Os presento un pequeño monólogo, inspirado por los geniales Carlos Sisi y Manel Loureiro. Espero que os guste. Está localizado en Heidelberg, un hermoso pueblecito cerca de Frankfurt.
Te juro que no sé lo que pudo pasar. Te lo juro. Pensaba que
lo tenía todo controlado, que podría protegernos, pero algo salió mal. Quizás
me distraje de la rutina diaria… no lo sé. Ahora da igual.
¿Recuerdas cómo empezó todo? Yo estaba en casa, pero tú
estabas en el Weihnachtsmarkt buscando
un regalo para mi madre. Iban a ser unas Navidades geniales, las primeras que
íbamos a pasar en familia todos juntos. Les íbamos a decir que nos casábamos.
¿Te acuerdas de las veces que apostamos cuál sería su reacción? Yo te decía que
a tu madre le daba un ataque. Cuando volviste, te conté que todos los
informativos hablaban de lo mismo, de un extraño virus. Incluso bromeamos
acerca de que, con la que estaba cayendo, lo que nos faltaría sería un caso
como en las películas.
Parece que hayan pasado mil años desde entonces.
Los días siguientes fueron algo extraños. En la oficina me
dijeron que iban a retrasar los proyectos porque los clientes así lo querían, y
en la Universidad cancelaron todas las clases.
Tanto mejor, pensé, así me daba tiempo a buscarte un regalo sorpresa que
no te esperabas. ¿Recuerdas la cara que pusiste cuando te dije que iba de
compras y que no podías acompañarme? Siempre sabes cuándo te estoy ocultando
algo, pero siendo las fechas que eran, sabías a lo que iba. Te quedaste leyendo
ese libro que llevas meses intentando acabar, pero que entre preparar tus
clases y corregir exámenes nunca has podido hacerlo.
No te lo conté para no preocuparte, pero se respiraba un
ambiente distinto en la ciudad. Heidelberg siempre ha estado llena de turistas,
daba igual el año, pero en Navidad las calles estaban abarrotadas de curiosos
que buscaban el producto típico, o de parejas enamoradas que se inmortalizaban
en sus cámaras digitales. Pero aquella mañana había poca gente, y los que
habían, eran vecinos y amigos. No le di importancia, hasta que la señora Köhler,
la de la tienda de dulces, me preguntó si nos íbamos a quedar en la ciudad. No
entendía la pregunta, hasta que vi las portadas de los periódicos en el
quiosco. Todas hablaban del extraño virus, y de zonas enteras de Europa que
habían quedado incomunicadas. ¿Qué demonios estaba sucediendo?
Intenté no decirte nada, pero me notabas extraño,
preocupado. Y no soportas verme así. No, mi pequeña. Eres una criatura dulce y
amable, y mi bienestar es imprescindible para tu felicidad. Así que fue cuando
te lo conté. Al principio no te lo creíste, pensabas que era parte de algún
tipo de juego relacionado con el regalo que te había conseguido. Pero yo no me
reí. Casi de forma inconsciente, miraste a nuestra colección de películas en
DVD, a la sección donde se acumulaba cine de terror. Sí, yo también pensé lo
mismo: una plaga, enfermos que buscaban propagar su enfermedad.
Durante los días siguientes la cosa fue de mal en peor.
Primero fue el agua. Nos cortaron el suministro y tuvimos que lavarnos y
cocinar con garrafas de agua embotellada. Ya casi no salía de casa, salvo para
ir a comprar algo de comida. Pero cuando empecé a ver las calles completamente
vacías, y las tiendas cerradas a cal y canto, me encerré contigo. Luego se fue
la luz. Estoy seguro de que si no usáramos gas butano, también habríamos notado
cómo el gas ciudad lo cortaban. Ya había leído antes sobre eso. Si no había
personal que atendiera las plantas potabilizadoras ni las fábricas, llegaba un
momento que los sistemas colapsaban y se desconectaban. Era una medida de
precaución, para que no ocurriera algo parecido a Chernobyl. Afortunadamente,
antes llamamos a nuestros padres, para preguntarles qué tal estaban y si se
encontraban a salvo. Ellos también habían visto las noticias y estaban muy
preocupados. Hacía tiempo que no oía a mi madre llorar así.
A la hora de dormir, cerraba a conciencia puertas y ventanas
para que no entrara el frío, y nos cubríamos de mantas para mantener el calor.
Tú no te acuerdas, pero la primera noche tuviste una fea pesadilla. Me llamabas
a gritos, y tuve que abrazarte y susurrarte que estaba ahí para que te
calmaras. Por la mañana vigilaba la ventana, intentando buscar algún rastro de
la policía o el ejército que nos informara, o quizás que nos llevara a algún
punto de reunión. Pero ni un alma. Quizás todo el mundo se había marchado, o
quizás estaban igual que nosotros, atrincherados en sus casas esperando a ver
qué pasaba.
