarlo, impulsándose con sus cuartos traseros con fuerza hacia delante para saltar la zanja y devorar al elfo, sin darse cuenta de lo que significaba la amplia sonrisa que mostraba la cara del cazador cuando realizó tal maniobra.

En cuanto a los varios centenares de kilos de peso del oso cayeron a tierra, Lesaonähr rodó hacia un lado, mostrando a la criatura una depresión en el terreno, que llevaba a una pendiente pronunciada, la cual acababa en una pared de roca desnuda. Mientras Panzarroja rodaba colina abajo, Lesaonähr lo persiguió presuroso, cubriéndose el rostro para no respirar la nube de polvo que el gran tamaño del oso provocaba al caer, hasta que se estampó con fuerza contra la pared de roca.

Sin perder tiempo, trepó por la pared ágilmente ayudándose en los pequeños salientes que la erosión había provocado, y subió hasta lo más alto, donde un montón de rocas apiladas le esperaban. Se asomó y vio a Panzarroja que se bamboleaba atontado por el golpe y supo que no tenía mucho tiempo. Miró al cielo, dirigiendo una pequeña y rápida oración a Elune, pidiendo perdón por acabar con un animal que no estaba destinado a servir de alimento, y usó una rama seca como palanca contra las rocas. La maniobra no tardó en ser efectiva, lanzando un pequeño tropel de rocas rodando pared abajo y aplastando al oso rápida y mortalmente.

En su interior una mezcla de sentimientos se arremolinó. Estaba feliz por haber sido capaz de cazar a una criatura que le triplicaba el peso con sólo su astucia, pero sentía enormemente haber tenido que acabar con su vida. Horas después, extrajo la piel del oso con cuidado y la uso para cubrirse en las frías noches de invierno que se avecinaban…


“Mantén unida a la Manada. La Manada suple con la Armonía las carencias del Individuo. Hazlo, y seréis imparables”


Hace 76 años…

El enorme lobo de piel plateada sacudió con el morro a Lesaonähr, sacándolo de su sueño, y se quedó cerca, esperando a que el elfo terminara de despertar.

- Hermano, veo que hoy has amanecido antes que yo, te estás volviendo más madrugador… o quizás yo más perezoso – dijo, mientras se abrazaba a la criatura con ambos brazos, dejando que su pelaje le acariciara la piel – Vamos, es hora de ir a buscar algo para el desayuno.

Mientras la brisa de la mañana hacía estremecer su cuerpo desnudo, Lesaonähr se dobló sobre sí mismo para estirar la espalda y los músculos de las extremidades. Cogió su puñal de hueso, labrado por él mismo, y salió corriendo perseguido por Hermano Lobo y Hermana Sable, que le esperaban ansiosos por saborear carne fresca.

Su silencioso trotar por el húmedo suelo de los terrenos de caza no tardó en dar sus frutos, y ambos animales se pusieron tensos cuando Lesaonähr los mandó detenerse al observar, encubierto por la espesura, a un fabuloso ejemplar de Venado Lunar. Su pelaje, salpicado de trazas azuladas que brillaban con la luz, era cálido en invierno y fresco en verano, y era ideal para hacer piezas de abrigo para las pantorrillas.

Agradeció mentalmente a la Diosa el haber sido tan afortunado de encontrar semejante ejemplar, e indicó con señas y palabras de mando a sus Hermanos cómo actuar ante la situación, y sonrió cuando salieron disparados cada uno en la dirección adecuada.

Mientras observaba cómo el Venado alzaba las orejas, alertado por los olores nuevos que surgían a su alrededor, meditó acerca de las palabras que le dijo Padre no hacía mucho:

- Debes tener en cuenta, Lesaonähr, que nuestra familia es una privilegiada por poder disfrutar de la presencia de los Lobos y los Sables en la manada. A lo largo de mi vida, he comprobado que el resto de nuestro pueblo apenas disfruta de su compañía, más que como montura o alimento en momentos de necesidad. El día que tengas que partir de nuestro lado, tal y como tuve que hacer yo cuando cumplí mi mayoría de edad, deberás respetar a los demás Kal´dorei cuando se extrañen e, incluso escandalicen, de tu familiaridad con aquellos que caminan a cuatro patas.

