miércoles, 7 de septiembre de 2011

Aullidos - 4

Cuando el guardia armado de la puerta anunció a los señores de los Colmillos Lunares que su invitada subía en el ascensor, Emma ya tenía a todo el mundo preparado y dispuesto. La rubia y fría lupina se había asegurado de que el joven Erick tuviera un aspecto distinguido al situarse cerca de la biblioteca, y ella se puso junto a su esposo, el enorme Harold, que parecía cansado. La mujer había repetido hasta la saciedad lo importante que era para el clan que la primogénita del señor de los Hijos de Trin´poh viera que eran una manada unida y poderosa, así como adinerada y distinguida.

La puerta se abrió con lentitud, y todos mantuvieron la respiración. Los Hijos de Trin´poh eran el clan más antiguo y poderoso del Sur, con tierras de caza que eran de su propiedad desde hacía siglos, y en los Registros se repitían constantemente los nombres de sus Campeones como muestra del verdadero ideal de lo que deberían ser los hombres lobo. La familia sabía que si Erick se unía a su heredera, la línea de sangre se fortalecería enormemente, así como el prestigio que eso conferiría.

En el umbral apareció un gigantesco hombre vestido con un traje quizás demasiado ajustado, que marcaba su imponente figura. Medía más de dos metros, y su cabeza afeitada mostraba unos tatuajes tribales que iban desde la frente hasta la nuca. Sus manos se abrían inquietas, como si siempre buscara echar mano al arma que visiblemente destacaba en su pecho debajo de la chaqueta, y sus ojos amarillentos destacaban en su tez morena. Era un Shi´yu, un guardaespaldas personal. Pertenecían a una estirpe inferior, que nunca había llegado a dominar los secretos de la transformación física que los principales clanes conocían desde la antigüedad. Sin embargo, poseían una fuerza y resistencias sobrehumanas, en ocasiones superiores a los propios licántropos, lo que les convertían en guardaespaldas perfectos. Con el paso de los siglos, habían sido mercenarios, soldados, y ahora eran guardias de primera clase que los clanes se disputaban con ferocidad, pues un Shi´yu eficiente era una clara muestra de influencia.

Cuando el guardaespaldas había terminado de revisar a conciencia la estancia con la mirada, lo que ofendió severamente a Emma, se retiró a un lado, cediéndole el paso a la pequeña figura que esperaba pacientemente detrás.

Erick nunca había visto una belleza como aquella. Su pequeña figura parecía resplandecer como la luna llena en una noche sin nubes, y su pálida piel destacaba sobre el discreto pero elegante vestido que enmarcaba sus curvas. Llevaba los hombros al aire, lo que permitía ver un tatuaje que se perdía en su espalda y surgía del brazo, parecido un dragón oriental. Sus ropas, con los colores tradicionales de los Hijos de Trin´poh, negro y rojo, dibujaban espirales y enrevesados diseños que parecían cambiar con cada paso, y la falda, que bajaba hasta los tobillos, hacía preguntarse al joven príncipe cómo podía caminar sin caerse.

Pero sin lugar a dudas, lo que dejó embelesado al lupino fue su rostro. Sus ojos, enmarcados en unas facciones redondas y aniñadas, eran profundos y azules, y sus rojos y ondulados cabellos caían como una cascada hacia un lado, recogidos en un complejo peinado. No sonreía, pero mantenía una extraña expresión en su rostro que recordaba a la de una niña pequeña que viera el mar por primera vez.

- Les presento a la primogénita de los Hijos de Trin´poh, la señorita Luzil Warren – dijo la grave y cavernosa voz del Shi´yu, anunciando a su señora con una elegancia que contrastaba con la ferocidad de su aspecto

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