sábado, 16 de junio de 2018

Comunidad Umbría - Nada

Regresamos a la carga. Durante todo este tiempo en realidad no he dejado de escribir, pero no he publicado nada lo suficientemente largo como para colgarlo en el Blog. Sin embargo, hoy sí tengo algo que compartir con vosotros, el trasfondo de un nuevo personaje para una partida ambientada en el mundo de 13th Age, el Juego de Rol. Es la historia de, como digo más tarde, "una anónima figura en la historia que terminó ocupando un lugar en el inmenso tablero del Destino". Su nombre, Nada, es un homenaje a las obras de Joe Abercrombie. 


Nada



Un ser humano al que le han arrebatado el alma misma deja de ser un ser humano. Se convierte en un cascarón vacío, un muñeco de trapo en manos del Destino y los caprichosos Dioses que moran más allá de nuestro alcance. Porque el alma es lo que nos hace ser quienes somos. Es lo que nos permite amar, lo que nos permite sentir compasión, anhelo y deseo. También es lo que nos ayuda a enfurecernos, a odiar y a desear venganza.

Pero arrebatar el alma no es tan sencillo. Se necesitan engaños manifiestos o inmensos poderes para ello. Y, sin embargo, puedes reducir a un ser humano a su mínima expresión si consigues arrebatarle todo y sólo le ofreces una única salida, aunque eso signifique un destino peor que la muerte.

Un sencillo pastor en las montañas

Nuestra historia trata precisamente sobre eso: de cómo una anónima figura en la historia terminó ocupando un lugar en el inmenso tablero del Destino. Y el protagonista no es más ni menos que un simple pastor de una humilde aldea de las montañas. Su nombre, como descubriréis más tarde, es irrelevante. El pastor se levantaba temprano para cuidar de sus ovejas y llevarlas a pastar a los verdes valles que rodeaban el lugar donde vivía. Fabricaba queso con su leche, e intercambiaba también la lana en el mercado. Disfrutaba de la Fiesta de la Cosecha, le gustaba beber vino y reír con los amigos. Incluso se había enamorado una vez. Era una vida feliz. Anodina y carente de verdaderas ambiciones, pero feliz.

El problema de las vidas anodinas es que no suelen importarle a nadie. Sobre todo, en un mundo salvaje como el nuestro. Y eso fue lo que llevó a una terrorífica secta adoradora de demonios a posar su mirada en la aldea de nuestro protagonista. Sus líderes, convencidos de que los sacrificios de sangre conseguirían el favor de La Diabolista, la señora de los abismos, buscaban constantemente víctimas para sus rituales.

El ataque fue durante la noche, cuando viene casi todo lo que es frío y perverso. Sus agentes, vestidos con ropajes negros y cotas de cuero, cayeron sobre el poblado. Sin milicia, sin torres de vigilancia o una mísera empalizada que les protegiera, los aldeanos fueron sometidos rápidamente entre gritos de sorpresa y terror. Y si pensáis que nuestro protagonista se alzó espada en mano para proteger a sus convecinos, estáis muy equivocados. Intentó escapar con lágrimas en los ojos, probablemente con los calzones empapadas con su propia orina. Pero su carrera duró poco, derribado por una flecha en su muslo que le hizo tragar tierra y gritar como un recién nacido.

Encadenados como animales, fueron llevados hasta un conjunto de cavernas que servía como templo para los adoradores de demonios. Y allí, los hombres fueron separados de las mujeres: ellas serían el objeto de sacrificio en terroríficos rituales que llenaban las cuevas de aullidos de agonía; ellos, por el contrario, sufrieron un destino incluso peor. A sabiendas de que no podrían conseguir adeptos fácilmente, la secta torturaba a sus prisioneros sin piedad, doblegaban sus mentes, quitándoles todo, hasta la voluntad de vivir. Entonces, les ofrecían una salida. Una salida que era una alternativa clara frente a las constantes torturas: unirse a sus filas por la mayor gloria de La Diabolista.

Víctima de una Secta Demoníaca

Pero los torturadores sectarios sabían que sólo cuando un hombre estaba completamente roto podía ser recompuesto de nuevo. Así que las torturas duraban semanas. Meses incluso. No sólo castigaban sus cuerpos, sino que retorcían su mente y les hacían que desconfiasen de todos, incluso de ellos mismos. Les daban esperanzas de que uno de los sectarios que venían a limpiar sus heridas les salvarían, para al día siguiente convertir a ese buen samaritano en su nuevo torturador.Bombardeaban sus oídos una y otra vez con sus doctrinas para obligarles a recordarlas incluso en sus pesadillas.