La idea de tener que marcharse algún día para probar su valía le aterraba y le excitaba al mismo tiempo, y dudaba si sería capaz de ser suficientemente bueno para Padre, que había sido capaz de enfrentarse a los Demonios de la Legión y volver sano y salvo a casa.

Volvió su mente de los recuerdos y se mordió la mano hasta hacerse sangrar para concentrarse en la caza. No debía desaprovechar una pieza, la Diosa no lo permitiría. El venado, alertado por el olor a su sangre, comenzó a caminar para saltar a la mínima amenaza tangible, pero ya era tarde. Hermana Sable ya se había situado en su flanco, y había saltado hacia la pieza con un rugido, provocando que el precioso venado corriera despavorido en dirección contraria. Cuando había avanzado unos pocos metros a plena velocidad, Hermano Lobo ya se había lanzado de frente con las fauces abiertas en dirección a su cuello, lo que provocó que tuviera que frenar de golpe, y girar hacia un lado para evitar la dentellada del lobo. La maniobra había salido a la perfección. Frente a su cornamenta, ahora se encontraba Lesaonähr, cayendo hasta él desde la rama del árbol más cercano, silencioso y mortal, sujetando fuertemente la daga de hueso en su mano derecha.

Rápido y efectivo, no debía sufrir. Un tajo profundo y fugaz en el cuello provocó que una lluvia de sangre impregnara al elfo, desangrando al venado en cuestión de segundos. Lesaonähr rodó sobre sí mismo y comprobó que la pieza había fallecido honorablemente, y realizó unos gestos en honor a Elune, para santificar la caza. Acto seguido, desenrolló la tela que cubría su cintura hasta formar una lona lo suficientemente grande para el venado, y procedió a arrastrar el cuerpo hasta el Hogar.

Mientras regresaba, acompañado por los dos ansiosos carnívoros, que como miembros de la manada habían decidido no probar bocado hasta preparar la pieza, Lesaonähr comenzó a hacer recuento mentalmente de todo lo que sacaría de provecho del Venado Lunar cuando llegaran. No se debía desaprovechar nada.

- La carne será limpiada de los huesos y de la piel, y cortada en trozos para ponerlos a secar al aire. La piel, será curtida y la usaremos para cuando llegue el Invierno, no quiero pasar un frío tan malo como aquél. Los huesos, bien trabajados serán fabulosos como puntas de lanza y cuchillos para desollar, y los tendones… tendré que pedirle ayuda a Madre para preparar cuerdas con ellos cuando los haya cocido, no quiero que se queden demasiado flexibles. Tampoco debo olvidar el estómago y los intestinos… los usaremos de bolsas una vez secos para almacenar el grano…


“Supera los obstáculos con presteza, y te adelantarás a sus consecuencias”


Hace 11 años…

Odiaba a Padre, aunque sabía, en lo más profundo de su ser que él había hecho lo correcto. Había deseado con todas sus fuerzas partir junto a él a combatir al Enemigo en el Monte Hyjal. Quería derramar la sangre demoníaca y ver el fondo de sus ojos cuando se plantara con un puñal en sus gargantas… pero Padre tenía razón.

No había cumplido con la totalidad de sus Ritos de Madurez. La Tradición Familiar le obligaba a cumplir con todos ellos antes de permitir a ningún varón que salga del terreno de caza familiar. Las hembras, sin embargo, en cuanto mostraran los Dones de la Diosa, eran libres de viajar hasta donde el bosque se extendiera.

Pese a su frustración, Lesaonähr recibió a Padre con cariño, y con los honores propios de un Héroe. Un abrazo profundo entre ambos significó para el cabeza de familia más que cualquier otra cosa, y lo tomó del hombro mientras guiaba a toda la manada hasta la cabaña central, la cabaña de las historias. Eso era un hecho excepcional, puesto que sólo se reunían allí cuando la Diosa estaba en toda su plenitud, y éste no era el caso.

- Esta es una reunión de suma importancia, manada. Todos lo habéis sentido, hace unos meses, algo en vuestro interior se resquebrajó, se hundió y desapareció. Una sensación de pérdida como nunca habíais sentido… Pero puedo aseguraros que no tiene nada que ver con lo que sentimos los que estuvimos allí…

Padre tenía razón, aquel día, Lesaonähr cayó de rodillas en tierra mientras perseguía a un escurridizo glotón, y la cabeza le daba vueltas como si hubiera recibido un mazazo. Algo dentro de él había cambiado… había desaparecido, y no sabía lo que era… hasta esa noche.