Cuando se acabó la bombona, alimentarse empezó a ser un
problema. Afortunadamente teníamos muchas latas de comida que nos traía tu
madre cuando venía a vernos. Quizás no se fiaba mucho de cómo cocinaba, pero
¡bendita sea la mujer! Si no hubiera sido por ella, habríamos tenido que comer
crudas las verduras que manteníamos refrigeradas en la ventana.
Ya no sé exactamente qué día de la semana era, ¿realmente
importaba ya? ¿Te acuerdas? Te despertaste con un gemido, y te asomaste a la
ventana como una exhalación. Fue cuando me llamaste para que mirara. Nunca te
pregunté cómo sabías que estaba allí, pero no importaba. Al principio me
sorprendió ver a un militar, un chico joven. Dejé escapar un pequeño gemido de
excitación y me levanté corriendo para ir a hablar con él. Pero me llamaste la
atención antes de salir a la calle, y algo en tu voz me dejó helado. Era
verdad, ¿qué hacía un soldado en mitad de la plaza, y solo? Parecía
desorientado, como si hubiera bebido. Entonces se escuchó un portazo, quizás
sería un vecino que también había visto al soldado. Segundos después, lo
confirmamos: era el señor Schell, Hans, del piso de abajo. Estaba tan
emocionado que corrió hacia el chico y lo abrazó con fuerza.
Pero lo que sucedió después… joder, eso lo cambió todo.
Había algo extraño en la escena, ¿verdad? Era como si
estuviera abrazando a un muñeco. Ni siquiera reaccionó cuando el señor Schell
le abrazó y luego empezó a hacerle preguntas. El soldado le miraba ladeando la
cabeza, como si no entendiera lo que le decía. Y de repente, como si le
hubieran activado con un botón, el chico saltó sobre Hans y lo tiró al suelo.
Nos quedamos paralizados al verlo. Le golpeaba con rabia, como si fuera el
mismísimo diablo que quisiera llevarse su alma. Le agarró de la cabeza y golpeó
el suelo con ella, y pronto empezó a manar sangre de un par de heridas. Tú no
pudiste soportarlo y te fuiste a la cama, llorando. Yo… bueno, me quedé helado,
pero también lo miraba como si fuera irreal, como si todo fuera una película.
El soldado metió la cabeza en el hueco que forma el hombro con el cuello, y
cuando la volvió a levantar tenía la boca empapada de sangre. Joder, se lo
estaba comiendo allí mismo.
Así que así estaban las cosas. Las malditas películas se
habían hecho realidad y ahora teníamos una plaga ahí fuera que convertía a la
gente en monstruos sedientos de sangre. Fantástico. Decidí reunir a la gente
del edificio para hacernos fuertes, pero tras el incidente con el señor Schell,
los vecinos desaparecieron. Quizás fue durante la noche, no me enteré con este
sueño tan pesado que tengo. Pero cuando fui casa por casa, allí no quedaba ni
un alma. Por mí perfecto, mira. Aproveché para aprovisionarnos de más latas de
comida y un par de bombonas de butano a medias para, por lo menos, poder
calentar algo de agua y lavarnos. Y comer algo caliente. Joder, no sabía cuánto
iba a echar de menos comer un poco de pollo a la plancha. Además, ya que éramos
los dueños y señores del lugar, no iba a permitir que nadie entrara a saquear
lo que era nuestro. Con un pesado martillo que encontré en una caja de
herramientas en el trastero de los Weinmann, apuntalé la puerta de la calle con
una de las puertas. Total, ya nadie las iba a utilizar.
Los siguientes días eran extraños. Yo vigilaba que la puerta siguiera intacta, y
que no hubiera ninguna ventana que se hubiera abierto durante la noche. Jugábamos
a las cartas y leíamos para mantenernos ocupados, pero llegaba un momento en
que necesitabas salir a la calle. Pero eso ya era imposible. Cada vez más de
aquella gente, los que estaban infectados, aparecían deambulando por la plaza.
Era extraño, rodeaban el mercado, como si realmente no hubiera sucedido nada y
fueran personas normales y corrientes que acudían a hacer las compras. Pero no,
eran monstruos. Andaban de forma lenta, errática, con la mirada perdida, y sólo
reaccionaban cuando escuchaban algún ruido fuerte. Entonces se excitaban y
miraban a todos lados como si fueran perros hambrientos.
