martes, 4 de octubre de 2011

Comunidad Umbría - Gruntah, Draconiano Hechicero

Y como regalo, aquí os dejo también otra historia. En este caso, es la de un Draconiano Hechicero, diseñado para una partida en un mundo de fantasía. Nunca había llevado un personaje de estas características, pero como se suele decir, hay que probar de todo.

No es fácil ser uno de los míos. Sí, ya sé que me dirás que mi pueblo pertenece a la leyenda, y que si tal y cual. Pero no te haces ni idea de los problemas que conlleva ser “tan especial” en un pueblo pequeño como el que me crié. Según parece, mi padre y mi madre se mudaron allí antes de que yo naciera, y los comienzos fueron bastante duros. ¡Sólo piensa que el pueblo creía que iban a atacarlos! Fue difícil, sí.

Mi padre es un herrero formidable. Y no es porque yo lo diga, ojo. Los míos tenemos una afinidad especial con el fuego, supongo que es debido al parentesco con nuestros primos. El caso es que es como si nos hablara, como si pudiéramos saber con sólo un vistazo, cuál es el momento justo para echarle otro leño a una hoguera, o cuándo es momento de dejar que los rescoldos calienten la comida. Al principio nadie quería darle trabajo, así que se puso a forjar hachas, hoces y azadones por cuenta propia. Cuando alguien, desesperado, le compró una de sus herramientas, empezó a correrse la voz. Sí, mi padre tiene mucha maña. Cuando volví de mis viajes, había ampliado la herrería, aunque seguía con su mal humor de siempre.

Madre es pura dulzura. Tiene ese lado salvaje de cuando era más joven, pero con el tiempo se ha convertido en una auténtica señora de su casa. Ella fue la que me enseñó la mayor parte de lo que sé, ¿sabes? Pero claro, para aquel entonces, digamos que no tenía más remedio. Es una historia seria, esa. Verás, entre los míos, la mayoría de edad de los varones se establece cuando eres capaz de exhalar fuego. El típico aliento de dragón, ¿me explico? No hablo del fuego de dragón de los grandes, sino algo casi simbólico, como una muestra de nuestra sangre. Un ejemplo de lo que nuestros ancestros eran capaces de hacer. Imagina lo que puede significar para un padre que su único descendiente no fuera capaz de hacerlo.

Decepción. Aquella tarde, cuando en el patio de la herrería intentaba exhalar fuego, dando bocanadas como un pez fuera del agua, fue cuando descubrí el significado de esa palabra mirando a los ojos a mi padre. Él había sido un gran guerrero, al igual que su padre, y su abuelo antes que él. Un draconiano que no sabía exhalar fuego no era algo muy extraño, pero siempre era sinónimo de que algo había fallado. No me gritó, ni me golpeó. Eso lo habría podido soportar. No, simplemente, me ignoró. Como si realmente no existiera.

Afortunadamente, mi madre se volcó conmigo. Un día escuché cómo mi padre la culpaba de haberme mimado demasiado, y aquella noche no pude dormir. ¿Qué había de malo en mí? Casi por mantenerme ocupado, empecé a aprender magia rúnica de mi madre. Al principio eran simples hechizos que me resultaban terriblemente sencillos: mover un objeto con el pensamiento, cambiar el color de una tela, o limpiar una superficie llena de barro. Ella me explicó que nuestra especie era de naturaleza mágica, y que por eso me resultaba tan sencillo conjurar. Mi padre pensaba que era propio de hembras, y que los varones de mi especie empuñaban un arma, no un libro de hechizos.

Con el paso del tiempo, y ya que mi padre había rechazado mis múltiples intentos de ayudarle en la herrería, dedicaba mis horas a estudiar. ¿Amigos? Bueno, cuando estás rodeado de paletos supersticiosos, no es muy fácil hacerlos. Sobre todo cuando creen que vas a devorarlos vivos. Eso cuando no me tiraban piedras a escondidas. Así que me hicieron un favor, y me dieron tiempo para mí.

Según pasaban los años, y me hice con un surtido conjunto de libros de conjuros, fue cuando conocí a los chicos. Creo que lo que me llamó la atención de ellos fue que pareciera que buscasen un lugar en el mundo, como yo. Y no te voy a mentir, no sé cómo surgió la idea de salir de la aldea y ver de qué éramos capaces, pero ¡oye, estuvimos tres años enfrentándonos a todo lo que se nos pusiera por delante! Claro que tuvimos dificultades, y hubo alguna que otra bronca, pero la verdad es que son los mejores amigos que he tenido.

En fin, que volver a casa está bien. Mis padres están casi igual, ya que tres años para nosotros no es casi nada. Él sigue sin dirigirme la palabra, incluso creo que soltó algo como que le sorprendía que siguiera vivo. Mi madre lleva días pidiéndome que le cuente historias. Creo que la que más le ha emocionado fue cuando asaltamos la torre de aquel brujo. Parece que relatarle cómo estuve a punto de morir electrocutado por ese malnacido le hace ilusión. Pero esto es muy aburrido, ¿sabes? Echo de menos las aventuras, y aquí lo único que puedo hacer es leer, hablar con mi madre y beber aquí contigo. ¿Me pones otra de hidromiel?

No hay comentarios:

Publicar un comentario