jueves, 13 de octubre de 2011

Aullidos - 7

Gente gris en coches grises viviendo vidas grises.

Aquella era la vida que Rashad tenía que sufrir cada día desde que el sol ascendía hasta que se ponía. Si hubiera querido, habría podido dejarlo todo y vivir con la manada como muchos otros. Los Colmillos Lunares eran de los clanes más poderosos de la región, y podían permitirse mantener a aquellos hijos e hijas que no podían hacerlo por sí mismo. Pero se negaba a demostrarles que era un don nadie. Él se sentía con fuerzas suficientes como para comerse el mundo, y si para ello tenía que enfrentarse a una tediosa jornada laboral, sonreír ante chistes absurdos y aplaudir las bromas de su jefe, así lo haría.

Durante la noche, recuperaba el control de su vida, y eso le bastaba.

- Connors, ¿has terminado de transcribir ese nuevo cliente a la base de datos? – dijo una voz a su espalda.

Tuvo que controlarse para no girarse inmediatamente y desgarrar la garganta del estúpido que había hablado de una dentellada. Últimamente se sentía especialmente violento y no sabía por qué. Quizás debería hablar con Roben al respecto.

- Connors, ¿me has oído? – repitió la voz, con un molesto soniquete.

Por supuesto que lo había oído, y si el propietario de la aguda voz hubiera sabido los esfuerzos que estaba haciendo el muchacho para no saltar sobre él, habría dado las gracias al cielo de rodillas. No era otro que William, el superior directo de Rashad. Por alguna extraña razón, el llevar un par de años más que él en la empresa le colocaba jerárquicamente un puesto por encima de él, y el regordete hombrecillo se aseguraba de que todas las aburridas tareas que a él le encomendaban acabasen en manos del lupino.

- Sí, William – dijo, girando lentamente la cabeza y mirándole con sus ojos negros – te envié un correo electrónico al respecto hace aproximadamente una hora.

La respuesta pilló de sorpresa al jefecillo, que pegó un leve respingo de contrariedad, y alzó la cabeza intentando aparentar una orgullosa actitud. Rashad sabía de sobra que William detestaba que le tuteara, aunque no estaba en la obligación de hacerlo. Quizás fuera por eso mismo que aprovechaba cualquier oportunidad para menospreciar su posición. En la manada le habían enseñado que un buen líder debía asegurarse la lealtad de los suyos.

- Oh, bien, bien – dijo, mirando por encima del hombro del lupino, a un lugar situado más allá de Rashad – continúa con tu trabajo y gracias por ser tan disciplinado.

¿Era cosa suya, o acababa de alzar la voz mientras le elogiaba? Allí había algo que no encajaba, y Rashad iba a enterarse inmediatamente, porque un revuelo detrás suya le hizo girarse instintivamente en dirección a la puerta de entrada a la oficina. Allí estaba, con su impoluto traje y su bigotillo de actor porno, Richard H. Mons, el director de la sede. Rashad desconocía de dónde provenía la H, aunque corrían distintas bromas al respecto. Ninguna de ellas habría sido del agrado del serio ejecutivo.

Richard H. Mons llevaba trabajando a la cabeza de la sede desde mucho antes de que Rashad entrara a trabajar allí. En aquel momento le pareció un tipo algo ridículo e incapaz de hacerse respetar, pero no tardó en demostrar al licántropo que se equivocaba. Tenía un olfato envidiable para buscar las debilidades ajenas y explotarlas, y las malas lenguas decían que esa había sido su mejor baza para ascender en la empresa. El caso en que en Mindtrans Corporation, una empresa nacional de tratamiento de datos, que daba trabajo a un ser de la noche como poco (Rashad desconocía si había algún ser de la noche más sentado durante 9 horas al día delante de un ordenador en esa maldita empresa), aplaudía y premiaba el comportamiento serio y casi dictatorial de Mons. Al fin y al cabo, los trabajos se llevaban al día, no había tareas acumuladas y el absentismo era casi nulo.

Rashad pensó que Richard sería un lupino ideal para adiestrar a los cachorros si no fuera porque su aroma llenaba las fosas nasales del lupino con el olor a coches caros, mujeres fáciles y carne muy hecha.

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