¿Recordáis a nuestro joven pastor? Sobrevivía a duras penas, pero al menos seguía respirando. Había visto amigos y familiares caer ante sus ojos, incapaces de aguantar más las torturas. Otros habían quedado ya relegados a cuerpos temblorosos y babeantes que eran llevados lejos de las jaulas para adoptar su nueva doctrina. ¿La mujer que una vez había amado? Creía haber escuchado sus gritos de agonía la segunda noche, pero poco importaba ya. Sabía que moriría allí. Porque nuestro pastor, al que le habían arrebatado todo, tenía una cosa clara: prefería morir en aquel suelo de piedra. No quería convertirse en uno de esos desalmados que sacrificaban a otros por conseguir el favor de una Reina que nunca conocerían.

Pasaron los meses, y nuestro protagonista se había convertido en el último prisionero en pie, y su intento de conversión se había convertido ya en un reto para los miembros de la secta. Enviaban a sus antiguos vecinos a convencerle por las buenas, y cuando sólo encontraban un muro de negación, le torturaban nuevamente. Su cuerpo se volvió duro por las palizas y los latigazos. Sus huesos, férreos tras romperse una y otra vez. El pastor había olvidado su nombre, puesto que para la secta sólo era el prisionero. Sus amigos y familiares ahora eran quienes le hacían daño, día tras día. El miedo había dado paso a la determinación; la determinación, al odio.

Elegido por los Dioses Oscuros

Sólo en aquel momento, cuando del afable aldeano sólo quedaba el recuerdo, comenzaron los sueños. El joven nunca había tenido una gran imaginación, sus habilidades para la lectura y la escritura eran las justas para sobrevivir en el mundo civilizado, por lo que sus viajes oníricos habían ido más allá de formas difusas y emociones. Pero ahora eran nítidos, claros e incluso vívidos. En ellos, el antiguo pastor caminaba por un cielo cuajado de estrellas, tan cercanas que casi podía tocarlas con la punta de sus dedos. Pero no estaba solo. Por el rabillo del ojo distinguía formas entre las sombras a su alrededor. Sin embargo, ya le habían arrebatado todo salvo la vida misma, por lo que no temía lo que pudiera encontrarse allí. Así que cada noche regresaba a ese sueño lleno de estrellas en el vacío. Y cada noche se sentaba a esperar a que esas formas sombrías decidieran dirigirse a él.

Fue en la séptima noche cuando las cosas cambiaron definitivamente. Nuevamente llegó a ese cielo negro, pero en esta ocasión no había allí miles de estrellas en forma de diminutos y titilantes puntos de luz. Sólo la oscuridad y el vacío. Entonces, se percató de que no es que las estrellas hubieran desaparecido, sino que había algo que lo tapaba todo de su vista. Esa figura se movió, tan silenciosa como oscura, y abrió un único ojo violáceo hacia él. Ante el joven, se hallaba ante una criatura de inmenso tamaño, que si quisiera podría haberlo aplastado como a una mota de polvo. Y, sin embargo, se quedó allí, mirando a ese ojo sin párpado.

Entonces, el silencio fue roto por una única palabra. Una palabra que hizo vibrar el tejido mismo de la existencia. Una palabra que le volvió del revés y le recompuso mil veces. Vive.

El ojo sin párpado empezó a moverse rápidamente, y fue cuando el joven descubrió que ya no era un ojo, sino una bola de fuego carmesí que surcó el cielo, nuevamente cuajado de miles de estrellas. Incapaz de moverse o reaccionar, la esfera llameante impactó de lleno en su pecho, haciendo que nuestro protagonista despertara entre gritos de sorpresa y dolor. Ya no había estrellas ni gigantes sombríos, estaba en su celda, en su suelo de piedra lleno de manchas resecas de sangre y fluidos corporales. Y, sin embargo, podía sentir ese fuego en su pecho, cálido y frío al mismo tiempo. Un fuego que le recordaba lo que debía hacer.

Los Dioses proveerán. Era un mantra que el joven había aprendido a repetir y que le ayudaba a resistir día tras día. Pero su cambio no había pasado desapercibido para los líderes de la secta. Incapaces de doblegar su espíritu, decidieron que los esfuerzos no valían la pena y que su sangre serviría mejor para alimentar el fuego de la reina de los abismos. Cargado de cadenas fue sacado de su jaula y arrastrado por el complejo de túneles hasta la caverna central, donde decenas de sectarios, hombres y mujeres, de todas las razas imaginables, vestían ropajes negros y esperaban ansiosos al sacrificio. En el centro la caverna, un obsceno altar junto a un inmenso fuego esperaba a su tranquila víctima. Caminaba con la cabeza erguida, lanzando miradas a uno y otro lado sólo para reconocer los rostros de sus torturadores, de sus compañeros de celda y sus antiguos amigos. Pero no temía, puesto que sabía que, sin lugar a dudas, los Dioses proveerían. Al fin y al cabo, le querían vivo.