Todo iba bien. Nos manteníamos con las latas de comida y el
agua embotellada, y nos teníamos el uno al otro. Entonces, ¿por qué se tuvo que
joder todo? Te juro que no sé cómo ha sido. Quizás me he despistado, y no he
ido a mirar la puerta esta mañana. Ya no me acuerdo, todos los días me parecen
iguales. Además, todo ha sucedido demasiado rápido. Cuando estaba en el baño de
uno de los vecinos del piso de arriba, te he oído gritar y he bajado a toda
pastilla casi sin abrocharme los pantalones. No me ha hecho falta saber qué te
había asustado.
Desde el rellano he visto a una de esas cosas. Una mujer.
Estaba ahí, embobada mirando su reflejo en el espejo, como
si se mirara por primera vez. Fue cuando me di cuenta de que no tenía nada a
mano con lo que defenderme, y además, estabas en peligro. Me quité los zapatos
para no hacer ruido y fui a buscarte. Quise llamarte, te juro que quería saber
en qué parte de la casa estabas, pero sabía que algo había entrado. Me había
dejado la maldita puerta de casa abierta, y había manchas de barro en el suelo.
Joder, no sabes el pánico que me entró al saber que estabas encerrada con una
de esas criaturas.
Así que cogí lo primero que tenía a mano, una llave inglesa
algo oxidada de la caja de herramientas que dejaba siempre en la entrada y
entré en la casa. No se escuchaba nada, absolutamente nada, ni siquiera mi
respiración. Era como si mi cuerpo se hubiera decidido a convertirme en un
fantasma para ayudarme a moverme por la casa. Entonces, empecé a escuchar ese
sonido. Era como si alguien arrastrara el pie el moverse, sonaba al final del
pasillo, cerca de nuestro dormitorio. Me moví con cuidado hasta la esquina y me
asomé, temblando como un flan, y entonces lo vi.
Era un tipo alto, fuerte, quizás alguien que se dedicaba a
trabajar en la construcción. Estaba de espaldas, pero enseguida supe que era
uno de esos monstruos. Le faltaba la mitad derecha del torso, como si se lo hubieran
devorado unas fieras salvajes, y sin embargo se movía. El sonido que había
escuchado antes lo provocaba él, posando la mano sobre la puerta cerrada del
dormitorio, y arrastrando la palma hacia abajo. Así, una y otra vez. Te llamé, no sé si fue buena idea, pero te
llamé para saber si estabas a salvo, y hasta que no escuché tu voz llamándome
cargada de pánico, no respiré. Pero ese bicho se giró al escucharme, y su
mirada me dejó paralizado. Eran los ojos. Esos ojos de pesadilla. Completamente
blancos, surcados de venas negras, como si no hubiera rastro de humanidad en
aquel ser. Emitió un gruñido ronco que surgió de lo profundo de su garganta y
empezó a caminar hacia mí. Primero un par de pasos lentos, luego empezó a
avanzar más rápidamente, cubriendo los pocos metros que le separaban de mi
posición. Y sin embargo, yo no hice nada. Me quede allí quieto, congelado de
puro terror. El hombre se apoyaba en la pared para avanzar, quizás para
compensar el trozo de torso que le faltaba, y doy gracias a los cielos, porque
eso fue lo que me salvó. Al arrastrarse sobre la pared, tiró uno de los cuadros
de tu madre, y el sonido me espabiló. De repente me di cuenta de que lo tenía
encima, y de que nada le iba a impedir atacarte a ti si no le detenía. Así que
lo hice, le pegué con la llave inglesa con todas mis fuerzas. Primero en la
cara, luego en el cuello, en el torso, quizás incluso en los brazos, no lo sé.
Estaba descontrolado y golpeaba lleno de rabia, la rabia que había acumulado
durante tantos días de estar encerrado sin hacer nada, sin poder ponerte a
salvo.
Cuando la neblina roja que cubría mi mirada se disipó, me di
cuenta de que me estabas abrazando. Yo estaba arrodillado sobre los restos de
aquel tipo, casi irreconocible tras haberle propinado aquella tormenta de
golpes con la llave inglesa, que aún estaba en mi mano. Tú me acunabas, susurrándome
al oído que todo iba a salir bien, que estabas ahí para cuidar de mí y que
nunca me ibas a dejar. Notaba tus lágrimas saladas mojando mi mejilla, y yo
también empecé a llorar. No sé cuánto pasó, si fueron minutos u horas, no
importaba. Creo que nos merecíamos esas lágrimas.
Ahora tú duermes, cariño, por puro agotamiento, mientras yo
vigilo. En cuanto amanezca nos marcharemos de aquí. Esto ya no es seguro.
Encontraré un lugar donde mantenerte a salvo, donde puedas descansar por las
noches sin que las pesadillas te persigan, y donde esas criaturas no sean más
que un mal recuerdo.
Porque te quiero, y no dejaré que nada te suceda.
Nuevamente me descubro ante tu creatividad y habilidad estilística.
ResponderEliminar