martes, 13 de septiembre de 2011

Aullidos - 5

Tras realizar las pertinentes presentaciones, los señores de los Colmillos Lunares, Rick y la invitada, Luzil, se sentaron cómodamente en los sillones del cálido salón. El guardaespaldas se había retirado silenciosamente hasta un punto intermedio entre la puerta y las dobles ventanas que daban a la calle. Conocía su trabajo a la perfección, y nadie en la estancia dudaba de que sería capaz de proteger a su señora si alguien osara atacarla.

- ¿Has tenido un buen viaje, querida? – dijo Emma, cruzando recatadamente las manos sobre el regazo, en una postura más que ensayada más propia de las damas de la nobleza que de una antigua guerrera – Tengo entendido que últimamente los humanos están muy alborotados. Espero que no hayas tenido ningún problema…

Si había malicia en su voz, nadie pudo distinguirla. Emma era toda una profesional en cuanto a la oratoria se refería, y nunca se sabía qué se escondía tras sus discursos ensayados previamente una y otra vez.

- El viaje ha sido tranquilo, es usted muy amable – respondió Luzil con un leve parpadeo que hizo que el corazón de Erick diera un vuelco y su respiración se acelerara – Afortunadamente, estoy muy tranquila en compañía de Samuel, que nunca se separa de mi lado.

La figura robusta de Harold, señor de los Colmillos Lunares, no desvió la mirada hacia el Shi´yu cuando la joven habló de sus cualidades. Su atención estaba centrada en su joven descendiente. Como casi todos los grandes señores, así como los licántropos más ancianos, podía percibir los pensamientos superficiales de los miembros de su manada. Gracias al oído y el olfato, también detectaba los cambios en su respiración, el ritmo cardíaco y las hormonas que segregaban. En otros tiempos, esas aptitudes se utilizaban para coordinarse en las cacerías, demostrando que los líderes no sólo eran los más fuertes y rápidos, sino aquellos que podían mantener el orden entre un montón de bestias sedientas de sangre.

En esos momentos, percibía cómo Erick estaba visiblemente excitado, y si su esposa no hubiera tenido su atención centrada en la joven, también lo habría notado. Dedicó a su hijo un leve gruñido, apenas imperceptible, lo que hizo que el muchacho saliera de su ensoñación y calmara su estado. Un licántropo que se dejaba llevar por sus instintos era un licántropo muy peligroso. Consternado, Erick desvió los ojos hacia su madre, que tenía la mirada clavada en él esperando una respuesta a una pregunta que se le había escapado.

- Disculpa, madre, no prestaba atención – dijo avergonzado, lo que enfureció visiblemente a su madre, que entrecerró los ojos durante apenas unos segundos antes de volver a su imperturbable máscara.

- ¡Ay, estos muchachos! – dijo, quitándole hierro al asunto – Disculpa a mi hijo, probablemente tendría la cabeza en alguno de los negocios familiares. Le decía a nuestra invitada que mañana tendrías que enseñarle la ciudad.

Pero Erick se había quedado nuevamente perdido en los azules ojos de Luzil, que lo observaba con una leve sonrisa en los labios. Sentada a apenas dos metros de él, su piel iluminada por el resplandor de las llamas de la chimenea, pareciera una estatua de mármol vestida con rojos y negros, tan hermosa y perfecta como las obras de la antigüedad.

- Será un placer – respondió con la mejor de sus sonrisas, incapaz de saber cuánto tiempo había pasado desde que su madre le había hecho la pregunta.

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