Su cuerpo fue depositado en el altar y los cánticos a su alrededor comenzaron. El joven, al que le habían arrebatado todo y por tanto, era nada, cerró los ojos y esperó al momento adecuado. No podía morir allí, sacrificado como una bestia cualquiera. Sus sueños tenían que significar algo. Entonces volvió a sentir ese fuego en su interior, un calor que recorría sus entrañas y le confortaba. Se dejó llevar por la cadencia de los cánticos a su alrededor y las palabras del líder de la secta que clamaba por el favor de su reina. Pero Nada distinguió otros sonidos, gritos y bramidos que se hacían cada vez más y más fuertes. Entonces, la puerta de la cámara se abrió violentamente, y tras ella, entraron decenas de guerreros. Vestían armaduras completas, de acero pulido como espejos, y las hojas de sus espadas estaban serradas como los dientes de un animal salvaje. Entraron en tropel y empezaron a acuchillar y despedazar salvajemente a los sectarios, sembrando el caos y el desconcierto.

Nada no perdió el tiempo. De un fuerte tirón se liberó de sus ataduras y tomó por sorpresa el cuello del líder sectario con ambas manos. Sus dedos, como garras de acero, no aflojaron. Sus brazos, firmes como rocas, empujaron hacia el suelo con fuerza. Apretó y apretó, y notó cómo lentamente la vida se escapaba de su cuerpo a medida que los manotazos perdían intensidad y su rostro se amorataba poco a poco. No notó que yacía muerto en sus manos hasta que no escuchó el sonido de su cuello al crujir como una ramita seca. El joven se quedó allí, sobre sus rodillas, mirando el cuerpo sin vida del primer hombre que había asesinado. Hacía un minuto era una criatura con aspiraciones, con sueños y anhelos. Y ahora sólo era un cascarón vacío. Como lo había sido él, antes de que le dieran una motivación, un camino a seguir. Los Dioses proveen.

Gladiador en las Arenas de Glitterhaegen

Aprovechando el ataque, huyó. Nunca supo quiénes eran esos guerreros blindados, sólo necesitaba saber que, al igual que él mismo, eran instrumentos de los Dioses Oscuros. Vagó por la espesura, sobreviviendo a duras penas a base de plantas silvestres y animales que atrapaba usando su astucia y ferocidad. Durante ese tiempo se preguntó varias veces de dónde había sacado ese nombre: Dioses Oscuros. Nadie le había hablado de ellos, y ni siquiera sabía si realmente eran dioses o algún otro tipo de fuerza mágica. Pero el fuego de su interior bullía con fuerza cuando pensaba en ellos, por lo que no necesitaba saber más. Al igual que los sacerdotes tenían su fe, él tenía esa certeza de que sus dioses existían y habían intercedido para salvarle.

Terminó en la llamada Ciudad de Oro, donde todo tenía un precio. Allí había mercados tan grandes que se perdían en el horizonte, pero nadie quería darle un trabajo ni limosna. Allí el dinero era más preciado que las vidas, y pronto se vio obligado a robar para sobrevivir. Sin embargo, Nada no era suficientemente habilidoso para ello. Había pasado meses encerrado, se había vuelto duro y fuerte, pero no era rápido ni sus movimientos ágiles. No obstante, tuvo la suerte de que no fuese la guardia local quien lo detuviera, sino un esclavista que vio en él una oportunidad única de hacer dinero.

Nada terminó dando con sus huesos en las arenas de gladiadores, luchando por su vida contra bestias salvajes y otros como él, pobres desgraciados con deudas que saldar y sólo una forma de hacerlo. Sus primeros combates fueron fáciles: él ya sabía lo que era arrebatar una vida, y tenía la motivación de la que otros carecían. A cambio, sus condiciones de vida mejoraron: era bien alimentado, podía dormir en un cómodo jergón e incluso le permitían yacer con alguna mujer de vez en cuando. Cada vida que arrebataba le llevaba a duelos más cruentos, en los que la sangre terminaba cubriendo su cuerpo por completo, hasta que finalmente su deuda fue saldada con creces.

Su antiguo dueño estuvo más que tentado de forzar su estancia, pero ¿cómo arriesgarse a mantener enjaulado contra su voluntad a un hombre como aquel? Siempre tendrás la puerta abierta, le dijo, y se despidieron. Pero ambos sabían que no volvería. Porque Nada ahora tenía un propósito en su vida, y lo mejor, tenía los medios para conseguirlo.

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