- El Enemigo… la Legión Ardiente, ha destruido Nordrassil. El glorioso Regalo de los Ancestros ha sido destruido… y me temo que eso significará la muerte para todos nosotros. Mas debemos ser fuertes, si esto implica la desaparición del Pueblo de las Estrellas, nos aseguraremos de que nuestra Diosa esté orgullosa de todos nosotros. No debemos flaquear ni sufrir su pérdida, debemos seguir adelante, y afrontar cada día como si nada hubiera pasado…

Tiempo después, Lesaonähr descubrió que su pueblo, antaño Inmortal, ahora ya no lo era. Pero a él eso no le importaba. Padre había hablado, y Padre tenía razón, como siempre.

Había que seguir adelante…


Respeta a aquellos que han venido antes que tú,

puesto que poseen la experiencia del Tiempo”


Hace 1 año…

Lesaonähr terminó de rezar a la Diosa para que el espíritu de Padre descansara en paz y permitió que Madre, Isybelle y Deamus volvieran a sus tareas. Él se quedó unos minutos más en el altar familiar, recordando con una sonrisa a la persona que le había enseñado todo cuanto sabía.

El año 36 había comenzado con un peligroso y largo Invierno que la manada había sufrido enormemente. Decenas de miembros habían fallecido debido a la escasez de alimentos, y Padre y Lesaonähr cada vez tenían que alejarse más y más de los terrenos de caza para encontrar algo que echarse a la boca. Los árboles y los arbustos habían muerto, y ni siquiera el poder de la Diosa les podía proveer. Con dolor en sus corazones, tuvieron que aprovechar las pieles de los Hermanos caídos para cubrirse, y sus carnes para alimentarse. Nunca un bocado les supo tan amargo.

Finalmente, Padre fue llamado nuevamente a las Filas del Ejército de los Kal´dorei, y dejó a Lesaonähr a cargo del hogar. Pasado el tiempo, una lechuza les trajo noticias satisfactorias, informando acerca de las oscuras fuerzas que estaban manipulando el Mundo para congelarlo permanentemente, y Padre contaba cómo las Fuerzas de la Alianza habían derrotado al enemigo. Pero todas las noticias no podían ser buenas, y con lágrimas en los ojos leyeron cómo el cabeza de la manada no podía volver con ellos, puesto que no todo había acabado. Una antigua y creciente oscuridad se cernía más allá del continente de Kalimdor, en las Tierras del Este, tierras de los Humanos, criaturas jóvenes y llenas de entusiasmo que habían poblado el mundo rápidamente.

Lesaonähr recordó las historias acerca de la caída de Azshara y el Titán Sargeras, y su corazón vibró de emoción, pero sabía que su lugar estaba junto a la manada mientras Padre estuviera fuera.

Pero él nunca volvió. Como tantos otros, cayó presa de las terribles fuerzas de la Legión Ardiente, y pese a que, finalmente, las fuerzas unidas de la Alianza y la Horda vencieron, familias enteras, como la de Lesaonähr, quedaron destrozadas.

Ahora era el momento en que Lesaonähr, como mayor de los tres hijos de sus padres, tenía que tomar el mando y ofrecer sus servicios a Elune y los Druidas, y no permitir que el recuerdo del sacrificio de Padre quedara en el olvido…


“Vive”

Hoy…

La despedida fue masiva, aunque todos en la manada sabían que volvería tarde o temprano. Lesaonähr se aseguró de que Isybelle y Deamus ayudaran a Madre en todo lo que pudieran, y mantuvieran en orden a la manada. En su ausencia, serían los dos patriarcas de la familia.

Miró al camino y sonrió al ver a Hermano Lobo y Hermana Sable. Recordó cuánto tiempo llevaban con él, y cómo habían sido capaces de sobrevivir al paso del tiempo. Quizás las dádivas de la Diosa llegaban hasta esos extremos.

Tomó el sendero que llevaba al exterior de los terrenos de caza, y miró una última vez atrás para despedirse con un gesto de la mano de su manada, que aguardaba a que Lesaonähr desapareciera entre las sombras.

Un rayo de luz lunar repentino, filtrándose a través de las hojas de los árboles, iluminó su rostro, y Lesaonähr supo que Padre también se despedía de él…

No hay comentarios:

Publicar un comentario